08 Los domingos, cavilar
Todos catalanes o vascos
Fernando Merodio
ALERTA 15 julio 2018
1978, año infame dicen. Desoyendo a Carrillo, algunos comunistas votamos no a la Constitución pensando, entre otras cosas, que las autonomías no unían lo bastante el poder al pueblo ¡Inocentes ignaros, salíamos ávidos de una dictadura! Pronto nos saciamos al ver que la Ley de Leyes era mero enunciado y que, salvo aspectos selectos, como todas las normas, quien puede -¡el poder, siempre!- la incumple; ejercer el poder y ser pueblo son agua y aceite, no mezclan.
Entre otros, Giorgio Agamben analiza la contradicción dialéctica entre Pueblo con mayúscula, idea étnica, corporativismo geográfico útil al poder económico, y pueblo con minúscula, los nosotros que formamos aquel, viendo que la política, en vez de lo que hace, debiera impedir la ególatra pelea entre Pueblos, hacer que estos y el pueblo coincidan y no haya pueblo -ni, menos, Pueblo- alguno. Conclusión similar a la que, en el siglo XVIII, por otro cauce, había llegado Samuel Johnson: el patriotismo, interés egoísta, es el último refugio de los canallas.
No enfrentarse al problema, consensuar con cualquiera, negociar sin principios y ceder ante la azarosa moda que une la ficción Pueblo y el fingido y risible, "derecho a decidir" -barra libre inventada e ilegal- nutre más tal Pueblo que todo otro argumento, incluido el recurrente de que, si eres de aquí o allí, tendrás más derechos.
Al ponernos a la firma el acuerdo general de 1978, año infame dicen, los de aquel no del principio eran de verdad convencidos, militantes, y pese a no suscribirlo, aun hoy les obliga, mientras los catalanes -chauvinistas o no-, negociaron, redactaron y de forma masiva votaron sí a la Constitución -el 90,5% del 67,9% que participó, superior a la media en España-, firmando el contrato constitucional que, felones ahora, quieren estampar en la cara del resto.
Nuevo prototipo de insulto y desafío que nuestro casual presidente pretende que quede satisfecho, darle lo que pida a costa del resto, con consenso, sonrisas, diálogo, olvidar que traiciona y un paseo fotográfico en el que amenaza y gallea que "toda solución política pasa por el derecho a la secesión" y que, hasta tanto lo logre, seguirá la matraca.
Es tedioso escribir sobre el campo minado de la identidad, que aquí nos ofrecen el regionalismo vintage del "lábaru", lauburu o cruz gamada y la flamante y ya caduca "Arronti Cantabria", psicodélico invento del populismo transversal de Podemos, criaturas de Revilla, arcaico vasallo de quien sea el que mande. Al ser todo tan fofo, obliga a pensar algo más ingenioso, revolucionario como, por ejemplo, rendir nuestras armas y bagaje, traicionar nuestras sagradas identidad, lengua, historia,... y, junto a castellanos, aragoneses, andaluces, asturianos, gallegos,..., visigodos, moros y celtas, todos, intentar chupar rueda y ser admitidos catalanes o, al menos, vascos. Con iguales derechos y obligaciones.
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