domingo, 7 de abril de 2019

46 Los domingos, cavilar Vivir Fernando Merodio 07-04-2019

46 Los domingos, cavilar
Vivir
Fernando Merodio
07-04-2019

“La cuna se balancea sobre el abismo y el sentido común nos dice que nuestra existencia no es más que un breve relámpago de luz entre dos eternidades de tinieblas".
Comienzo de "Habla, memoria. Una autobiografía revisada". Vladimir Nabokov

La palabra vida, género femenino, así de correcta, procede del latín, vita, y según el diccionario de la RAE designa, entre otras acepciones, tanto al ser vivo, al hecho de estarlo, al tiempo que transcurre desde el nacimiento hasta el presente o la muerte como a la fuerza o actividad esencial mediante la que actúa ese ser o al estado o condición que define su modo de vivir o a la actividad personal o comunitaria que desarrolla; vida es, por último y fundamental sin prestar atención a particulares ideas religiosas, viveza o ardor.
Mi muy limitado saber científico me dice que la medicina explica que la vida es lo que debe ser si cada órgano cumple bien su función y actúa coordinado con el resto; biológicamente, la vida exige una organización a distintos niveles, cada cual más complejo y con sus propias leyes: monómeros, biomoléculas, genes, orgánulos, células, tejidos, organismos, poblaciones, biosfera,...
Todos los organismos vivos desarrollan, cada uno a su modo, sus procesos vitales y viven mientras lo hacen, pero las cosas u objetos, lo que, por ejemplo, el hombre hace con sus manos, por mucho valor que algunos le den, no crece, no se reproduce, no vive,.., es un peso muerto que no tiene el valor de la vida, propiedad esencial, con alcance social que, entre los llamados humanos, debiera implicar la exigencia rigurosa y solidaria, no siempre aceptada, de asumir la fatigosa tarea de pensar e intentar alcanzar, individuos y grupos, lo que se piensa, ideales y metas.
En estos días, un hombre desafortunado ha puesto fin a la vida, así conceptuada, de una compañera aún más desgraciada que él, una desgracia lamentablemente usual, que se ha politizado y trocado espectáculo en el que, como casi siempre mal, han entrado a saco los medios de comunicación, convirtiendo algo humano, penoso y, posiblemente, admirable en una ceremonia que, lamento exteriorizar lo que pienso, además rechina, una ceremonia que aún rechina más cuando, en torno a ella, se oyen palabras como policías, fiscales, jueces, calabozos, cárceles,..., inhumanas.
En una sociedad viva en la que los que gustan de la religión o el fanatismo, ¡allá ellos!, dejaran vivir en paz al resto haría ya mucho tiempo que lo sucedido estaría bien resuelto y no habría que soportar los sermones electoralistas de los distintos partidos desde sus púlpito de izquierda, centro y derecha, los extremos de los dos extremos, los viejos y los nuevos, los de la casta de 1978 y los de la  de 2018,..., pues se habría establecido con todas las garantías la forma en que, sin permitirnos desertar de nuestras obligaciones sociales, cada cual podríamos decidir, a nuestra manera, sobre algo tan personal, humano, biológico como es la razón, el tiempo y el modo en que dar por finalizadas nuestras vidas.
El tema es importante y, en esta sociedad pacata y falsa, es además sensible, por lo que me parece obligado ponerlo en relación con la experiencia vital de cada uno de nosotros. la mía, por ejemplo, que tengo casi 73 años, una buena edad y cuando tenía 70, viviendo en una aparente plena y buena forma, se me evidenció y me diagnosticaron un agresivo cáncer de próstata, respecto al que, tras tomar conciencia de que mi vida no estaba -ni había estado nunca- en mis manos. respondí a la pregunta de los médicos eligiendo combatir a tan duro, desconocido y nuevo enemigo, no con quimio o radioterapia, con la cirugía más avanzada, expresando mi -forzado- deseo de que un robot de nombre Da Vinci, al que, por el momento, daría órdenes un joven/experto médico sabedor de urología me rebañara -todo lo posible- el mal que había empezado a devorarme por