183 Los domingos, cavilar
De la servidumbre voluntaria
Fernando Merodio
05/09/2021
"Que hasta los
bueyes gimen bajo el yugo, y los pájaros se lamentan en la jaula (...) Y puesto
que hasta los animales destinados al servicio del hombre no pueden
acostumbrarse a la esclavitud, (…), ¿qué fatalidad pues ha podido
desnaturalizar al hombre, único nacido para vivir libremente, hasta el punto de
borrarle de la memoria la dignidad de su ser primitivo y el deseo de recobrarlo" (Étienne de la Boètie, "Discurso de la servidumbre voluntaria")
Un
observador medio se alarmaría al ver cómo los españoles -bueno, quizás solo un
98,7% de ellos- son sumisas víctimas -igual que cuando el dictador Franco- de los
efectos no sanitarios de una muy -bien e intensamente- publicitada pandemia,
que ha provocado como síntoma esencial la preocupante, castradora, fácil
tendencia de ese 98,7% a convivir -siervo voluntario, insisto, como cuando
Franco- con los mil abusos que simplemente convienen a los políticos, medios y,
en especial, al poder real.
Étienne
de La Boètie, 1530-1563, vivió 33 años y murió por la peste, gran amigo de
Montaigne, alto funcionario jurídico, fue precursor de la resistencia no
violenta y la desobediencia civil en tiempos duros, autor en 1548, con 18 años,
de los quince folios del Discurso de la
servidumbre voluntaria o Contra uno que,
25 años después de su muerte, pudo publicar Montaigne, advertencia moral frente
al tirano y, más aun, frente a quienes, a su sombra, le sirven, un Discurso en el que osa pensar por sí
mismo, cuestionar conformismo y obediencia, asumir, con todos los riesgos, ser dueño
de sus actos y equivocaciones, evidenciar cómo multitud de seres de apariencia
inteligente, sin explicación lógica, se someten al déspota; La Boètie identificó
el arcano, lo abrió y cerró sin diferenciar el poder legítimo del ilegítimo ni,
por fortuna, aportar soluciones, por lo que conviene leerlo y, tras ello,
valorar lo nuestro de hoy.
Desde
1939, tras el conflicto (in)civil de las muchísimas víctimas y hasta morir en
la cama en 1975, mandó en nosotros un tal Francisco Franco, general dictador bajito,
barrigón de voz atiplada que, con un
ejército golpista y -además- servil, ganó una guerra; coexistí con él 30
años y, estricto, digo que abusó de fuerza para imponer leyes injustas que españoles
obedientes -incluidos catalanes y vascos- avalaron; buen ejemplo de la
servidumbre voluntaria que diseccionó La Boètie, más grata para unos que para
otros y -dicen que- corolario del miedo, pues es cierto que, mientras el tirano
vivió, solo unos pocos, casi todos comunistas, le hicieron frente.
Muerto
el perro sin que se hubiera acabado con la rabia ni aceptado algo tan simple
como respetar el contrato social y valorar la ley, se aprobó una Constitución -dicen
que- democrática, se revivieron partidos, viejos y nuevos, hoy descapitalizados
de ideas y convertidos en sociedades mercantiles con telegénicas gerencias sin
cualificar que, pasado medio siglo, consideran conveniente -para ellas- volver
a hablar del general que tiranizó siervos voluntarios, al que la PSOE, tras
haber estado desde 1939 -o quizás antes- hasta 1975 de vacaciones silentes, hoy
revitaliza, apoyado por los insolventes que, tras lucrarse de ella -como ahora a
costa nuestra- traicionaron la idea del movimiento emancipador en América
Latina y sufriendo, al tiempo, la extorsión siempre insana de la codicia
independentista, más hostil que nunca, un trío al que, con su torpe e
inasumible -nueva/vieja- lógica, solo se opone, simplemente para sustituirlo, una
poco aconsejable derecha, pues, si aún hoy existe, el marxismo, que fue
obsesión víric y oposición casi única al sátrapa, permanece silente, de perfil
ante la historia.
