257 Los domingos cavilar
Despeñados con el “solo sí
es sí”
Fernando Merodio
05/02/2023
“Otros se
fatigaron/ y vosotros os aprovecháis de sus fatigas” (San Juan 4,
39).
“Me gusta
estar en compañía de exploradores” (J.M. Barrie, autor de “Peter Pan”)
“No puede afirmarse que quien no se
resiste ni se niega expresamente está consintiendo, pero por mucho que la ley
diga que ‘solo sí es sí’ habrá que demostrar, igualmente, que no dijo que sí”
(Mercedes García Arán. Catedrática de Derecho Penal).
Siendo
cierto que, engañados por sinvergüenzas ineptos, nos despeñamos, suelo cavilar
sobre mis emocionados recuerdos de Rozadío, el Robacío que José María de Pereda
identifica en una breve cita de “Peñas
arriba” como lugar de origen del buen Chisco, fiel criado de don Celso y
Marcelo, señorito madrileño, pues era -y es- Rozadío un muy pequeño pueblo,
entre 50 y 100 vecinos, de la cuenca media del río Nansa, dañado por la
(in)humana codicia del dinero que, al construir subestaciones eléctricas, canales,
la Cohilla y otras presas menores en años muy duros, robó su agua sin pagarla,
hirió al río, reprimió su fiero, natural bramido peñas abajo; el Rozadío en
que, años después, un niño vivo, canuco,
ojos garzos, vivía los primeros
afectos de la familia que Freud le explicó más tarde, empezaba a andar, hablar,
leer, escribir, sumar, restar, multiplicar, dividir, disfrutar la fascinante
mentira de las aventuras del barón de Münchhausen, ilustradas por Gustavo Doré,
honrar a doña Gloria Cubas, su primera maestra, querer y temer a quienes estaban
enfrente, rozarse, compartir lo natural, el monte, el árbol, el río, el pájaro,
el jabalí, el zorro, el lobo,…, explicar la mar a otros niños que, ¡tan cercano!,
no lo conocían, trepar pindias peñas,
hacer sopas en el río con los mismos morrillos que lanzaban los pastores a
ovejas y vacas o, grandes y apilados, formaban morios que dividían el verde en mil pequeñas haciendas, 4 niños y 3
niñas despertando a la vida mientras “consentían”
indagarse, daban patadas a un balón, lujo cuadrado entonces, rodaban el aro, se
aventuraban en consentidas estivas de
fruta ajena, comían “andrinas” y
moras de las zarzas, se ortigaban y arañaban, daban formas diversas a las varas
del avellano, disfrutaban, resistían, apartaban la vista de la horrísona
degollina, pública, cruel, alimenticia matanza del chon,…, aquel niño llevó
orgulloso a Santander, con 7 años, la u
final del habla de aquel valle de la montaña profunda, esa u que en la ciudad le señaló pueblerino que había absorbido por los
poros de su cuerpo lo primero y más importante de sus primeros andares en la
España triste, injusta y gris del cruel farsante consentido que fue Franco y lo
mejor del pueblo en que vivió, feliz, una infancia afortunada.
Pasados
70 años, hoy sé, con Rainer María Rilke, que “la única auténtica patria del hombre es su infancia” y no se debe pensar
“que el destino sea otra cosa que la
plenitud de esa infancia”, mientras Séneca me enseñó que “Patria est ubicunque bene est”, que la
patria está donde estemos bien y, mezclado con recuerdos de aquel niño y aquel
pueblo querido, con afán seriamente comprometido contra lo duro que siempre ha
sido -y es- lo que egoísmo y miedo han dado en llamar vida, mantengo un cierto
regusto satisfecho al constatar que aquellos recuerdos me hacen barruntar
lógica la idea de que soy miembro de una patria, un patriota, un tranquilo,
viejo y melancólico patriota con un amor -casi- físico por sentimientos que al
tiempo son desinteresados, egoístas, generosos, ciegos, vinculados a fatiga,
razón y ancestros, percepción que explica de modo insuperable, sabio en Marx, el
novelista, crítico de arte, pintor, poeta,… John Berger, con especial pálpito
en los relatos de “Puerca tierra”,
primer libro de la trilogía “De sus
fatigas”, como el bello poema “Hierba”,
en el que dibuja una sexual relación con la siega, “Mañana / jadearán las guadañas / al caer sus ropas”, cerrándola en
amorosas estrofas, “Y me cegará el sudor
/ cuando la cargue / segunda mujer bajo mi techo”; una relación de amor, patria,
ancestros incrustados en el tuétano, placenteras fatigas, restos de lo querido,
lo bien hecho, sexo,…; al menos, a mí me lo parece y lo aprecio como emoción
distinta de la que, a su modo local, medroso, conservador, egoísta, enfrentado
a las revoluciones de su tiempo, narra José María de Pereda en “Peñas arriba” cuando, acabando el
libro, explica que en su relación con la tierra, con el duro y hermoso,
lindante con Rozadío, valle de Tudanca, Tablanca, “tan cabal, tan intensa, tan continua ha sido mi felicidad en ese
tiempo que a veces me espantan los temores de que no haya sido mi gratitud tan
grande como el beneficio recibido, y un día me hiera la justicia de Dios en lo
que más amo, para recordarme lo que le debo”, creando una relación
metafísica, religiosa, mística, que vincula al mito de una tierra bella y dura
que, en metáfora, se levanta hacia el cielo, peñas arriba, relación con la que Pereda, burgués, hombre de
ciudad, distinto del marxista Berger, disocia al campesino de lo real, la vida,
el día a día, su patria.
