160 Los domingos, cavilar
Peor,
incluso, que un ecocidio
Fernando Merodio
28/03/2021
"Ecocidio es un neologismo que en principio hace referencia a cualquier
daño masivo o destrucción ambiental en un territorio determinado, parte de uno
o más países, o bien con consecuencias a escala global” (Wikipedia).
Prestaremos atención a "los delitos cometidos mediante la
destrucción del medio ambiente, la explotación ilegal de los recursos naturales
o, en especial, la apropiación de tierras" (Fiscalía de la Corte Penal
Internacional, CPI, 2016).
El 20 de
noviembre de 1945 derrotados los nazis, pero sin aniquilar -culturalmente- el
nazismo, suicidados Joseph Coebbels, Heinrich Himler y el propio Adolf Hitler,
fugados Adolf Eichmann y Josef Mengele y en ignorado paradero, aún hoy, Martin
Borman, comenzaban los llamados juicios
de Nüremberg en que los vencedores, no mucho mejores algunos que los vencidos,
utilizaban nuevas figuras penales para castigar los inhumanos actos por los que,
evidenciando la “banalidad del mal”, se
juzgó a otros jerarcas nazis, Hermann Göring, Alfred Rosemberg, Rudolf Hess,
Hans Frank, Alfred Jodl, Wilhelm Keitel, Joachim von Ribbentrop, Albert Speer,
Franz von Papen,…, histórico momento en que yo era cómodo nasciturus que, en la mitad de su gestación, supongo que inquieto, se
revolvía flotando en el líquido amniótico con que me alimentaba en su interior mi
madre, de la que salí enrojecido, larguirucho y gritón me han dicho, el 14 de
abril de 1946, domingo de ramos como hoy, a los 7 años y 13 días del fin de la
(in)civil guerra española, ensayo/anuncio de lo que vendría después con
Mussolini y Hitler y a los 15 años, exactos, de que el -mínimo- triunfo en unas
elecciones municipales y la -habitual- cobardía borbónica trajeran, el 14 de
abril de 1931, una república, la II dicen, para la que, como el tiempo mostró, nuestros
mayores, lo mismo que hoy nosotros para una hipotética III, no estaban
preparados.
Las
-siempre- dúctiles condenas, razonadas con normas posteriores a los hechos,
fueron leídas, en Nüremberg, con prosopopeya, por ufanos jueces vencedores durante
los otoñales 30 de setiembre y 1 de octubre de 1946, en que yo -dicen, pues no
lo recuerdo- llevaba viviendo más de 5 meses y medio, 169/170 días en Rozadío, con
mis padres, peñas abajo de la bella ribera del río Nansa, expoliada por el
capital energético que abusaba de la represión y el hambre, y, sin haber
sufrido las peores tropelías criminales de Franco y Hitler, sí que conviví sin
percibirlo, ajeno niño feliz, con la corta, leve reparación que fue castigar
una pequeña parte de las atrocidades del segundo y luego, algo mayor, acogido
en el PCE, con quienes intentaban hacer lo posible para frenar los muy
mayoritariamente consentidos abusos del primero.
Repito,
algunas de las normas con que se juzgó a los criminales nazis, posteriores a
sus atrocidades, nacieron de las atormentadas, inteligentes, justas mentes de
dos víctimas miembros de familias asesinadas en medio de la barbarie, dos
juristas, el polaco Hersch Lauterpacht, impulsor del tipo de los “crímenes contra la humanidad”, que, partiendo
del ser humano individual como unidad última de toda ley, defiende que éste
puede -debe- exigir su derecho a ser protegido por la humanidad cuando el
Estado -allí entonces alemán nazi- pisotea sus derechos y ultraja la conciencia
del género humano, añadiendo que nadie que colabore en la comisión de tales
crímenes debe estar libre de responsabilidad, tipo que fue aplicado ya, 1945/1946,
en los juicios de Nüremberg, y Rafael
Lemkin, ucraniano que tipificó como “genocidio”
“la puesta en práctica de acciones
coordinadas que tienden a la destrucción de los elementos decisivos de la vida
de grupos con la finalidad de su aniquilamiento”, delito que no recogieron
las sentencias contra los jefes nazis, pero fue asumido en la Convención para la prevención y sanción del
delito de genocidio, de la Asamblea General de la ONU, 1948, fijando que “el ataque contra un grupo humano equivale a
atentar contra la humanidad”; dos gravísimos delitos, genocidio y crímenes contra
la humanidad que, pese a los muchos motivos dados por países,
organizaciones y dirigentes, han sido juzgado muy pocas veces y, además, con un
criterio -político- selectivo y dudoso.
Lauterpacht
y Lemkin, dos víctimas personales/familiares de la irracional, inhumana
barbarie, vivieron, jóvenes, en la bélica Europa de las dos guerras en la
ciudad de Lemberg, también llamada Lwów, Lvov, Lviv, incluso Leópolis, según
quién mandara en ella, quien impusiera su voluntad sobre sus vecinos, Polonia,
Ucrania, Galizia, Rusia o la Alemania nazi, reflejo de la locura de una época y
unas ideas insolidarias, sangrientas que aquí ahora, gritadas por fascistas,
nacionalistas y populistas, se exhiben desde distintos intereses y perspectivas
egoístas, siendo la condición de víctimas, no verdugos, ni colaboradores
necesarios, ni cómplices acomodados,… de los dos profesores la que hace que sus
dictámenes jurídicos sobre los actos que penalmente tipificaron sean, además de
justos, en especial, creíbles.
EL ROTO 28/03/2021
Pese a
todo, próximo a cumplirse los 75 años de la manoseada, útil sentencia contra la
barbarie del “mal banal” nazi, las
cosas no han cambiado tanto, casi nada, salvo en una cosa, el despiadado
control por el capital de -cómo se cuenta- la historia; vivimos enfangados en
el mismo -o muy parecido- mal, insisto en que tan banal como aquel pero más
impune, que continúa campando en el mundo con plena -en este caso, nadie lo
dude- libertad y, si hubiera un mínimo de respeto a la humanidad, al género
humano, no podríamos vivir sabiendo lo que ocurre en todas partes -en unas más
que en otras- del mundo, mientras, ejerciendo la función de kapos del lager que es el planeta, alegamos que cada uno de- nosotros nos
limitamos a hacer lo que, antes de suicidarse, Primo Levi definió como el “sucio trabajo de todos los días” de los guardias
de Auschwitz; en la locura actual, las víctimas de los nazis de hoy, del
capital global con su desmesura ilógica, no son una raza, una clase, una
religión, un pueblo,…, los negros, los judíos, la fe católica u otra, los
obreros comunistas,…, hoy el sacrificado en la pira del dinero, hasta el
harakiri global, sería -no veo modo para que se salven los muy pocos causantes-
todo el género humano, la humanidad, no, como algunos dicen, el planeta que, a
su modo, nos sobreviviría a nosotros y a otros más salvajes incluso.
El “calentamiento global”, cuyos efectos
futuros -y actuales- analizan cientos, miles de libros que solo los culpables
del “cambio climático”, los que -un rato-
se enriquecen con él o los abyectos lerdos que reciben migajas se niegan a leer, debatir, aceptar,… y cambiar, ha generado
una idea que oculta cómo las víctimas no serían los millones de los pasados años
40, sino todos y, pese a que muerto el perro no habría rabia, se finge solucionar
el drama inventariando otro crimen, el “ecocidio”,
tomado de Olof Palme, 1972, para el Estatuto de la Corte Penal Internacional, trampantojo
que tape la única solución, tres palabras de Greta Thunberg, niña sueca: “¡¡Cambiar el sistema!!”
En el
ridículo canalla que aquí vivimos, la solución no vendrá del egoísmo nimby -No In My Back Yard-, el ¡aquí
no! de relamidos videos que, sin explicar dónde sí, difunden El
Delirio Montañés y los “nuevos ricos” pasiegos,
cuyo “progreso” empeora aquella forma
de vida, la llena de artefactos, desfigura las cabañas, da la lata con “Garma Blanca" y ni cita las otras decenas
de parques urdidos en toda Cantabria, como no traerán solución tampoco los saltos
mortales sin red del gurú Revilla, obligado, ¡ya!, a explicar qué le exigen Iberdrola, EDP y demás cuates del “concurso
eólico”, debiendo dejar de ser el lerdo bocazas que, ¡ay, la hemeroteca!,
pasa de decir el 25/10/2010 que “la comunidad puede ser el Kuwait de las renovables” -con él y
Alí Syed jeques- a, ayer diarreico, enmerdar el territorio aventando, falso, en
los medios “que la gente esté tranquila, que no vamos a
convertir Cantabria en un parque eólico”, un negocio, jaez, ¡qué asco!,
de “político”; urgen, sin duda, más juicios de Nüremberg, no con leyes
hechas por verdugos USA, europeos, chinos,…, sino por víctimas como Lemkin y
Lauterpatch, ahora suramericanas, africanas, asiáticas, …, juicios en que, siendo
tan dañino y definitivo el delito y tan cruel el criminal, haya condenas como en
1946 e, inmediatamente, ¡cambio de sistema!, se elimine la generación
concentrada -prototipo ejemplar de “ecocidio”-
y se imponga la distribuida, sobre lo que, ¡ya!, hay que cavilar.