192 Los domingos cavilar
Al otro
lado del espejo
Fernando Merodio
07/11/2021
"Así aquí estaré igual de calentita que en el viejo cuarto- pensó Alicia-; en realidad, porque no habrá nadie que me regañe por acercarme demasiado al fuego. ¡Oh, que divertido cuando me vean en el espejo y no puedan atraparme! (Lewis Carrol. "A través del espejo y lo que Alicia encontró allí")
Vamos a cavilar sobre cosas del lado de acá del
espejo, pongamos que hablo de Meritxel -Batet-, Pedro -Sánchez- o Carlos
-Lesmes-, piense cada cual en qué -y cómo lo- hacen y, a partir de ello, piense
en el tiempo perdido desde que, a fines del siglo XVII, en especial -a partir
Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu y su De l’esprit des lois- desde 1748, la literatura jurídica y política
insiste en defender lo de los tres poderes del Estado: legislativo, ejecutivo y
judicial; racionalista convencido de las reales potencialidades del hombre
para, mediante solo la razón, acceder a la realidad y ser feliz, Montesquieu, seguidor
de Descartes, Spinoza y Newton, quiso facilitar su logro descomponiendo el
poder político -que él llamaba autoridad- en tres que, a tenor de los
mecanismos de la teoría de vectores en física, se contrapesaran entre ellos,
dificultando la injusticia y el abuso y propiciando una sociedad libre presidida
por la ley; afortunadamente para él, ni siquiera pudo imaginar en qué ha acabado
tal teoría.
Hermosa idea utópica la de los tres poderes, irreal en
la práctica, formalmente plasmada aquí en la Constitución de 1978 con una
regulación -anacrónica e inexacta- de los -que dicen- poderes del Estado que
posibilitó que un osado practicón de la política, mínimo y pegado a tierra,
Alfonso Guerra, acabara con la ilusión y dejara, desde su mínimo poder abusivo,
todo claro al sentenciar hace años: “Montesquieu
ha muerto”, algo tan cierto que, no nos engañemos, obliga a abandonar toda
nostalgia de lo que, pudiendo haber sido, no es y aceptar que la teoría de Secondat
y su idea lógica sobre la feliz libertad del hombre, es infecunda y obliga a
cavilar sobre ello.
Primero. Hay un poder, sin auctoritas, que manda sobre los tres poderes, políticos, que son mera
ilusión de gestionar las migajas que aquel, el real. deja caer sobre ellos mientras
(des)ordena y manda en el mundo desde el otro lado del espejo, donde, tras el azogue
y la plata/aluminio, por muy avizor que estemos, no lo vemos, mientras el
espejo muestra la fea imagen de los tres -supuestos- poderes políticos.
Segundo. Tan -ideales- poderes que vemos desde este
lado del espejo son fiel imagen nuestra, nada, filfa, anuncio de un pequeño viejo
residuo, mera gestión mínima por entes partidistas cuyo único objetivo es ganar
-a toda costa- elecciones para crear estructuras mercantiles trucadas desde la
base, antidemocráticas, serviles al dinero que financia, clónicas, cuyos pocos
militantes no justifican que nadie -y en especial la Carta Magna- les otorgue la
apariencia de expresión esencial del pluralismo político.
La “nueva”
libertad que, insólitos, anunciaban los que decían poder y hoy exprimen la
flácida política, no emancipa, oprime al individuo, disuelve toda idea que
transgreda el orden injusto que ellos imponen a su interés electoral, genera inseguridad
jurídica, demoniza la libertad del opositor/detractor, defiende lo transversal
que no molesta al poder del capital, -una rara- corrección que, coercitiva, nos
imponen con fanatismo.
Tercero. ¿Y el tercer poder, el judicial? En general
se ejerce por funcionarios de la ley impuesta que -muchos-l se creen sabios
preparados para, asépticos, aplicarla sabiendo que emana del poder real y
consolida la injusta desigualdad entre iguales; la diaria presión del poder
real y las miserias de la "política"
dañan la teórica asepsia y, cada día, la afecta el evidente poder de partidos y
capital, mientras cada individuo/juez cede independencia ante lo peor de la
sociedad, mientras se organiza en vanas asociaciones -sin duda- políticas,…, todos
ellos fallos dañinos para el uso de tal poder.