El comisario Croce, creación de Ricardo
Piglia, dice algo tan exacto como que "el
horror y la idiotez reinan en el mundo", medio en el que el cimbrear
intrigante de Pedro Sánchez, ¡gran jefe de planta!, finge derrotar a Franco con
fraudes de ley y normas tan infames -casi- como las de aquel, olvidando que la
batalla ideológica solo la ganarán, unidos, pueblo y Estado de Derecho, luchadores
honestos y buenas normas, nunca por el fácil atajo de los desbocados Decretos
ley ad hoc; quizás fatuo, cavilo
sobre lo que habría que hacer, pero por respeto a los pocos que lucharon contra
el tirano los 40 difíciles años de gremial servidumbre voluntaria, desprecio
que la mercantil PSOE, vendedora de crecepelo entre restos de naufragio, unida
a penenes del oportunista huido Iglesias y al independentismo hostil hayan
levantado de nuevo, cada uno con sus oscuros fines, la pétrea losa que cubría los
restos del hoy poco peligroso sátrapa, para dar -otro mal- carpetazo a una
parte tan indigna de nuestra reciente historia.
Los
indignantes ejemplos de nuestra pandémica, actual servidumbre voluntaria que,
leído La Boètie, basaríamos en el miedo que enquistó el franquismo en el grupo,
dan titulares de opiniones oportunistas en los más diversos ámbitos, como “Vacunarse es una obligación cívica y
solidaria”, defendido en El País,
neoliberal/progresista biblia, por Martín Pallín, octogenario largo, magistrado
emérito y ex-fiscal del Tribunal Supremo que, mientras estuvo activo, no fue ejemplo
para nada y, hoy -tan mal- apoya su inquisitorial tesis de vacunarse porque sí,
servidumbre voluntaria, en algo tan pueril como que, según la constitución,
todos tenemos “derecho a la vida”, “a la integridad física y moral” y a la “protección de la salud” y es el poder
público quien “organiza y tutela la salud
-también- pública”, derechos
garantizados en igual -inexistente-
forma práctica que la libertad, seguridad, honor, intimidad, trabajo, salario y
vivienda digna,… para todos, sin olvidarnos de lo de expresarse, relacionarse,
asociarse,…, claramente pisoteado por las vacunas, mascarilla/bozales,… impunes
que -dicen- garantizan salud pública y vida, (pre)ocupación del octogenario
Pallín que, para colmo, basa sus triviales razones jurídicas en el oscilante “saber” de poco fiables expertos
asalariados de multinacionales médicas/farmacéuticas, cuyo lucro -lo siento y pienso-
defienden.
Idénticos
vanos argumentos usa López Garrido, que huyó con votos -y, también, sueldo y
cargo- comunistas para trepar -él- en la PSOE y hoy ser vicepresidente de la Fundación Alternativas, trituradora
ideológica desde la que, siervo de sus jefes, intenta desacreditar la sentencia
que declaró inconstitucional el decreto de alarma -que debió ser de excepción-
en base, como Pallín, al sacrosanto cajón de sastre en que el progresismo, dúctil y maleable, convierte
el -por todos apreciado- “derecho a la
vida” y, también en El País,
titula, inquisidor doctrinario, que “El
constitucional se olvidó del derecho a la vida”, defendiendo, por encima de
la estricta pulcritud al aplicar la norma, la colectiva “servidumbre voluntaria” que pretenden imponernos -corruptos-
partidos.
No
es fácil encontrar forma más gráfica de sumisión espontánea a lo que exigen oportunismo y sucio poder que el impudor del
capitán español que, parte de las tropas que perpetraron la vergonzosa evacuación
de afganos en Kabul, nos insulta en el mismo medio con un titular contra
lógica, ética, sentido común,…: “Nunca
pensamos que tantas vidas iban a depender de nosotros”; si es que su
profesión le recomendó, algún día, pensar, ¿qué pensaba el capitán que estaba
haciendo allí?
Cavilo
sobre la actual, dañina, real, irreversible emergencia del clima que agrede a
diario a todo el mundo, a la desigualdad rampante, al abusivo poder del 1% que,
desaforado, crece y, para animarnos a ser sus siervos voluntarios, anuncia más
y más -dañino- crecimiento controlado por ellos, causa del daño actual, ahora
adueñándose del territorio común con molinos gigantes y miles de placas, mientras
la mayoría calla, el egoísmo lloriquea ¡aquí
no! y, como siempre, solo unos pocos luchan por todos.
Coda optimista y advertencia.- Ha vuelto, tras sus vacaciones, la seriedad a El País con El Roto preguntando en un apocalíptico desierto: “Hola ¿Hay aún alguien ahí?”; vuelvo a él mientras releo -y animo a hacerlo- el Decreto de excomunión de Baruch de Spinoza, cumbre de la filosofía que, en 1656, tiempos muy peligrosos, osó no ser siervo voluntario… y decirlo, recibiendo una -muy actual- respuesta: “Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o transcripto por él”, pero él, tenaz, construyó su sabio legado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario