94 Los domingos, cavilar
Energía y bicicletas
01/03/2020
Fernando Merodio
"El socialismo puede llegar solo en bicicleta"
(José Antonio Viera-Gallo, del gobierno de Salvador Allende).
"La equidad mantiene una relación inversa con la velocidad"
(Ivan Illich, Energía y equidad)
"En los tiempos oscuros ¿se cantará también entonces? / También entonces se ha de cantar. Sobre los tiempos de tiniebla" (Bertoldt Brecht. Poemas de Svendborg)
Para no inducir a error, aclaro que cuando encabezo con socialismo esta cavilación no estoy pensando en la mercantil PSOE ni, menos, en el descacharrante peronismo populista de chalet con piscina, pienso en cosas más serias.
En tiempo de inquietud, un amigo me muestra y me anima a leer el pequeño libro "Energía y equidad. Los límites sociales de la velocidad", editado en 2015 y, antes de hojearlo, veo que su autor es Iván Illich y la fecha de su primera edición 1973, lo que, de inmediato, me lleva a inquietudes de los años 70 del siglo pasado, tan anciano soy, al CIDOC de Cuernavaca, México, del que Illich -no trabucar con Vladimir, Lenin- fue su fundador, sacerdote austriaco, ligado a cierta forma de acracia y autor, entre 1971 y 1976, de tres libros que me marcaron, La sociedad desescolarizada, 1971, La convivencialidad, 1973, y Némesis médica, 1976, que defendían relaciones sociales libres y cultas, libros contra ciertos portes de la sociedad, cada día más actuales, la escuela que obliga a materias regladas adaptadoras del hombre a la máquina, formadoras en despilfarro y consumo, ajenas a educar, algo hoy evidente en juventud y niñez, la (i)lógica industrial de la tecnología al servicio del capital, que produce en exceso, de modo frenético, con crecimiento ilimitado o el turismo feroz, no el viaje que es otra cosa, todo ello enemigo de una sociedad que conviva más, basada en la acción autónoma y creativa de sus miembros y en herramientas más simples, no manipulables por el poder y, para cerrar el círculo, hospitales a imitación de cárceles, que tratan de asegurar que funcione la maquinaria social, hospitales cuyos errores y vicios, con los matices que se quiera, causan más muertes que las que evitan, junto a una medicina cuyo último avance, desde la asepsia -que tan cara pagó I. Semmelweis, como relata Celine en su admirable tesis doctoral- fue la penicilina.
Explica Illich en "La convivencialidad" que "la superproducción industrial de un servicio tiene efectos secundarios tan catastróficos y destructores como la superproducción de un bien", pues a partir de aplicar tal el servicio y superar un cierto límite -él lo denomina umbral- se genera lo contrario de lo que, en teoría, se pretende conseguir, poniendo los ejemplos de que la escuela, con tanta información reglada sin explicar, esas enormes mochilas infantiles y el depredador iPad -o como se llame- son paradigma de no educar, desconectar naturaleza, hombre y máquina, con actividad ilógica, poco inteligente, mecánica, al tiempo que la medicina hospitalaria, lo mismo que -en ocasiones- palia determinadas enfermedades nocivas para el sistema, produce otras nuevas a partir de sus errores, ignorancia e, incluso, tratamientos, sin que, por otro lado, sepa explicar y tratar elementales enfermedades del cerebro o siquiera cosas tan simples como el débil -y expansivo- virus que tiene toda la pinta de ser anuncio -¿experimento?- de otro más dañino, incluso más expansivo que, de modo voluntario o involuntario, sirva para resolver los evidentes problemas de exceso de población que, para el poder que -pues le dejamos- nos marca el ritmo, tiene hoy nuestro baqueteado planeta; un nuevo virus frente al que solo resistan quienes, por razones obvias, dispongan de las medicinas u otros medios para hacerlo frente.