Con tal currículo, palmarés o como cada cual lo llame,
los del vicario triple poder tratan de (re)movernos, de tiempo en tiempo, para que
les cedamos lo que ellos ven nuestra mayor, casi única fuerza, el voto para
-dicen- representarnos, provocación irritante frente a la que hay tres respuestas:
1) someterse y votar, 2) abstenerse al desconfiar de quienes dicen
representarnos o 3) militar en las -viejas- ideas del -hoy desnortado- filósofo
Gabriel Albiac, citado por Gustavo Bueno en su “Panfleto contra la democracia realmente existente”, cuando decía “nunca voto. Que alguien hable en nombre mío
me da náuseas. Es una fobia respetable, pienso. Si no lo es, me da igual. Lo
respetable siempre me dio un ardite. Pagar a alguien por representarnos (no amo
el teatro) se me hace, de entre los despilfarros el más bobo. Sigo la norma
epicúrea (que es, pienso, única moral materialista) y trato de mantenerme lo
más alejado del afán político: es eso, solo eso, lo que me permite analizarlo”;
sea cual sea nuestra respuesta, no debiéramos olvidar que, como en las lúcidas
películas del cine negro, mientras duros matones presionan, torturan a la
víctima, indefensa, asustada, sola, desde arriba, en la parte de atrás del
espejo, los que mandan -casi- siempre sin riesgo, miran, valoran crueles, al
tiempo que -insisto en que seguros- producen daño y asco.
Lo agrava, decía Walter Benjamín
en "Calle de dirección única", la
evidencia de que incluso “la libertad de hablar se está perdiendo. Antes, quienes mantenían una
conversación se interesaban por su interlocutor, pero ese interés se ha sustituido
por la pregunta sobre el precio de sus zapatos o de su paraguas. (...).", idea que José Luis Pardo, actual, desarrolla "En defensa
de la esfera pública" al explicar que "(...) hemos llegado a la asombrosa paradoja, ilustrada a la perfección
por el permanente estado de negociación y desgobierno de la política española,
de que la esfera pública está llena de vergonzosas disputas entre intereses
particulares, que obscenamente se oponen al interés público, (...) la libertad
de conversación se está perdiendo" y quien pretenda -desde su alcance- ejercer tal "libertad de conversar o hablar", pensar para decirlo y generar efectos en lo público, sabe que
existe un peligroso freno impuesto por el poder de quienes, para mandar, solo piensan
en ellos, con el enorme peso y alcance que la gestión de la -útil, amplificada-
"pandemia" y el imparable "desastre
climático", exactos y
actuales, tan bien definen y, si queremos solucionarlo con lógica humana, exigen
más que palabras y subir el tono para hacerlo más claro, entendible y, en
especial, desagradable para los que, sin querer escuchar, como avisa Pardo,
además, "pretenden imponer esa
renuncia -a hablar- a los (...) que defienden la necesidad de la esfera pública (...) que
no quieren perder su independencia intelectual y su libertad de pensamiento", pues, sin duda, lo consideran "pedir demasiado".
Se evidencian -cada día- más ambiciosos
egoísmos de diversas fratrias -de sangre, de intereses, iglesias, partidos,
medios, empresas, sindicatos, ONGs,...- en torno al momio, que Greta Thunberg
define, lúcida y gráfica, con la onomatopeya blablablá
y ocupan cada día un mayor espacio
social intentando impedir que quienes no se plieguen al interés del poder -real-
y ridiculicen sus -ridículos- "argumentarios", puedan utilizar la lógica, pensar y,
hablar para difundirlo libres, mientras, frente al espejo, vemos el paradigma de
la palabra del Günther Grass anciano que, en “Pelando la cebolla”, trató
de justificar su afiliación junior a las Waffen SS -menos cobarde que,
como hace Revilla, ocultar un fascismo alimenticio tras “(des)memoria histórica” y
fingir ahora adhesión a sus víctimas-; es algo tan en exceso cómodo como “me dejé seducir por el
nazismo sin hacer preguntas”, o como dijeron Albert Speer, padre de
la iconografía nazi, o Gertraud Junge, secretaria de Hitler, “Podemos hundirnos,
pero nos llevaremos a un mundo con nosotros”, aferrados a la
postrer, cobarde falta de esfuerzo de, sabiendo qué ocurre, no intenta frenarlo,
como escenifica el repugnante troll Revilla que, a su nivel y aquí ahora, (re)tuerce
la (des)memoria -que él dice- histórica, intenta anularla por ser referencia
que le perjudicaría, y trata de conseguir que, dado lo difícil que a algunos parece
resultar distinguir bien y mal, (ab)usa de -su inicuo- poder y pre-juzga, intentando
conducir al resto hacia una pregunta muelle, cómoda, la útil coartada de ¿y quién
soy yo para ir contra -casi- todos a este lado del espejo?
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