52 Los domingos, cavilar
El patrimonio
Fernando
Merodio
19-05-2019
El pasado lunes, 13, en los
locales de la Fundación de la devastada Caja Cantabria se presentaba una mesa
de ponencias de algunos de los partidos que concurren a las próximas elecciones
autonómicas y municipales sobre tema tan sustancial, mal tratado y difícil como
es "El modelo de protección del
patrimonio cultural en Cantabria", con posterior coloquio.
Era tema difícil, pues lo del
patrimonio, sobre todo el cultural, afecta no solo, como dijo algún ponente, a
la sensibilidad de quien lo trata sino, más hondo, a sus valores, "los principios, virtudes o cualidades que
caracterizan a un grupo social, persona, acción, objeto,...que se consideran
positivos o de importancia para el conjunto social", por lo que su tasación
dependerá de las prioridades personales, culturales, políticas, sociales,... de
quien clasifique, también, seguro, de sus sentimientos y, con más fuerza condicionante,
de sus intereses.
Si hablamos del patrimonio como
algo personal, acudo a Philip Roth, sus correosas y descarnadas reflexiones
sobre su relación con la enfermedad y agonía de su anciano padre, escritas en
1991 y publicadas en 2003 en su dolorido libro "Patrimonio. Una historia verdadera", homenaje que es, además,
ajuste de cuentas con su difícil relación y el fuerte carácter de su progenitor
en el que, ahogado por la intensidad del calor humano que le provoca su
entregada atención al terminal y cruel deterioro físico y mental del ser
querido, sabe y escribe que tal período vital de su azorado padre, su
angustiosa exteriorización, las bolsas en que, hijo, recogió y ocultó al resto en
el secreto del baño los incontenidos excrementos de aquel, constituían su auténtico
mejor patrimonio que, por supuesto ajeno a lo material, al dinero, era simple,
sencilla, honesta, dura y sensible realidad vivida, historia propia, cariño,
trabajo bien hecho con el corazón, dedicación y tiempo, nada de oportunistas
atajos y "no podía tener más claro
por qué todo aquello estaba bien y era lo que tenía que ser, ahora que el
trabajo estaba hecho. De modo que esto era el patrimonio".
Desde valores esenciales como los
que describió Roth, dejando relativamente a un lado lo personal, veo que
también desde el punto de vista de lo social/común/colectivo es difícil realizar
una valoración del patrimonio que convenza a una mayoría, siendo igualmente -me
parece- imposible no referirlo todo a la esencial importancia del territorio
común al que tal patrimonio está inseparablemente vinculado, siendo por ello y
no por otro motivo que, un ejemplo, desde la Plataforma para la Defensa del Sur de Cantabria, asociación no lucrativa
-ni un euro de subvención de nadie- se defienda el patrimonio comunal -en
especial contra el atropello eólico- sabiendo que lo que está en juego es el
territorio común que nutre la vida social a través de las raíces que nos atan a
él, vinculado a los valores humanos de grupo, ideología, cultura, ética,
hábitos, tradiciones... de quienes viven en él; pese a ello, es difícil, insisto,
hablar de patrimonio para que te entiendan y, estando de acuerdo, te apoyen.
Hay otro punto de vista mucho más
extendido -egoísta y molesto-, ahora evidente en el jefe de los "rebeldes e igualitarios transversales"
que gritaban "¡podemos!", Pablo
Iglesias que, en la Madrid que no tiene un
parque eólico en sus dos sierras, una rica al noroeste, favorecida por la falta
de planes de ordenación y dotada de los mejores y más caros servicios, y otra
pobre al este, que ni siquiera puede garantizar los servicios sanitarios durante
la invasión estival, ha empezado a acumular patrimonio en la rica en forma de importante
parcela, casa hortera de nuevo rico, piscina privada y un precio tal que le obliga
a claudicar ante una cuantiosa -odiosa en su inicio político- y oscura hipoteca
concedida por la entidad financiera de su corro político; un crédito que, por
su colosal cuantía, o le es condonado, o da un pelotazo, o, sin remedio,
condicionará su vida, por mucho que, subversivo, asegure que él ha sido el
primero pero luchará para que un "patrimonio inmobiliario" como el
suyo sea accesible a todo el mundo.
