157 Los domingos, cavilar
Calor de establo
Fernando Merodio
07/03/2021
“La tradición de los oprimidos nos ha enseñado que
el estado de excepción en que vivimos es la regla". (Walter Benjamin).
“Cualquier
interpretación del significado político del término pueblo debe partir de que,
en las lenguas europeas, éste incluye siempre a los pobres, los desheredados y
los expulsados. Un mismo término designa tanto el sujeto político constitutivo
como la clase que, de hecho y derecho, está excluida de la política”. (Giorgio
Agamben).
Fue, al parecer, Nietzsche quien identificó,
escueto y gráfico, como calor de establo a la animalidad rentable -en el peor
sentido- a que se aferran los nacionalismos, pútrido calor que es, sin duda, el
más sobado argumento para sus demandas egoístas, codiciosas reclamaciones,
peligrosos desmanes, en cuya senda, avergonzado, pulula lo que aquí ahora
esgrime, azorado, el regionalismo político, venido del fascio, pariente mínimo
de aquellos, sus mayores, anacrónico, sin otra idea que la irrelevancia de lo propio,
fúnebre en el mínimo territorio en que nos ha confinado, sitiado por la atronadora
virulencia injusta e ignara del separatismo periférico, ofensivo, uniformista, cuasi-militar,
hoy inviable, cuyo fondo y forma son goteo de carencias ideológicas, infecto
residuo incorrupto y rescoldo de un peligroso pasado rancio.
Por duro, “impopular” que hoy sea
oponerse a ello, no se puede dejar de lado, ignorarlo es peligroso, las egocéntricas
exigencias de lo propio no son nunca, en política, estación termini, sino parada técnica alimenticia
en el camino hacia metas aun más desleales y pancistas de los que esperan, en
cada caso, tener la fuerza propia que les permita dar peligrosos pasos aproximándose
al cruel, extremo racismo, último refugio de canallas que creen -cuestión de
fe- que lo suyo es lo mejor, magnífico, y el otro un peligro y, por ende, el
enemigo.
Fernando Savater, profundo
conocedor, teórico y práctico, de los variados excesos del cruel nacionalismo
próximo, dice que no hay mejor candidato a caer en el racismo que quien ignora
que todos tendemos a serlo, esperando solo que mínimas miserables circunstancias
lo propicien, consideración que nos aproxima -con los matices que la laxitud
moral de cada cual le aplique- a la inhumanidad generada por la doctrina nazional-sozialista,
cuyos seguidores, los nazis, se justificaban diciendo, no olvidemos, que lo
suyo era solo un trabajo, muy sucio pero legal, diario e impuesto, o también nos
acerca a la silenciosa crueldad que vivieron –y en cierta forma viven- los
discrepantes de las tesis abertzales
en Euskadi, o nos hace admitir, cómplices, el tenebroso avance sobre esa Catalunya
a la que los de la PSOE miran con la bobalicona cara de vacas viendo pasar el
tren, de una ruina socio-económica, deportiva, ética... que pagaremos todos; en
tan peliaguda, alarmante situación, lo que impide analizar -y denunciar- de
modo valiente y justo el codicioso egocentrismo del nacionalismo sangrante y,
en casos, sangriento, es una suerte de remordimiento cristiano interesadamente
inoculado en algunos, incluso jóvenes, que, ellos sabrán por qué, se sienten
coautores cómplices del viejo autoritario patrioterismo españolista, también
sangrante/sangriento; es daño que causan quimas del tronco de egoísmo ilógico
que nos distrae y desocupa de los problemas reales y es tal la mentira hoy que
los ex-presidentes y la oposición no asistieron a la ofensiva farsa de Sánchez apisonando
algunas viejas armas nazis.