Pienso que, aunque uno
de mis hijos me critica que “la idea de
hablar de uno mismo siempre es peligrosa”, merece la pena asumir el riesgo
consciente, al precio incluso del ridículo, e intentar decir lo que se piensa, equivocarse,
evidente, en el intento y lo hago ahora integrado en una pequeña, activa,
coherente Plataforma que frena en
seco la tropelía energética del deslenguado fascista Revilla, para quien lo de
los trenes “es una chapuza incalificable
y tienen que rodar cabezas", así que, informado, uso la cruel idea del
inepto gandul y le pregunto: ¿Qué cabeza rodará
por lo que, durante más de 15 años, han causado tus ilegales chanchullos con
los polígonos industriales eólicos?
En otro pequeño
rincón de la memoria tengo a ACAAT, otros
exploradores, asociación de nombre críptico que -siempre- me recuerda al ofuscado,
tenebroso capitán, perseguidor del Leviatán, de la monstruosa ballena blanca,
Moby Dick, una asociación cuyo nombre fue simple acróstico de gente seria agredida
que se enfrentó al abuso, la estupidez, la injusticia y la insolidaridad rampante,
que luchó, porque quiso, a cara descubierta contra el horrible poder que define
la ilógica alianza de Administración lejana y próxima, empresas eléctricas,
bancos,… y que , con su ejemplar rebelión cívica, en 1988 frenó un salvaje
ilegal, dañino e innecesario -salvo para “ellos”-
tendido eléctrico, pues lo decidieron TS,
dos veces, y la UE; fueron años de
fatigosa, desigual lucha siempre acompañada del horrísono, aturdidor ruido de
la presión abusona del “delirante”
Vocento que controla el capital vasco, en especial sin fatiga, solo con dinero,
Iberdrola, mientras la gente de ACAAT, enfrente del capital, tenía que
pedir permiso en sus trabajos, usar sus días para ver sobre el terreno cómo,
con la permisiva mirada del (des)gobierno próximo y lejano, las eléctricas
-siempre- ocupaban dominio público y
privado con una enorme subestación y tendidos gigantes, alevosos y nocturnos desviaban
arroyos y dañaban el más importante humedal interior de nuestro pequeño y
marginado territorio, obligándonos a asistir a la impúdica exhibición de legaloides
triquiñuelas que fingían justificar su penúltimo desaguisado: era una
asociación que amplió el tamaño de alguna de las bolsas de resistentes de que
escribía John Berger y me provoca recuerdos, reflexiones subjetivas pero reales
de las que solo yo respondo y que, sin duda, son búsqueda del mejor método que
me lleve -de nuevo- a Rozadío, a Neverland,
al País de Nunca Jamás, a la infantil
patria, en que vuelva a ayudar a Peter
Pan y los niños exploradores o, al menos, lo intente.
Hoy, bancos y eléctricas
tienen sus mayores beneficios históricos, llamamos fijos discontinuos a los
parados, el salario mínimo sube menos que la inflación subyacente, luego baja, la
desigualdad nos devora,… y, al tiempo. las incapaces, cada día más adaptadas al
etilo burgués, reprimidas/represoras, enfurruñadas fingen pensar, dicen poder y,
una vez consolidada la de violencia de género, se enfangan en otra -también coercitiva-
nueva ley que, a las viejas diferencias une enfrentar -aún más- a hombres y
mujeres, una ley indocta, no pensada que, para destruir -lo poco que queda de-
la grata relación sexual, decreta algo tan original, reclamo de detergentes
como “solo sí es sí”… siempre que,
además, lo certifique un notario, obviando, sectarias, a la -para ellas
machista- catedrática de derecho penal que exige a quien acusa “demostrar
que no dijo que sí” ¡Ay, lo que estas harían, de
pillarlos, a los niños de Rozadío!
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