Los domingos, cavilar
Corrupción eólica
Fernando Merodio
ALERTA 27 de mayo de 2018
La seria teoría de que leer a Marx y otros ayuda a empujar hacia un mundo mejor, conjugada con la dura práctica que propone Camus de intentar implicarse en lo más urgente para el bien común y escuchar lo mínimo a tu pequeño interés debiera triunfar, pero no es así; exige estar vivo, haber cavilado y, al menos, intentarlo.
Este tiempo de ruina moral debiera abrir paso a las sólidas y sensibles ideas de John Berger, dar vueltas a algún relato de su "Puerca tierra" y alinear razones por las que el campesino que no solo sueñe con las subvenciones debiera oponerse al ritmo de la historia que marca el capital para destruir su futuro; pero no se hace.
El campesinado vive entre imprevistos, sequías, inundaciones, tormentas, atrofia del suelo,..., sufre las catástrofes que generan señores y políticos y, ahora, padece el saqueo de su territorio y se adapta a ello ya que, como siempre, no sabe hacer frente al desfalco del plusvalor que genera su fuerza de trabajo y cree inevitable renunciar a su hogar, la historia de su vida de honesta fatiga; el campesinado nunca supo valorar que “toda herramienta es, si se la empuña de forma adecuada, un arma”.
Veamos algún caso de acción punible. En Valencia, Zaplana ha sido acusado de crear un grupo criminal y enviado a la cárcel por lo aun no prescrito de la corrupción eólica que hace quince años adjudicó a los que pagaban mordidas 1.700 Mw de antiecológicos, gigantescos y corruptos molinos de viento, gran desastre que, contra la naturaleza, hoy nos traen los señores, políticos, ricos locales,...; es lo mismo que en Castilla-León, donde, más pronto que tarde, se esperan sentencias.
Si en Valencia dicen que los molinos crecieron en secarrales improductivos, en la peculiar Cantabria del labaru, y el reciente atropu, el año 2009, más reciente, querían plantárnoslos en el mejor territorio, el que desde hace siglos trabajan muy duro los campesinos que alimentan al resto, pues nuestros políticos, sin parar en barras, quisieron regalar a intermediarios cercanos y consorcios similares a los de Valencia licencias para plantar agresivos molinos superfluos, que generarían 1.400 Mw con una triste peculiaridad: intentar no dañar las vistas a la gente sensible de nuestra ciudad.
El trámite fue tan salvaje e ilegal como el de Valencia, con una diferencia, siguiendo a Marx y Camus, algunos lucharon y, tras reflexionar, definieron lo urgente y fueron a los Tribunales que, ¡oh, sorpresa!, les dieron la razón, salvaron a los culpables, acaso, de lo de Valencia e impidieron que el daño llegara a mayores, dejándonos sólo los titubeantes pasos adelante y atrás de Administración y empresas, el inane gobierno anunciando, en falso, la tramitación de más expedientes para legalizarlo y, ¡ay!, la división de poderes, el parlamento, los grupos, todos asustados, escondiéndose de aquellos que, tras mostrar el engaño, insisten en tratarlo con luz y taquígrafos y que todo el mundo valore si aquí hay, acaso, corrupción eólica.
Continuará.
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