116 Los domingos, cavilar
Covilación 31
Apocalipsis... no es el virus
Fernando Merodio
02/08/2020
"Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas: porque el tiempo está cerca" (Apocalipsis o Revelación de Juan I.3)
“Tenemos que vivir, por muchos cielos que se hayan derrumbado” (D.H. Lawrence. Inicio de "El amante de lady Chaterley")
“La política comienza cuando nacen sujetos políticos que ya no definen ninguna particularidad social, sino que definen, por el contrario, el poder de cualquiera” (Jacques Ranciere)
Esto se hace pedazos, el reciente
dato del caos en la economía, el PIB, el valor monetario de los bienes y
servicios que hemos producido y han sido comprados por el usuario final, caído entre
abril y junio un 18,5%, mientras entre enero y marzo de 2009, en el punto
álgido de la llamada "crisis
financiera", la caída fue un 2,6%, un séptimo, y en 1936, la (in)civil
guerra, -se estimó- un descenso anual del 26,8%, 6,7% trimestral, un tercio que
en tiempos de confinamiento y boca tapada, pero, ¡todos tranquilos!, la culpa es
del virus que nos tiene inquina,... no nuestra ni, menos aún, de los políticos.
Aún más grave y dañino es que números
manipulados en falsas estadísticas que tan bien explica el INE del servil
psoecialista José Félix Tezanos, puertochiqueño listo, de aquí cerca, nos dicen
otras cosas como que ese mismo cruel trimestre el pequeño virus, solito,
destruyó -algo sin precedentes- casi un millón cien mil -1.100.000- de los paupérrimos
veinte millones -20.000.000- de empleos que, de ruina en ruina, aún aguantaban
-considerando empleo incluso las bicocas oportunistas de los aventureros de la
política, su record de altos cargos, funcionarios, asesores... clases pasivas-,
que hacen, tras la masacre de puestos de trabajo -mal- asalariado, que un
millón ciento cincuenta mil -1.150.000- de esas familias que -dicen- preocupar
a "Evita" Iglesias, el del
gran chalet, la policía y la piscina... hasta el borde de agua escasa, tengan a
todos sus miembros sin trabajo, mientras él, sonrisa de conejo, aprieta -su-
dinero en el puño cerrado que, vaya a saber por qué, alza cuando un tarugo de
Vox le llama "comunista" sin ninguna razón, al tiempo que "Revilluca", cosita con bigote, entre
el rey y Sánchez, anuncia despilfarros con no sé qué dinero: el sempiterno AVE,
insistencia en el fraude del dañino abuso eólico, al que ahora invita a Repsol
y sus 1.400 Mw en Aguayo, va a arreglar Solvay, levantar un elefantiásico MUPAC
y, ¡otra vez!, "su" sede,... Con lo que está lloviendo, se ríe de
nosotros, pues nos sabe acrentes de "conciencia
de clase".
Sentí seria vergüenza, un -viejo-
rubor al releer durante un rato mis -también viejas- multicopias de los “Cuadernos” de Marta Harnecker y
Althuser, hace siglos subrayadas en -entonces- ilusionado intento de apre(he)nder
la idea marxista de clase o entender cómo un sistema social que impulsa la
explotación del hombre por el hombre permite a unos pocos usurpar parte importante
del valor -plusvalor- que solo es generado por la fuerza del trabajo, al tiempo
que de crear grupos sociales opuestos de esclavos y amos, siervos y señores,
obreros y patrones, explotados y explotadores,...., aclarándonos Marx que esas
clases sociales son grupos humanos cuyas diferencias iguales se asientan en la
injusticia, la apropiación de la fuerza del trabajo de casi todos por unos
pocos, lo que es expresión del abuso nacido del desigual acceso a los medios de
producción y, por ello, si queremos igualdad justa, no hay otra alternativa que
el enfrentamiento entre las clases antagónicas en los tres niveles de la
estructura social: el económico, en especial
en el lugar de trabajo, con las clases usurpadas haciendo frente a la espoliadora
que abusa, el ideológico, que debe hacer
uso de una revisada teoría marxista para oponerse al hoy brutal poder ideológico
del capital, que amplifican, dulcifican los medios de comunicación y, por
último, el político, la lucha de clases para controlar los aparatos
de poder del Estado; explican Marx, Althuser y Harnecker que, evidentes las
contradicciones en la sociedad, la lucha de clases acabará en derrota o en
revolución social, legal o ilegal, pacífica o violenta, que podrá fin a las
injustas relaciones de producción, al robo del plusvalor y la explotación de la
mayoría por unos pocos para, tras la toma por la mayoría del poder político, sustituir
todo ello por una igualdad justa; y es nuestra obligación, al menos,
intentarlo..
