261 Los domingos cavilar
Lo que hay fuera del
submarino (Das Boot)
Fernando
Merodio
05/03/2023
“Deseaba vivir una situación en la que no deba enfrentarme a la realidad” (Teniente Werner, corresponsal de guerra, en “Das Boot. El submarino”, tras decidir integrarse, en 1942, en una peligrosa/desconocida misión del U-96).
“Con el submarino ya no habrá más batallas navales, y como se seguirán inventando instrumentos de guerra cada vez más perfeccionados y terroríficos, la guerra misma será imposible”. (Julio Verne)
El
pasado lunes, 22.00 horas, con Rosa ya acostada, en el viejo, bajo incómodo sillón
de nuestra casa, frente al, también viejo, televisor, me apresté, cada día más
crítico, a aquilatar de nuevo el antibelicista, claustrofóbico aviso de Das Boot, -en traducción literal El barco y en España, siempre creativos, El submarino- los 209’ de la Directors Cut Restoration, montaje del
director, Wolfgang Petersen para, de nuevo, comprobar cómo nos reduce sólo
cumplir, en el mínimo espacio que nos adjudican -en el film, el del castrador submarino
U96- lo que nos ordenan; a aquellos marinos la ignota misión bélica que marcaba
el lúgubre, aciago -no muy distinto a muchos de sus enemigos- Hitler, que mudó
la extrema irracionalidad bélica en norma.
Era octubre de 1941 y, en plena II guerra mundial, el
submarino alemán U96 salía, para el
director “un viaje a la locura”, de
la base de La Rochelle (Francia) en -incierta- misión
y, en él, junto a la tripulación, embarcaba un corresponsal de guerra de Goebbels
que, en tercera persona, narra la trama que protagonizan el capitán, líder experto,
controlado, fuerte, de cuyo criterio e iniciativas dependen tanto él mismo como
la tripulación, apoyado en un buen maquinista, vital en el funcionamiento del
submarino y al que los ataques con bombas de profundidad causaban pánico, un
teniente afín a la irracional norma nacional-socialista,…, todos ellos exigidos -militares por supuesto- a cumplir
un deber profesional previamente marcado y, en lo personal, a devolver vivos -a
la vida- a esos hombres sometidos al hacinamiento, aburridos, con miedo,… en el
sumergible, siendo su esencial misión atacar a los barcos -que alguien les ha
señalado como- hostiles, por ejemplo un convoy del que, al emerger, comprobaron
horrorizados cómo algunos de sus marinos flotaban ardiendo vivos sin que -era
la guerra- los límites del submarino les permitieran auxiliarlos, alentados
solo por la posibilidad de, de tarde en tarde, cruzarse con algún U-boot amigo; tras recibir la orden de dirigirse
a La Spezia, Italia, al tratar de atravesar
el estrecho de Gibraltar, plagado de barcos británicos, cayeron
a una fosa de 280 metros de profundidad, lo que sometió al U96 a una presión
-casi- insoportable, aplastamiento del casco, roturas, filtraciones que lo inundaron,
provocando grave riesgo de muerte por asfixia de toda la tripulación, pese a lo
cual, el liderazgo del capitán y el heroísmo del resto, tras horas de
angustioso trabajo consiguen devolver al barco a la superficie y regresar a La Rochelle, donde les agasajó Karl Doenitz, máximo grado de la armada
nazi que, el 8 de mayo de 1945, ordenaría firmar la rendición y, con ella el fin
de la II guerra mundial en Europa,
siendo entonces, cuando parecía que el U96 había concluido sus penurias, que un
bombardeo sorpresivo de aviones Mosquito,
ingleses, provocó su hundimiento y, en el muelle, la muerte de su apéndice, el
capitán.
Un submarino encarna con precisión agobiante el atávico
rechazo de muchos -entre ellos, yo- a los pequeños espacios cerrados y, peor
aún, masificados, es una -muy- pequeña lata de sardinas que -no entiendo cómo-
flota y navega sobre y bajo las aguas, significando para su tripulación
cualquier avatar negativo -me parece- casi la muerte, como lo evidencia el dato
de que de los 40.000 marinos submarinos alemanes -“madera de héroe o alma de loco”- en aquella guerra murieran 30.000,
un 75%, frente al 60% de soldados de -la también arriesgada- aviación, elevado
porcentaje entonces motivado por la belicista locura de Hitler, hoy la de
otros, que condenó a aquellos jóvenes, casi niños en casos, densamente
hacinados, oliendo a excrementos y aterrados, a convivir con la condición -en
escasas ocasiones- de cazadores y -casi siempre- de presas, en un ambiente de
opresivo desamparo y angustia constante.
