251 Los domingos cavilar
Peligrosa (in)división de poderes
Fernando Merodio
25/12/2022
“Dividir. (Del latín dividere) 1. Partir o separar algo en partes. 2. Distribuir o repartir algo entre varios. 3.
Desunir los ánimos o voluntades
introduciendo discordia. 4. Averiguar
cuantas veces una cantidad llamada dividendo contiene otra llamada divisor (…) 6.
Separarse de la confianza, amistad o
confianza de alguien.”. (Del Diccionario
de la Real Academia Española)
“En cada Estado hay tres clases de poderes: el legislativo, el ejecutivo
de las cosas que pertenecen al derecho de gentes, y el ejecutivo de las que
pertenecen al civil. (Montesquieu.
“El espíritu de las leyes”. 1748)
Siempre fue
visible, generada por el capital, la lacerante, eterna, egoísta desigualdad a
la que, estructural, se une ahora el grave riesgo de que seamos -al tiempo- tan
majaderos y canallas como para no hacer nada frente a la grave responsabilidad
de la emergencia climática, hoy amalgamada aquí con el agobio de la vieja -y, de
nuevo, intensa- sensación -no postergada- de que a quienes sin auctoritas, ayer el ejército y la camada
de Girón de Velasco, Revilla & Co y hoy los -solo- (pre)ocupos por el comercial
interés de “sus partidos”, nos mandan
y, pues no les importamos, como ayer, nos meten de hoz y coz en un turbulento
conflicto que nos conduce hacia no se sabe dónde y nos obliga a cavilar sobre tal
sensación, para explicarla, sabiendo que no es neutra sino anuncio del ya vivido
-por mí, al menos- totalitario ultraje a los tres poderes que se contrapesan,
en medio de una provocada, muy peligrosa división.
El
diccionario de la R.A.E. “fija, limpia y
da esplendor” al significado, definición, etimología, ortografía, pronunciación,
separación silábica y forma gramatical de las palabras y, en esta cavilación
parto de los significados de “dividir”
que cito arriba, atiendo a los tres primeros y, desde el punto de vista de la “división” como mera operación aritmética
interpreto el significado 4 como “descomponer
un número al que denominaremos dividendo en tantas partes como indique otro, al
que llamaremos divisor”, provocándome preocupantes dañinas ideas de cómo se
puede desmoronar la bienintencionada teoría de la “división de poderes” que, método para ordenar el funcionamiento de
-y controlar- todo el poder de auctoritas
que almacena la sociedad con el alambicado método de pesos y contrapesos que, aplicados
a ejecutivo, legislativo y judicial, hace ya casi tres siglos esbozó Charles
Louis de Secondat, barón de Montesquieu, generando una aritmética posibilidad
divisoria ad infinitum que puede
llegar a quasi-anularnos, por lo que, educado en la seria convicción de no
dividir, pues “el género humano es la
Internacional” -comunista-, me reafirma en la intuición de que -ahora- los
“progresistas” y -siempre- los “liberales”- respetan sumisos, incluso
convencidos una hoja de ruta marcada por otros para dividirlo todo y eternizar
a los parias en una -para ellos y sus amos- conveniente, permanente, profunda
indefensión.
El riesgo
es grave y exige que, levemente o, mejor, con la energía posible, cada uno se defienda
y ayude, si le es viable, a que otros lo hagan, por lo que mis cavilaciones tienen
ahora vocación defensiva, incluso de ataque que cambie -está claro lo que de él
opino- “el sistema”, razón que
explica su título. Robespierre, o que
lo abra una rotunda cita que une al revolucionario jurista francés con la
escolástica medieval, Tomás Aquino, y moderna, padre Mariana, “Cuando el gobierno viola los derechos del
pueblo, la insurrección es para el pueblo el más sagrado e indispensable de los
derechos” e, incluso, que lo ilustre la didáctica imagen de una ejecución -¿la
del propio “incorruptible”?- mediente
el aséptico -sin gérmenes, ni compromisos,
ni muestra de emociones o expresión de sentimientos- artilugio de matar que creó
el cirujano Guillotin, todo ello vinculado a la ilusa idea de reunir -y difundir
lo que pueda- unas cavilaciones que -acaso-, además de para pertrechar mi
personal visión de lo que sucede y pese a no saber bien cómo, tras cavilar, se
difunde lo escrito ni, -casi- creer que así ocurra y ser su diseño de un
magistrado-juez que suplió mi torpeza -no uso unintelligentphon, me niego a llamarlo smartphone, ni credit card,
ni carnet de conducir,…, solo poseo el ordenador exigido para ejercer como
abogado, instrumento de lucha más que medio de vida- las cavilaciones
publica(da)s puedan servir para, iluso de mí, que con su difusión alguien pueda
defenderse -o atacar- mejor.
