domingo, 5 de julio de 2020

112 Los domingos, cavilar Covilación 26 De la seducción de lo cómodo Fernando Merodio 05/07/2020

112 Los domingos, cavilar 

Covilación 26 

De la seducción de lo cómodo 

Fernando Merodio 

05/07/2020 

“(…) Detrás de la imbecilidad no hay nada. Ni siquiera maldad. O interés turbio. Ni siquiera conjura de demonios. No hay nada. Nada. Pero es que absolutamente nada” (María Zambrano. Prólogo de “España, sueño y verdad”

“La política española resulta tan difícil de explicar al extranjero porque está toda entera contaminada de delirios” (Antonio Muñoz Molina. “Estado de delirio”

En Francia, en 1965, María Zambrano escribió el prólogo a su colección de ensayos “España, sueño y verdad”, señalando como originalidad respecto a “Pensamiento y poesía en la vida española”, volumen previo, que la habitan, “no sólo autores y obras”, sino “también un personaje no acuñado por el pensamiento poético, ni dibujado por el discursivo, (…) ‘el idiota’, cuya existencia es, sin duda, universal, (…) con distinta forma y significación según la morada donde habita”, que no nace del poeta ni del filósofo, extraña tanto la reflexión como la palabra y, si se aferra al verbo y repite mecánico una como “el sol, el sol, el sol”, ni se entera, “aunque vaya y venga, no retrocede ni avanza, no va a ninguna parte, no se dirige a lugar alguno, aunque en llegado a alguno se detenga”, lo que Zambrano conecta con las “cosas pequeñas” de Kapuscinski o “el Instante” de Kierkegaard al afirmar, exiliada de una España difícil, que, tras “treinta años de experiencia crítica (…) detrás de la imbecilidad no hay nada. Ni siquiera maldad. O interés turbio. Ni siquiera conjura de demonios. No hay nada. Nada. Pero es que absolutamente nada”, lo que Muñoz Molina me recuerda reciente al hablar en un “Estado de delirio” de que “la política española es tan difícil de explicar al extranjero porque está toda entera contaminada de delirios”, ajena a la racionalidad o el sentido común en todos sus discursos, tanto, añado yo, los de derecha que está orgullosa de conocerse como los de la vergonzante que se dice “progresista”, ambas simples egoístas vísceras, sumisas al siniestro poder en la sombra, al capital, ajenas ambas a la reflexión libre, a la palabra sonora o luminosa, al pensamiento poético o discursivo, dos derechas y cada una crece fuerte, es historia, en terrenos roturados, sembrados y regados por lo más “idiota” de la otra. 

Hoy el problema no es la derecha declarada, sino prever en cada instante cual será el engañoso golpe que nos dará el gobierno “progresista”, débil e insolvente derecha que se dice socialista, radical,…, incluso -en el límite de su delirante travestismo- comunista, adicta -en su inane afán infantil por vivir en la Moncloa- a diálogos y pactos contra natura con el capital y la rapiña nacionalista -la derecha más evidente- y que, salvo la secta de los descamisados abrazada a un enloquecido delirio peronista, son hijos y nietos de aquellos que un 14 de octubre, en 1974, con Franco aun vivo, se reunían en Suresnes, junto a París, para elegir secretario general a un hábil abogado sevillano que, con las cárceles llenas de gentes del PCE y las Comisiones Obreras de entonces -entre otros, nuestro “Cote”-, como un niño que se cubre la cara con las manos para no ser visto, fingía ocultarse, innecesario, tras un apodo pretencioso, “Isidoro”, al tiempo que viajaba con pasaporte expedido por Fernández Monzón, Casinello, Faura,…, el Servicio Central del Gobierno ¡de Carrero Blanco! Decían, ya entonces, ser la “izquierda” y, con su turbios actos, impedían la “ruptura democrática” que impulsaba el PCE, la sustituían por la “reforma pactada”, ¡ay los pactos!, y hacían que Carlos París, comunista, catedrático de Filosofía de la Universidad, escribiera en sus “Memorias sobre medio siglo” que la “transición” a la democracia fue “un proceso custodiado con la CIA, por la conservadora socialdemocracia europea, en el que se hundieron las fuerzas creadoras”, con el sucio, único objetivo de evitar a toda costa la presencia del PCE, “el Partido”, en el gobierno; esa era la derecha que, en 1982, sí llegaba al gobierno empujada por aquel 23-F, que aun hoy exige memoria histórica. 