Sin pretenderlo, sin notarlo, casi contra mi voluntad, la
incómoda, obsesiva situación que narra Das
Boot me llevaba al día a día, a lo cotidiano de quienes no acatan las
imposiciones de todo tipo con que la diaria arbitrariedad nos pretende confinar
dentro límites similares a los del claustrofóbico barco, pretensión a la que solo
es posible oponerse desde una férrea estructura, en ocasiones más dura que la
del submarino, con la sustancial diferencia de no obedecer los dictados
político-administrativos de quien -en realidad- manda, ese Das Kapital que, con precisión de cirujano, diseccionó Karl Marx, sus
continuas imposiciones que, con arbitraria ilegalidad, desde el exterior trata
de imponer a los auto-confinados discrepantes insurrectos que, al contrario que
la tripulación, “militar por supuesto”,
de Das Boot se enfrentan al injusto “sistema”, en el bombardeo -aquí ahora- de
continuas, ilícitas normas de establo nacidas al cómodo rebufo generado por la
-para “ellos”- útil “pandemia” siendo, en especial, dañino el
perruno comportamiento, servil al amo, de los medios de comunicación, peligroso
por astuto el de El País o la Ser y bovino hasta la obscenidad,
arrastrado por el suelo el de los míseros plumillas de El Delirio Montañés que en nuestro pequeño, mínimo territorio nos inoculan
a diario, desde la vasca Vocento, el
capital internacional, la banca y la Iberdrola
de Sánchez Galán; tal es el sistema que exige cambiar Greta Thunberg y que,
“progresistas”, no cuestionan ni el
jefe de planta Sánchez ni su amorfa troupe
transversal que nos aseguró “poder”, dos
que aparentan criticar la coherente lección de capitalismo que, con evidente
crudeza, nos ha dado la Ferrovial de
del Pino.
En los escasos momentos en que, abandonando el periscopio, los
resistentes suben a superficie, abren la escotilla y asoman la cabeza fuera del
caparazón defensivo, en lugar del embravecido Atlántico que, al hacerlo, afrontaba
el capitán del U19, ellos aquí se encuentran con el hediondo aluvión de proyectos
ilegales eólicos, dañina generación energética y dinero, mucho dinero que quieren
regalar a “ellos”, ese sucio 1% que
combaten los enclaustrados, unos
proyectos que -todos- los (des)gobiernos, regional, estatal, comunitario, títeres
del capital, se empeñan en autorizar a los del Pino/Ferrovial que en el mundo hay, esos 40 -o como mucho 400- ladrones
que acceden, sin riesgo, a la cueva -que el cuento dice- de Ali
Babá, personaje que, además
del Group privado chino de comercio electrónico en Internet, ventas business-to-business, al por menor, a
consumidores,…, fue personaje del -no tan- infantil relato, pobre leñador persa que, testigo de, en el
bosque en el que él cortaba madera, la entrada de una banda de 40 ladrones a la
cueva donde escondía su tesoro, aquí ahora sustituido por los miles de millones
de euros que, aunque dicen de Europa, son de todos y quieren regalar a los
autores del ilegal, corrupto, delictivo destrozo eólico, un destrozo y un latrocinio
de miles de millones que han sido, son y -si no lo impiden los enclaustrados -homenajeo,
en ellos, a, clandestino, “el partido”,
heroico, traicionado PCE- serán -inevitablemente-
perpetrados, en beneficio del criminal 1%, del capital, por la funesta
dirigencia de las fétidas mercantiles que hoy se dicen partidos, sin escrúpulos
traidores a la res pública, un
latrocinio del que el senil purriego, aventajado discípulo del fascista Girón
que hoy pretende retirarse ayudado por el plácido calor de establo/paraíso
fiscal del “amigo” mexicano, recalcitrante lenguaraz ignaro, dice no saber nada
y para, siempre cobarde, salvarse él, arroja a los cocodrilos lo -en
apariencia- mejor de su bóvida cuadra, Gochicoa y del Jesus; son momentos
tétricos, mucho más de lo que el despistado imagina y, con ser muy desagradable
la vida dentro de él, lo malo no está dentro, sino fuera del submarino y conviene
recordar a cómodos y apoltronados que, lo escribió Marx en el opúsculo “18 de brumario de Luis Bonaparte”, “la historia ocurre dos veces, la primera
como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa” y, aquí
ahora, esa segunda la interpreta el peor actor posible, el engendro de los
medios-basura que es Miguel Ángel Revilla.
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