Hace
días, José María Lassalle, que fue Secretario de Estado de Cultura, publicaba una
opinión titulada “Lawfare y empate
catastrófico“, mostrándose preocupado por el peligro “instalado en las instituciones” en forma de guerra jurídica -‘lawfare’ para los anglosajones-, una refriega que
menoscaba el prestigio del ilustrado “espíritu
de las leyes” y conduce, según él, a “lo
que el populismo latinoamericano describe como un ‘empate catastrófico’”, que se puede definir como hostilidad sin
trazas de solución entre dos proyectos o -más bien- ambiciones y, en efecto, si
olvidamos el poderoso interés externo a la política, solo económico -que igual atenaza
a los dos enemigos- oculto en la sombra, mandando en ambos, esa ‘lawfare’ y ese ‘empate catastrófico’ definirían precisos la sucia rivalidad mercantil,
aquí entre PSOE y PP y sus mutuos permutables, acólitos; el día siguiente, era
Pedro Cruz Villalón, expresidente del TC, quien en el mismo influyente,
progresista medio, opinaba sobre el peliagudo asunto de tal guerra con espurio
uso de lo jurídico y riesgo de acabar generando una crisis constitucional, que,
en medio de una alarmante escalada verbal –que dicen- política, él imputa a “los hábitos de los dos grandes partidos,
acostumbrados a repartirse el CGPJ” (ab)usando de que, quien tenga la
mayoría, al controlar el Consejo, controla el tercer poder, el judicial, para
concluir el jurista institucional, entre otras cosas, que lo habitual es que
los “usos (…) reduzcan la actividad
parlamentaria a la estricta emisión de un voto en sentido preestablecido”,
afirmación que critica cómo, salvo los peores de ellos, los díscolos -que
dicen- tránsfugas, los legisladores huyen del menor mandato representativo que
les vincularía a sus ofertas electores y se aferran a la alimenticia sumisión imperativa
a las exigencias de sus mercantiles-partidos.
A partir
de ello, ¿quiénes son hoy aquí los enemigos a que hay que hacer frente? Por
supuesto, siempre, el codicioso, dañino capital y, junto a él, los tres inanes
poderes, que, a rebufo siempre del dinero, han mutado en uno indivisible, único
conformado por la indisoluble amalgama que propician, con calor y olor de
establo, las mercantiles-partidos, obvio en el caso de -los que dicen- legislativo
y ejecutivo, compadreo que, sin vergüenza, hoy absorbe ese judicial dividido
por los -gozosos- medios a tenor de que los
amamanten las intercambiables, ilícitas ambiciones de los que se autoproclaman
“liberales” y/o “progresistas”, una u otra; a partir e ello, ¿cree alguien que un
hombre de leyes -que, además, ni siquiera legisle- aupado por las
mercantiles-partidos a un cargo cuyo objeto sea defender el statu quo de quienes le aúpan, admite
ser ubicado, incluso, en lo más derechista de la izquierda?
Larga
coda indignada sobre cómo nuestros sufridos, partidistas legisladores son frenados
y oprimidos en su tarea.- Al tiempo que los refinados padres de la patria -da
asco hasta ironizar sobre ello- se quejan de que el -también mugriento- CGPJ
les impida legislar -como quieran- sobre la forma de tan judicial consejo, aunque
sí posibilite los pactos del jefe de planta con sus socios, desleales todos al
contrato social, desde la independentista/golpista “izquierda/derecha” hasta
los estrafalarios que aseguraban “poder”,
su “liberal-progresista” medio de
cámara colaba hace días un suelto que abría con un insulto a la inteligencia
colectiva sobre “la primera reunión ¡en
diez meses! de la ponencia para la reforma de la (…) ley mordaza”, aclaraban
más abajo que la tan -por ellos- vilipendiada ley se había aprobado, en 2015,
hacia casi 8 años, por supuesto “por el PP” y acababan alardeando de que
tan lenta ponencia acordaba, ¡igualitaria!, que, sin anularlas, “las sanciones se gradúen en función de los
ingresos del infractor”, sin que, probada -por ellos- la utilidad del uso
de tan represora ley, se refieran al anuncio electoral de derogarla, ni al
órgano judicial que obstaculiza su épico trabajo en este -malhadado- caso y,
aunque lo parezca, no es broma.
Postdata.-
Ayer, de nuevo, El Delirio Montañés regalaba
a Manuel Ángel Castañeda, siempre ínclito, media plana de la libertad de
expresión que usurpan al resto, para que regurgitara un despojo titulado: “Que produzcan ellos. Tras años de proyectos,
decepciones, polémicas y oposiciones radicales, Cantabria permanece al margen
del desarrollo de energías renovables”. Será lógico cavilar, otro domingo,
sobre ello.
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