Refresco conceptos evidentes aún actuales
y reacciono frente a “progresistas”
que, elegidos por raros que aún votan, rinden pleitesía y cuentas al peor
capital y, al tiempo que nos confinan y nos tapan la boca con dañinas y
sanitariamente inanes mascarillas, legislan con impúdica celeridad para aupar al
-más sucio- capital hasta el control -aquí y ahora- del futuro, la gestión del fundamental
negocio energético, pese a saber que es él quien nos trajo a la escorada pendiente
que lleva a la masiva derrota humana.
Eso es lo que hay y en lo que hoy
se enfangan todos, absolutamente todos los partidos, sindicatos, asociaciones
subvencionadas,…, cada uno a su modo, con un ansia de mínimo poder vicario, sueldos,
chalets, prebendas,…, obligados a vendernos pactos contra natura, corrupto invento “progre”,
que aquí es con un regionalismo cutre y egoísta, residuo local del reciente
viejo franquismo y allá con el populismo del tramo más patético de Evita Perón
y con todo el que, sea quien sea, esté dispuesto a sumar su voto a -malos-
presupuestos ¡Intenten hablar con ellos
de lucha de clases!
Pero aun las hay, quizás no sean tan
obvias como cuando Marx las destripaba o, incluso, cuando Althuser y Harnecker
lo resumían y multicopiaban y, por ello, debemos ser conscientes de nuestra explotación,
de que aún es urgente y humano luchar contra ello y, aunque argumentos tan
sólidos y actuales como los de aquellos tres aquí estén dañados por feos hechos
como ver a un descerebrado de Vox llamar "comunistas" y halagar a insufribles burócratas, poco solidarios
e improductivos, sin conciencia de clase, debiendo limitarnos a apretar los
puños, mordernos la lengua y recordar al filósofo que explicó cómo el capital
no hace caridad, “invierte en partidos
políticos como quien lo hace en solares en la playa, inversiones rentables”,
lo que, me parece, es razón sobrada para, antes que sea tarde, tomar conciencia
de que no siendo admisible ni un minuto más de silencio cómplice, debemos insuflar
vida a lo que Marx, sabio, identificó como conciencia de clase y, en realidad,
era llamamiento a la lucha.
Nuestro Apocalipsis me devuelve a los años cincuenta, a la aburrida,
incómoda y útil capilla colegial, a la torpe y pesada mampara que la agrandaba
o empequeñecía, a la masoquista semana
santa, al crucificado, a miedos nacidos de sermones, a evangelios recitados a
trozos, a intereses de otros,…, cosas viejas de lo que el soplo de los años, el
trueno de la razón, las lecturas, la vida vivida aventaron, dejando la amable marca
de una infancia -que sé- perdida y el poso indeleble de ideas, sabores, olores,
sonidos, tactos,... no todos agradables, sabiendo hoy que el bello, hermético Libro del Apocalipsis que nos leyeron a
trozos como evangelio para desatar miedos en niños lo escribió un tal Juan, no
el apóstol, a fines del siglo I de nuestro calendario y también se llama Libro de la Revelación, pues, en griego,
apo-calipsis significa revelar, des-cubrir, referencia a Calipso, la
ninfa homérica, que cubrió, ocultó a
Ulises en su “Odisea”, debiendo concluir,
pues, que Apocalipsis no es lo que yo
creía en mi infancia de capilla, sermones, miedo, masoquismo, evangelio a
trozos, ajenos intereses,..., sino otra cosa.
D.H. Lawrence iniciaba “El amante de Lady Chaterley” diciendo
que “la nuestra es una época
esencialmente trágica (…) Estamos entre ruinas”, pero "empezamos a construir de nuevo, a tener de nuevo pequeños
hábitos, pequeñas esperanzas", de modo que, como Rilke, Rousseau o
Nietzsche, críticos con esta "civilización", vital melancólico,
amargo defendía que la mejor, casi única forma del saber humano es lo primitivo,
lo instintivo, lo sexual, y en su último gran libro, editado tras su muerte, titulado,
por cierto, “Apocalipsis”, junto a una feroz crítica a la sociedad moderna, razonaba
en defensa de una vida “conectada con el
cosmos, el sol y la tierra”.
El viernes, El Roto se fue hasta
setiembre y, a su modo, recomendaba que, a pesar de los -muchos- árboles, intentemos
ver, desentrañar y vivir en el bosque.
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