Se trata de un lujo imposible
que espero no quiera imponer como obligatorio, pues unos pocos números alertan
sobre la locura y los efctos sociales de tan personal concepto del patrimonio.
Teniendo la provincia de Madrid 802.200 Ha. y 6,578 millones de habitantes, una
simple división informa que, entre suelo privado y de uso público, "tocan"
a cada vecino unos 1.200 m2, o sea que si él y su compañera y número dos, 40 y 30
años de edad, ocupan privativamente una parcela de más de 2.000 m2 han agotado,
privativamente, todo su suelo en la provincia de Madrid y, si es verdad que todos
somos iguales, no tendrían derecho a utilizar calles, plazas, parques,
carreteras, montes comunales, dotaciones y servicios,... de suelo común o
público; dicho de otro modo, si todos los madrileños tuvieran una parcela/patrimonio
privado como la suya, no quedaría ni un metro de suelo para uso público, siendo
incluso peor lo que ocurriría con el agua si todos tuvieran piscina, jardín,
huerta,... privadas.
Dejo atrás las
excentricidades de nuevos ricos, vuelvo a lo comunal, al patrimonio de todos, y
señalo que, frente a lo que dijeron en sus ponencias los políticos el pasado
lunes, lo común sólo se defiende honrada y legalmente, en primer y esencial
lugar, con educación que, siendo aquí la que es y dando de sí lo que todos
sabemos, exige el imprescindible apoyo de la ley, por mala que sea, una ley que
aquí ahora y en el caso del patrimonio cultural se apoya en decenas de Cartas,
Convenciones, Protecciones, Salvaguardas,... internacionales y, en nuestra
concreta provincia, tiene más de veinte años e identifica tal patrimonio
cultural con generosa amplitud como (art. 3) todos los bienes muebles,
inmuebles o inmateriales vinculados con nuestra historia y cultura, conjuntos
urbanos, lugares etnográficos, espacios industriales y mineros, sitios
naturales,...., definiendo con precisión (arts. 13 y ss.) las figuras de
protección -Bienes de Interés Cultural, Interés Local y otros-, atribuyendo a
nuestros representantes casi todas las competencias (art. 4) para su protección
e imponiéndolos (art. 5) deberes, como contrapartida, que suelen incumplir al
no aplicar el amplio régimen de protección (arts. 38 y ss.) que la ley fija.
Superada la
restringida, antigua, monumental, artística y decimonónica visión del
patrimonio e incorporada a ella la civilizada idea del "valor cultural",
aplicable al turbio caso, hoy debatido en los tribunales, del Hospital Militar
Napoleónico de Santoña, nuestra triste situación actual obliga, tristemente, a advertir
que nada es aquí ahora tan revolucionario como exigir que se cumpla la ley que hay
-imaginen qué sería si, además, la mejoráramos- para lo cual, si como los
ponentes dijeron no hay medios suficientes, habrá que exigirlos un acto de
voluntad política que elabore presupuestos adecuados a la correcta protección
de la civilizada idea del valor cultural, reduciendo, si es preciso, otras
partidas menos lógicas y justificables como, en ese ámito, el negro agujero de
despilfarro que es el "capricho Comillas", que exige explicación
detallada.
Los medios
disponibles para cada actividad de gobierno deben ser publicados con intención
de que sean conocidos/entendidos por todos, pues definen la voluntad política,
los auténticos valores de quienes gastan el dinero público y toda otra actitud
es la palabrería falsa que permite que el catedrático de Historia del arte de
la UC pueda afirmar en domingo y a toda página, sin que nadie lo desmienta,
que, por ejemplo, "el patrimonio arquitectónico civil de Cantabria está
abandonado a su suerte".
Además de la
exigencia de la ley como complemento de la -inexistente- educación cultural,
recordemos a Platón, el de las anchas espaldas y "La República", que
decía que "no acabarán los males para el hombre hasta que llegue al
gobierno la raza de los puros y auténticos filósofos o hasta que los jefes de
las ciudades, por una especial gracia de la divinidad, se pongan verdaderamente
a filosofar", lo que, visto lo visto, oído lo oído y leído lo leído, en
estos pagos parece manifiestamente improbable.
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