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Los domingos, cavilar
Próstata,
virus y genocidio
Fernando
Merodio
31/01/2021
"La pequeña población se halla en medio de una gran llanura
(...) Comienza con pequeñas chozas y termina con ellas. Al poco las chozas son
reemplazadas por casas. Empiezan las calles. Una discurre de norte a sur; la
otra de este a oeste" (Joseph Roth "Judíos errantes")
"El ser humano individual (...) es la unidad última de todo el
Derecho" (Hersch Lauterpacht)
"Los ataques a grupos nacionales, religiosos o étnicos deberían
pasar a considerarse delitos internacionales" (Rafael Lemkin)
Según los libros la próstata es una glándula de secreción
externa del hombre, del tamaño de una castaña, forma de cono de vértice
superior, situada en la pelvis detrás de la sínfisis púbica, delante del recto,
bajo la vejiga de la orina, que, a partir de la pubertad, elabora y segrega el
jugo prostático, licor que al eyacular mezcla con espermatozoides generados por
las vesículas seminales, lo que, incluso mal sabido, suena serio, en especial
cuando conocemos que, junto al agrado, llegados a una cierta edad apareja
riesgo real de cáncer, no tan malo para el atorrante "progreso"
feminista como el ubicuo de mama que sufren, totalitarias, injustamente sobre-protegidas,
algunas mujeres, un riesgo, aquel cáncer, que para mí, hace años, devino en grave,
real pues, con apariencia aun sana, me pesaron más, dicen, los genes del abuelo
materno muerto de ese mal en 1963, sin hospital, entre dolores y gritos, haciendo
que alguien, cruel y estúpido, lo atribuyera a castigo semi-divino, por su afición
a la -casi- siempre grata práctica sexual, lo que unido a haber causado también
la muerte de mi hermano menor y pese al éxito médico de mi grave, larga operación,
emborronado por un nocivo, infrecuente síndrome compartimental, suelo vincular
la cuestión individual de tan seria glándula a hechos, reflexiones y cosas importantes
del animal pensante.
No olvido la desapacible sensación que, ya antes de mi pelea
con las cancerosas células, la dificultad para orinar, la sonda y demás problemas,
tuve hace tiempo al leer un artículo de Muñoz Molina -por mí ponderado en otras
cosas, no en su querencia al calor de establo, al refugio en tablas que, a toda
su familia, facilita el grupo Prisa-, en el que, con crueldad en la que percibí mala ideología,
decía de Nathan Zuckerman, alter ego de Philip Roth
en sus relatos, tras ser operado de próstata, que “el
sátiro temerario de tantas novelas ahora es un eunuco; el varón arrogante y
enérgico tiene que cambiarse varias veces al día de pañal para no oler a meado”, algo irreal, brutal conclusión, alejada de la realidad,
sin duda por diferencias insalvables entre su cultura diaria -acaso- sexual y
la de Roth/Zuckerman, tan vitalmente dispares, afirmando que quien “parecía
prometer la gratificación universal y la juventud ilimitada, descubre con
estupor y rabia que le ha llegado la vejez y que delante de sí, igual que a su
alrededor, no tiene mucha más perspectiva que la enfermedad y la muerte”; descripción que provocaba mi desagrado, enojo, incluso
cólera, al incluir hipótesis sobre la vida del autor, concluyendo que, tal vez,
habría transmitido a Zuckerman “también su furia y su experiencia de la enfermedad”, lo que me obligó pensar que, sin duda, lo envidiaba.
No parece que el granadino, 65 años hoy, hubiera leído Patrimonio, el individuo en difícil grupo mínimo, el familiar, la turbadora
relación descrita por Roth a los 58, él enfermo y su padre en dolorido ocaso,
la forma en que lo describe y cómo limpia sus incontenibles excrementos; el
modo de hacerlo -“estaba bien y era lo que tenía que ser”- definía su real, más valioso, quizás, patrimonio y, si lo
leyó, no lo entendió, siendo inexplicable que le califique de sátiro arrogante
y le lance tarascadas, usuales en el -falso- mundo cabal de la SER y El
País, controlado por quienes ocupan lugar privilegiado en
la formación de una dañina "opinión
pública", (ab)usan (d)el poder en un medio que
calla, tapa porque le interesa, la corrupta gestión política del interés
general, de lo colectivo, tarea en la que, en este caso, él lanza homilías,
insisto en que quizás con envidia, contra la intransigente posición sexual del serio
novelista judío y el modo en que, voluntariamente, disfrutó libre los fluidos
de sus vesículas seminales.
