Montejo de Bricia
44 Los domingos, cavilar
Se está agotando
Fernando Merodio
24-03-2019
"-
¿Por qué no dejas de pelearte con el mundo y te adaptas al ritmo de los
tiempos? Es decir..., bueno, supongo que tiene que haber una forma mejor de
expresarlo.
- Sigue intentándolo”.
(Edward
Abbey. 1962. "Fire on the mountain").
Alamogordo, pronúnciese
"alamoyoròo", en
castellano, ciudad de 30.000 vecinos en
el estado USA de Nuevo México, poco más de 500 habitantes por km2, la décima
parte que Santander, tiene el triste honor de ser el primer lugar en que, el 16
de junio de 1945, casi un año antes de que yo naciera, se desarrolló la prueba Trinity, primera explosión -la fisión y
el tétrico Niels Bohr- experimental de un arma nuclear en la historia, dos
meses previa a que Little Boy y Fat Man -tan graciosos siempre los
yanquis-, las dos únicas bombas atómicas lanzadas contra la población civil,
causaran, inclementes y drásticas, el 6 y 9 de agosto del mismo 1945, los 120.000
muertos y 130.000 heridos de Hiroshima y Nagasaki, vergüenza de la historia
humana.
En las mismas yermas
e inacabables tierras donde una vaca tiene que andar un kilómetro para rumiar
un bocado de hierba y ocho para sorber un trago de agua se desarrolla la bella
y durísima historia del sólido septuagenario, hijo de un emigrante holandés,
John Vogelin que en 1960 no quería teléfono porque no sabía usarlo, y su nieto
Bill, un niño de ciudad de doce años que, igual de serios -e inocentes- ambos,
pasaba allí los veranos, hermosa historia de amor con el "reino requemado, dilapidado arruinado y sin
valor que es el rancho de tu abuelo Vogelin", tierras, montañas, agua escasa,
un mítico puma,... fascinantes y aterradores que, retórico, el abuelo inquiría
al nieto de quién eran, ¿de los indios apaches mescaleros a los que su padre
estafó y robó?, ¿de éste y él que las hicieron parte de sus vidas?, ¿de las
grandes empresas ferroviarias y ganaderas?, ¿del First National Bank?, ¿del omnipotente
gobierno que pretende robárselas a él por sucios intereses?,... Emocionante historia
de su -casi- solitaria lucha contra la fuerza aérea de los USA que, no contenta
con haber escenificado allí la devastadora eficacia de la energía nuclear bélica,
ahora pretendía instalar un campo de pruebas para misiles; la lucha de un viejo
y un niño que, al grito de "¡El Box
V no está en venta!" y frente a las apelaciones al sentido común que el
poder exige al débil, argüían "Si,
claro, que me calle. ¿Y si cerramos los ojos también? A lo mejor así todo se
arregla".
Edward Abbey, autor
además de "Desert Solitarire"
-"El solitario del desierto" y "The Monkey Wrench Gang" -"La banda de la tenaza"-
que ilustra Robert Crumb, representa la conocida, admirable y ética
desobediencia civil de, por ejemplo, Walt Whitman y H. D. Thoreau, en un mundo
que allí entonces -como aquí ahora- empezaba a agotarse, ética rebeldía que se
asienta en un firme menosprecio por los llamados métodos democráticos, "incapaces de producir el bien, la justicia y
la verdad", en la convicción de que la desobediencia es una obligación
de integridad espiritual y en que el individuo no puede limitarse a refunfuñar
antes de irse a dormir -y a votar cada x años, como algunos creen aquí-, pues,
explicaba H.D. Thoreau en "Walden o
la vida en los bosques", él "quería
vivir intensamente y extraer el meollo de la vida; no fuera que cuando
estuviera por morir descubriera que no había vivido".
Aplicaba el
gobierno al desobediente Vogelin la ley de expropiación del siglo XIX -la de
aquí es de 1954, ¡uf, franquista!, aunque no parece preocupar a nadie- que, de
tan buenas que son ambas, pasadas decenas y decenas de años, al contrario de lo
que se pedía al ético insurrecto, no debían "adaptarse al ritmo de los tiempos", pues eran allí -y es aquí-
ellas las que fijaban tal ritmo al servicio del 1% que son los amos.