dentro, así lo hicieron y -por el momento- todo va aparentemente bien, aunque no dejo a un lado lo que me repetía y repite un médico amigo, también canceroso, compañero de maratones, "la salud es un estado pasajero que no presagia nada bueno"; no estaría explicándolo todo si no escribiera además que tuve que pagar un peaje aparte de -solo- las habituales y lógicas limitaciones en la actividad sexual, ya que una complicación ajena estrictamente al cáncer ha dañado una parte importante de mi vida, un síndrome compartimental en la pierna derecha causado por la operación me impide disfrutar de la mayor afición de mi vida previa, correr al menos una hora todos los días.
Al tiempo que a mí, detectaron otro cáncer similar a Jose, mi querido y único hermano, dos años menor que yo, aparentemente, incluso más sano y fuerte, pero que, sin mi fortuna -¡o vaya usted a saber!-, perdió, privándome de los restos previos de mi historia familiar obligada y causándome más dolor que propia mi situación, no sé si mala, en la que además de -o pese a- estar vivo, mi cerebro, aun fuerte como antes, se impuso a mi dañado cuerpo y tras tomar conciencia directa de -algo tan evidente como- que no voy a ser eterno, he plantado cara a la parca en la partida de ajedrez que, como tan gráfico narra Ingmar Bergman en la devastadora película "El séptimo sello", nos toca mantener con la muerte, sé también, ahora más que nunca, que por más que me disguste que una revisión no sea buena o aparezca cualquier otra cosa no alteraré mi vida ni una micra más allá de lo que me obligue mi estado físico, como he hecho hasta ahora.
Con tan personal conocimiento y experiencia vital, en esas estoy, apoyándome en los versos, que me mantiene vivos un separador de páginas de la Librería Gil, escritos por la premio Nobel de Literatura Wislawa Szymborska, "Ningún día se repite, / ni dos noches son iguales, / ni dos besos parecidos, / ni dos citas similares", al tiempo que aprendiendo y fortaleciéndome con los que, agridulces, como León Tolstoi, Susan Sontag, Iona Heath, Christopher Hitchens, André Gorz,... y, en especial, el neurólogo Oliver Sacks, "Gratitud", escribieron sobre la sorpresa de la muerte próxima, introduciendo en su final de la vida una sólida declaración de intenciones, "aunque ahora veo la muerte cara a cara, la vida todavía me acompaña", declaración que, en el caso de Sacks, alimentaba la idea de "morir al pié del cañón".
Otro ejemplo, Hitchens, azote de Ratzinger, Kissinger, Clinton o el americano pueril idealista Chomsky, un ácido y luchador crítico que siempre respondía a la ofendida pregunta "¿Quién te crees que eres?", o similar de alguno de sus poderosos agraviados, con una valiente e inteligente respuesta, "¿Quién quiere saberlo?", caminó hacía la muerte que le traía un cáncer a sus 62 potentes años describiendo que "la nueva tierra es bastante acogedora a su manera. Todo el mundo sonríe con coraje (...) pero parece no haber ni un poco de conversación sobre el sexo y la cocina es la peor de todos los lugares que he visitado". Ejemplar.
Me parece increíble que distintas supercherías e intereses egoístas hagan que quienes han vivido parecidos años y en el mismo mundo que yo traten te meterse en la vida de otro por la forma en que decide irse de aquí, espero que haya quedado suficientemente claro -lo siento por mis bastantes enemigos- que todavía tengo muchas -todas las- ganas de vivir -de leer, escribir y hacer cosas para mí y el resto-, de seguir peleando como siempre, pero también espero que se entienda que si, a causa del dolor físico, o psíquico, o cualquier otro me cambiara el ánimo, ninguna legislación represiva y estúpida, ningún policía, ningún fiscal, ningún juez inquisidor, ninguna amenaza de un inexistente infierno distinto del que aquí tenemos, ningún meapilas, ni ningún salvapatrias frenará que, como toda mi vida, con la sola preocupación por mi familia elegida, para morir haga lo que me venga en gana. 

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