Es lo de Muñoz Molina reflejo, cierto, del miedo -asentado ahora dañino en lo colectivo usando un mínimo manipulado bichito- un miedo que Manuel Cruz, filósofo de andanza triste en la PSOE, casi al tiempo integrado/expulsado de la acción política, identificaba no con temor al otro sino “a lo que de nosotros vemos en él”, definido hoy por lo que, en influyentes, cómodos ambientes, consideran correcto, ámbitos en los que en el tumor maligno vinculado a los genes y, dicen, también a algún insano hábito de vida- las células crecen libres, autónomas, fuera del orden fijado y, egoístamente, invaden lo vecino intentando apoderarse de ello, permitiendo construir feas metáforas de cómo, igual que el tumor nos invade uno a uno, la mala política se adueña de todos, de nuestra vida social so pretexto de una falsa seguridad, ocupándola violenta, privándonos de necesaria libertad, perjudicándonos sin valorar que, explica Spinoza en Tractatus Políticus, mientras la única virtud del Estado es la seguridad, “la libertad de espíritu o fortaleza de ánimo es, sin duda, una virtud privada”; conflicto individuo-colectivo muy dañino, pues, igual que las células cancerosas invaden el cuerpo físico y dañan su actividad, los actos administrativos -y los judiciales- disfrazados de política en la empantanada ciénaga actual, con un aquí ahora ajeno a revoluciones o cambios reales, -malos- profesionales asalariados muy caros aprovechan el mínimo virus del que no explican -¿saben?- nada, excediendo su estricto ámbito administrativo/judicial, condicionando lo privado para, sin que razón alguna lo justifique e, insisto, so pretexto de falsa seguridad, llenarnos de inseguridades, limitaciones y conflictos personales.
El individuo, su próstata, jugos, licores, vesículas
seminales, el uso que de todo ello hacemos, su degradación por la vida, lo que
significa, ha de tratarse -lo (pre)siento- con la seriedad del que sabe, como Philip
Roth en sus libros, con mucho más recato del que Muñoz Molina -hispano- (de)muestra,
siendo serios, con un saber teórico y real libre y una práctica precisa, sin
prejuicios, nacida como aquel saber, del pensar que fatiga la mente y el querer
leer, leer, entender lo leído y, luego, actuar, propio del individuo que, si
somos serios, evita la corrupción social que inoculan las -a cada cual peor-
políticas -de políticos- educativas; el gozoso uso libre de los jugos que tanto
parece molestar -¿lo envidia?- a Muñoz Molina y su ruina con el paso del tiempo
-¿del que se alegra?- nos llevan a una sería idea, a la libertad sin trabas en
las reflexiones de Fernando Savater sobre el libertinaje individual privado, negado
en la España eterna, farisaica, totalitaria cada día más, hoy dañada por progres
y -malas- feministas, un libertinaje que, lejos de contrariar “las
exigencias de la convivencia general”, precisas “para
armonizar la libertad de todos”, las potencia.
Vinculado tanto a la seria espirituosidad de la próstata
-del griego, prostátés, "que está delante", "protector", "guardián"- como a la irritación que me genera que, en eso, llegara
-no Fidel- un mínimo, útil virus que, copiando la insana estrategia de los
desarreglos glandulares, con la firme ayuda totalitaria del capital, la policía
y los "políticos" de la "ley
mordaza", ordenó a todos parar… y -casi
todos- paramos, me he enganchado a la lectura de "Calle Este-Oeste. Sobre los orígenes de 'genocidio'
y 'crímenes contra la humanidad", de Philippe Sands, jurista
que regresó a sus orígenes, a su abuelo, Leon Buchholz, judío militante en los
duros años de sozialismo nazional, a su ciudad natal, Lemberg, Lviv, Lvov, Lwów,
que cambia de nombre y país, Polonia, Austria, Alemania, Galitzia, Ucrania,
según quien decide, cambios que destrozaban individuos al marcial paso nazi,
como hoy, con leves gradaciones, al gusto de los inventores de idiotas naciones
de naciones, esenciales patrias -contra la unidad del género humano- y encuentro
a Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin, pioneros del derecho de gentes que,
partiendo uno desde el individuo, la próstata, y el otro, desde los grupos, el
manipulado, mínimo virus, acuñaron dos esenciales conceptos que habrá que
atender: los "crímenes contra la
humanidad", reconocido en el juicio de Nürnberg
y la Resolución 95 de la ONU y el "genocidio", que recogió la Resolución 96.
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