Gerry Adams, líder del Sinn Fein,
teórica rama política del Ejercito
Republicano Irlandés, IRA, modelo
hoy para algunos, animaba en una entrevista publicada en El País hace 15 años a aplicar, irreflexivos y mecánicos, a la
situación de Euskadi -y, ahora de Catalunya- los mismos -o similares-
mecanismos de pacto que en Irlanda, pues decía que “la idea de que se puede resolver un conflicto derrotando al otro bando
no funciona cuando se habla de autodeterminación" y añadía que, “debido al carácter militar de la situación -de
Irlanda del Norte-, hemos tenido el
desarrollo de una política de la fuerza física que es progresista, pero que se
apoya en un brazo armado en vez de en la masa popular”, ¡triste fallo del
omnipresente dañino ”progresismo”!, “si hemos conseguido algo, es dar la vuelta
a la situación y tener algo parecido a un movimiento de masas”, un lóbrego simulacro
usado para justificar la violencia injusta y el -extraño- “algo parecido a un movimiento de masas”, no como sueño
nacionalista de expulsar a los británicos, sino como -imaginaria- reacción
frente a “las injusticias palpables con
que se encuentran los católicos” de Irlanda, de lo que nacería su “compromiso ideológico con el
republicanismo” -Adams, al que copia hasta la cleptómana derecha pujolista,
evita hablar de nacionalismo-, un “republicanismo”
propio que ahora, ignaros, proponen en Euskadi y Catalunya con diferencias,
pues en ambos territorios, en medio de sus ansias de “Pueblo” y “república”,
quienes sufren las mayores “injusticias
palpables”, son, evidentemente, los maketos, los otros.
Oculta Adams -y le copian, en
especial, los de la extraña Esquerra,
ya que su historia se lo pone más crudo a Bildu-
su separatismo y roba el discurso a la diferencia entre ”pueblo” y “Pueblo”, que,
más solidario, desarrolló con fatiga el filosofo italiano Giorgio Agamben al
analizar, desde una izquierda real, la ambigüedad semántica y profunda
contradicción existente entre el “Pueblo”
de Adams, ideal cuerpo político integral, y el “pueblo”, multiplicidad fragmentaria de excluidos indigentes que lo
forman, que Marx analizaba dentro de la genial idea de la "lucha de clases", guerra interna
que divide al “Pueblo” y solo
concluirá cuando se alcance la sociedad sin clases, o, para Agamben, cuando “Pueblo y pueblo coincidan y no haya ya
pueblo alguno”.
Quien sepa y analice cómo “el poder no tiene mejor forma de
legitimación que las situaciones de peligro grave y que a ellas apela en todas
partes de forma permanente y, por ello, se esfuerza en producirlas
secretamente” halla magníficos ejemplos actuales en las adulteradas “pandemia”, “derecho a decidir” o leyes de “(des)igualdad
de género y LGTBI”, problemas reales pero, repito, viciados, deformados por
el poder real, cuestión sobre la que el filósofo Agamben abre nuevos cauces al decir
que “uno puede envolverse en la bandera y
lograr apoyos con el discurso de los intereses patrióticos y tener un enemigo -un
hombre del saco- tiene su utilidad política”, siendo cierto, evidente que,
a quien detenta el poder o aspira a detentarlo -para ejercerlo en forma
grosera- le interesa crear la apariencia de esa situación de riesgo grave y
permanente; y, por ello, si en la realidad no existe, se crea.
Vuelvo a Savater, a Euskadi y
Cataluña y, ejemplo de insoportable deterioro socio-económico, a El Egido, para
ver las diferencias: en los choques de El Egido, no hay muertos, pese a los motivos
reales, múltiples necesitados y excluidos, lucha de clases, mientras en Euskadi
y Cataluña, donde la situación de los afectados es otra, por causas difíciles
de explicar desde la razón humana ha habido -y hay- violencia, incluso muertos,
lo que marca diferencias… que no explica Adams ni su rulo sobre Irlanda.
Hoy –me lo muestra la lectura
lenta, con el detenimiento que exige, la larga y densa novela "Calle Este-Oeste", de Philipe
Sands, reflexión sobre Hersch Lauterpacht, Rafael Lemkin y Hans Frank, totalitarismo
y Derecho-, el siniestro lugar que ocuparon los judíos en la Alemania nazi,
aquí, en Euskadi y Cataluña, a su modo con matices en cada lugar y momento, en
el eterno y visible estado de excepción enquistado en sus territorios, lo
ocupan los no nacionalistas, señalados, amenazados por no integrarse en un
pretendido cuerpo político nacional, convertidos por el independentismo en el “pueblo” de Agamben, al que los “Pueblos“ alemán, catalán, vasco, …,
tras exprimirlo a su egoísta interés, desprecian y, a partir de ello, usurpan
la exclusiva representación de todos y pretenden anular al otro, eliminarlo para,
en un bucle melancólico, volver a empezar, monopolizando egoístas y cómodos, a
su conveniencia, el calor -en el peor sentido- animal de eso que -como otros
muchos- consideran su establo, exclusivo y vitalicio pesebre, solo de ellos,
por lo que entiendo llegado el momento de empezar a preocuparse y, por ello,
andar con pies de plomo.
EL ROTO 07/03/2021
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