El 24 de enero de 1977, lo más oscuro del sindicato vertical, el fascio de Girón de Velasco, viejo patrón de Revilla, asesinaba a tiros en su despacho de la calle Atocha a Javier Benavides, Serafín Holgado, Ángel Rodríguez, Javier Sauquillo y Enrique Valdevira, y malhería el cuerpo y el alma de Lola González, Miguel Sarabia, Luis Ramos, Alejandro Ruiz y de todos los militantes del sindicato de clase y “el Partido” que, veintisiete meses después de la parodia de Suresnes, muerto incluso Franco, aún eran ilegales, clandestinos, perseguidos,…, pese a lo que muchos de ellos, en torno a sus treinta años, con familias asustadas, niños, sueños,… daban, con una gran marcha de duelo comunista, la postrer patada de “el Partido” al muro fascista, haciendo insufrible lo que ocurre desde entonces, obligados a ver a lo más selecto de los nuevos "idiotas" que repelen el verbo, el pensamiento, a ese sujeto con la coleta como único mérito, mimético seguidor de Evita, señalado como albacea “comunista”, hoy mero socio oportunista de la reaccionaria socialdemocracia que, apoyada por la CIA -a la que pagó con un silencio, cómplice, sobre sus turbios vuelos- llegó a lo más innoble por anular las vidas, esfuerzos, sacrificios, torturas, años jóvenes de cárcel,... comunistas y ofende al trueno de la razón en marcha que un “idiota”, una coleta, trampas, irrelevancia, egoísmo ambicioso… usurpe hoy de esa pequeña parte de la historia. 

De Suresnes a Atocha transcurren veintisiete meses, trayectos divergentes que, a poco que se piense, exhiben una perverso afán de manipulación de lo reciente, haciendo daño el silencio sobre, por ejemplo, Paracuellos, no hablar de ello para, con pelos y señales, explicarlo, la cobardía de no pedir y dar perdón al resto, que miserables “idiotas” tuerzan los hechos de una guerra (in)civil con héroes… y canallas. Lo razona María Zambrano, al diferenciar al poeta del filósofo, su uso de la palabra como cuerpo sonoro o luminoso, al llamar a la reflexión, al “diálogo silencioso del alma consigo misma” e imaginar (temer) avalanchas de “idiotas” ajenos al verbo que, limitados a su ir y venir, no andan y, “aunque en llegado a algún lugar se detengan”, muestran que “nada les turba ni les altera” y, ajenos a la reflexión, al discurso, a la palabra, se aferran a la más sonora, para destrozarla, “diciendo, el sol, el sol, el sol”. Pienso en ello, me emociono una vez más al ver “El hombre que mató a Liberty Valance” y admirar a quien, solo desde el callejón y sin pedir nada a nadie, ajeno a la ley injusta, resuelve el problema o, de otro modo, con la agria sensación, acaso cruel, de estar ante una calculada argucia cuando, en “Pelando la cebolla”, Günther Grass justifica su juvenil adhesión a las Waffen SS, con una turbia razón cómoda, “me dejé seducir por el nazismo sin hacer preguntas”, reflexionando sobre Albert Speer, padre de la iconografía y la arquitectura nazi y Gertraud Junge, secretaria de Hitler, que estuvieron con el führer hasta el hundimiento: “Podemos hundirnos, pero nos llevaremos a un mundo con nosotros”, recordando, en fin, tres libros de lectura vieja, “Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia”, de Stefan Zweig y “Responsabilidad y juicio”, de Hannah Arendt, dos reflexiones éticas sobre el hombre y la dura fatiga de -intentar- distinguir bien y mal, y -ponerse a- hacerlo frente y, en fin, “Nosotros, los hijos de Eichmann”, de Günther Anders, dos amargas cartas abiertas del filósofo -“probablemente el más agudo y lúcido de los críticos del mundo tecnificado”- a Klaus, hijo de Adolf Eichmann, responsable del traslado de judíos a los campos de exterminio, cartas en las que expresaba su firme convicción de que somos hijos de Eichmann y, si no reflexionamos, seremos engranajes de la maquinaria que movió la idea nazi de liquidación industrial de humanos, de producción sistemática de cadáveres, siendo difícil distinguir el bien del mal si, con quienes nos rodean, prejuzgamos en la dirección de lo fácil al hacernos la pregunta muelle, útil coartada, ¿quién soy yo para juzgar en contra del resto? Mucho de lo anterior, lúcido como siempre frente a la seducción de lo cómodo, lo resume en dos viñetas El Roto.

EL ROTO 04/07/2020               EL ROTO 05/07/2020

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