Es una lucha
cívica, sinuosa e insegura en sus fundamentos y conceptos base que se puede manipular
para ocultar engaños, pero que, por supuesto, no convierte al hombre justo que
verdaderamente se guía por la conciencia y desobedece en un fuera de la ley sin
más, en un forajido y, como afirma Wendell Berry, "la mayoría vivimos entre castigos y ruinas y para aquellos que al menos
son conscientes, los libros de Edward Abbey siguen siendo un consuelo
insustituible". Dicen que, cuando por una leve insumisión fiscal,
Thoreau pasó unos días en la cárcel, su maestro Emerson le preguntó, "Pero bueno, ¿qué hace usted aquí?",
contestándole él "Soy yo quien
debería hacerle la pregunta: ¿cómo es que no está usted sentado a mi lado?",
aclarando Hannah Arendt, John Rawls y otros sabios que los actos de Thoreau son
más propios de "objeción de
conciencia" que de desobediencia civil, que exige cierto grado de
"movimiento organizado de un grupo,
más que una disidencia personal".
Es evidente que la
trapacería ambiciosa de unos pocos y el bovino seguidismo del resto está
agotando el planeta en que vivimos, lo estamos exprimiendo como hacen con un
limón o una naranja los modernos y lacerantes exprimidores -¡tan cómodos e
inútiles somos!- eléctricos y han tenido que removernos unos niños -sobre todo,
creo, niñas- de todo el mundo, encabezadas por la intuitiva y admirable Greta
Thumberg y su -inicialmente- solitaria lucha contra el cambio climático, un
tierno y enormemente eficaz modo de objeción de conciencia que -deseo- avanza
hacia poderoso, ineludible y urgente movimiento mundial de desobediencia civil
que, frente a la idea kantiana de que desobediencia es la crítica teórica muestra
que la crítica auténtica es desobedecer en la práctica; ya solo, nada más y
nada menos, nos falta una eficaz y monolítica -el tema lo demanda- organización
que no ceda al dinero ni, casi peor, a la burocracia.
Aquí ahora, frente
a la razón ética de los nadie de Eduardo Galeano -muchos- está la sinrazón
egoísta del 1% y su ilegítimo control de -casi- todo, sobre todo de la
información, dominada acá por Iberdrola, Viesgo, Banco Santander, Vocento, el capital
vasco,... El Delirio Montañés que se
identifica, personaliza el abuso, en un (in)útil tristón peligroso, M.A.
Castañeda, durante muchos años (i)lógico director del delirante panfleto, hoy
puesto presidente/influyente en un degradado Ateneo cuyos selectivos actos
sirven a aquel 1% y su ley de expropiación forzosa; se trata de un (in)útil al
que, además, regalan algo más de media página, casi editorial, de sermón
dominical. Son ejemplos de lo que sus homilías persiguen, cuya lectura íntegra
recomiendo, "Freno al desarrollo",
25/11/18, y -no ha leído a Lenin- "Planear,
para qué?", que nos proponen erradicar todo control y freno
planificador, que él vincula inquisidor a "maneras cuasi soviéticas de planificación de la economía y (¡¡) del comportamiento de los ciudadanos, que
aún perviven entre determinados colectivos, y en la mente de determinados
políticos, no son más que un freno al progreso y al desarrollo". Tan
valiente como siempre, tan buen periodista, no identifica a los peligrosos
bolcheviques agentes del KGB que, supongo, no serán del PP, PSOE, PRC, del
Podemos que no puede... porque no sabe ni quiere, ni, insincero, añade a lo que
pretende con su exigencia de impunidad para los -pocos- que nos destruyen y le
tienen bien situado/pagado, eliminar las normas que los incomoden, evitarlos
todo freno aunque aumente el calentamiento global y se acelere la destrucción
del planeta, su deseo de callar a las Greta Thumberg y los que piensen como ellas,
expropiarnos, con leyes antediluvianas, todo lo nuestro,... para que progrese
el desarrollo de los suyos, del 1%, Trump y Bolsonaro entre ellos y, así, le
sigan cayéndole migajas.
Vuelvo al título, están agotando el planeta y, o les paramos ¡ya! empezando por lo más próximo como es el desatado robo del territorio con el desenfreno energético de tallos gigantes con aspas, líneas de altísima tensión, subestaciones cada día más grandes y próximas a las poblaciones,... y tomamos, al tiempo, la libertad de expresión para todos o, en breve tendremos que entonar el R.I.P.; habremos agotado esto.
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