La orquesta del Titanic
ALERTA 21-10-2018
Fernando Merodio
La noche del 14 al 15 de abril de 1912, con la vana pretensión de que los pasajeros de clase económica -el resto tenía botes salvavidas- mantuvieran calma y esperanza, la Wallace Hartley Band tocó, dicen, el sedante y bello himno cristiano "Nearer, my God, to Thee", Génesis 28:11-12, hasta que el Titanic, tras chocar con un iceberg, se hundió arrastrándolos en su viaje inaugural.
Hace días, profesores de Universidad loaban, sobre el terreno y ante un dispar medio centenar de personas, la excelencia del que decían soberbio escenario de la ocupación romana, campamentos de La Poza, calzada de Peña Cutral, castro de Las Rabas,..., el sur de Cantabria; no denunciaban, despreocupados, la agresión que eran los 150 metros del trasto eólico de Vestas que, impuesto por tribunales y políticos cómplices, es agorero de los cientos de ellos, aun mayores, con que el capital infiltrado en la Universidad, cátedra Viesgo, Instituto de Hidráulica, Fundación Leonardo Torres Quevedo, El Diario Montañés,..., quiere destruir, lo mismo que ese escenario, todo nuestro territorio vital e historia.
Comprometida, Rachel Corrie, universitaria del International Solidarity Movement, USA, moría a los 23 años en la franja de Gaza, el 16 de marzo de 2003, aplastada por una de las aplanadoras que el ejército israelí -no todos los judíos- usa para asolar el territorio palestino; había escrito “abaten las casas aunque haya gente dentro, no tienen respeto (...)” e intentaba defender, como hay que hacer aquí, sólo con su coraje, ideas y joven cuerpo el pisoteado derecho de esos débiles a territorio, vivienda y agua. Sentada en el suelo frente a un bulldozer en marcha, “el conductor la vio, continuó, la cubrió de tierra y pasó por encima, la aplastó”; en internet, un estremecedor reportaje gráfico muestra su indigno asesinato, aún impune.
Michel Foucault, en el importante debate con Chomsky “Justicia vs poder", explica que el fin de la lucha es expulsar a la clase dominante, poderosa y mínima, y abolir su poder, pues la lucha sólo se justifica en términos de poder, no de justicia, idea arbitraria “inventada y puesta a funcionar (...) como utensilio de cierta economía y política” en el clima de miedo que el Nobel nigeriano Wole Soyinka define como humillación de la dignidad de muchos y seducción de la sucia sensación del “os tengo en mi poder” de unos pocos.
Tal vez sea un mero desahogo con riesgo, un juego que quizás inhabilite para la vida adulta, pero al saber, como sabía Leo Baek, Presidente de la Organización de los Judíos Alemanes en el Reich (1933-1943), que “nada es tan triste como el silencio”, ante la evidencia de todo lo que nos están hundiendo, procede denunciar, si es preciso arriesgando, a las orquestas que, con mala o buena fe, nos distraen para silenciarnos.
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