En el librito que me ha dejado mi amigo alerta Iván Illich de que, "cuando la industria automovilística -el capital- hegemoniza el sistema de transportes, acaba por dificultar la movilidad", respecto a la que, inteligente y didáctico, explica que "tráfico" es todo "movimiento de personas de un lugar a otro, cuando están fuera de sus hogares, sin importar el medio de transporte" y diferencia el "tránsito", referido exclusivamente a "aquellos movimientos que ponen en uso la energía física del ser humano" del "transporte", que describe aquellos otros "desplazamientos que utilizan otras fuentes de energía, en su mayoría -en 1973- motores de combustión" y razona, con la mejor justicia lógica, que "tan pronto como los hombres dependen del transporte no solo para sus viajes de varios días, sino también para sus trayectos diarios se revelan las contradicciones entre la justicia social y la potencia motorizada", hasta el extremo de que solo "a pie, los hombres tienden hacia la igualdad", pues, desde el momento en que las máquinas ponen a nuestra disposición una potencia determinada, dañan la igualdad entre los hombres; unos razonamientos, los de Illich que, unidos a la generosidad inocente de la juventud, hicieron que, pese a la insistencia de mi padre en regalarme a los 18 años, como luego hizo con mis dos hermanos, que aceptaron, los altos costes de un carnet de conducir y un coche, me negara a renunciar al saludable, cotidiano e igualitario paseo, al uso exclusivo de mis piernas y al transporte público.
Más de 50 años después, cuando las crueles estructuras de dominación del capital están a punto de colapsar con daño para todos nosotros, excepto para los causantes y, además, repugnan, ¿a quién no producen nauseas, en concreto ahora, la actitud de la UE, turcos y rusos con los hombres, mujeres y niños sirios?, ¿cómo se puede sorprender alguien de que haya lo que, solo porque nos aterroriza a nosotros, decimos terrorismo?, es evidente que las ideas de Ivan Illich y, siempre, las de Karl Marx sirven para resignificar con Bensaïd las -muchas- virtudes del comunismo, separarlo de la ganga que el siglo pasado lo convirtió en algo tan fácil de destruir de modo falaz por el capital y, aquí ahora, por cutres como Jiménez Losantos & Co y, así, volver a lo que alguien llamó su "corriente cálida" que haga frente a la apocalíptica sociedad postindustrial convirtiendo ambas teorías en sencilla herramienta lógica para lograr la real transformación necesaria y profunda de las relaciones sociales.
Animan en la lucha por un mundo más lento, justo e igualitario, menos motorizado, la vuelta al ritmo lógico del caminar humano, el carro y la bicicleta, las sentencias del alto tribunal holandés, condenando las emisiones de CO2, y británico, paralizando la ampliación del aeropuerto de Heathrow, como aquí, a otro nivel, hicieron TSJC y TS frenando el destructivo atropello de los 1.400 corruptos Mw, que quisieron regalar al oligopolio eléctrico PSOE, PP y PRC, lo que no impide que, aún hoy, con cómplice apoyo mediático, el consejero Francisco Martín, que ostenta el difícil e indigno baldón de ser el más inepto de quienes nos (des)gobiernan, emperrado en la demente carrera hacia una veloz -enemiga de la equidad- implantación de polígonos industriales eólicos en las montañas, mienta con desfachatez hasta en el parlamento según Europa Press, sin que los medios escritos, digitales o de papel, se hagan eco de la Tribuna que, con argumentos y datos, lo denuncia: "El consejero Martín, ineptitud y mentiras", lo mismo que, como me documenta otro amigo, el capital y sus siervos amontonan, dañinas sin tratar, en Valdeolea, las escorias, arenas de molde, restos de fundición,... de Reinosa.
Empiezo a leer "Tres mujeres", retrato periodístico de un tabú, la sexualidad y el deseo femeninos, escrito por Lisa Taddeo, que durante ocho años recorrió Estados Unidos "para seguir la historia de tres mujeres normales y corrientes -muy distintas- y explorar cómo el deseo sexual ha moldeado sus vidas" y así transmitir "verdades esenciales sobre las mujeres y el deseo", manteniéndose temerosa de que "la resaca del puritanismo no va a desaparecer", pues las mujeres aun luchan "por un compañero que les dé un bebé". Intento comprobar si lo escrito ratifica o desmiente mi convicción de que las "feminazis" -más nazis que femis- del -(des)igual- ministerio de la duquesa consorte de Galapagar, entre otras, no van a lograr que las relaciones que, sexo y deseo, han unido, unen y unirán a los jóvenes sean por escrito -ante juez, autoridad, notario o sacerdote-, ungidas por el lazo de "pareja sólida" y la insostenible maternidad múltiple a que -vaya usted a saber por qué- ella ha conducido las suyas.
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