272 Los domingos
cavilar
La -muy- peligrosa
deslealtad
Fernando Merodio
21/05/2023
“Y Dios le impuso al
hombre este mandamiento: De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del
árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres
de él morirás sin remedio (…) La mujer vio que el fruto del árbol era hermoso,
y le dieron ganas de comerlo y de llegar a tener entendimiento. Así que cortó
uno de los frutos y se lo comió. Luego le dio a su esposo, y él también comió”. (“Génesis”).
“(…) sería más honesto (…) indagar
atentamente acerca de los procesos jurídicos y los medios políticos que
hicieron posible llegar a privar completamente de sus derechos y prerrogativas
a unos seres humanos” (Giorgio Agamben “Medios
sin fin. Notas sobre la política”).
Sé que la vida solo se construye bien sobre una sólida base de lealtad, virtud humana, sé también que Aristóteles, en su fundamental “Política” -que no es mero estudio de ideas abstractas,
sino análisis del modo en que ideales, costumbres, leyes,… funcionan en la
realidad cotidiana- se refirió, en concreto, a tal lealtad como término medio entre dos errores que no tiene por qué ser
mediocridad sino, al contrario, virtuosa fuerza bien regida a la hora de
discernir con lucidez, que en política se manifiesta en sujetos, organizaciones,
colectivos, naciones, ideas, todos los demás,… como concepto filosófico que es componente
esencial de todo sistema humano moralmente civilizado; solamente se es leal si,
además de fiel, se es honrado, sincero, siendo desleal quien miente, esconde
situaciones o hechos y solo dice verdades a medias que le convienen o que el
resto lo quiere oír, siendo muy pocos los, en verdad, leales, una escasez en la
que germinan los dañinos, habituales errores, enfrentamientos, injusticias, desigualdades,
enemistadas, guerras,… y hace que la historia se asiente sobre faltas de lealtad
tan nefastas como la de Eva con Adán y con aquel ser que llamaron Yahvé Dios,
la de Caín con Abel, las padecidas por Sócrates, por personajes diversos de la
Biblia, por Julio César, por Jesucristo,…y, así, hasta hoy; lo opuesto a la
lealtad es la traición que, en resumen, es violar el acuerdo previo.
En un mundo de
-todos- mediocres, se postulan para dirigirnos -peor incluso, los aceptamos- y decidir
sobre nuestras vidas y haciendas, personajes tan ignaros, evidentes,
peligrosos, nefastos como, hoy por ejemplo, Trump, Biden, Putin, Zelenski,
Johnson, Sarkozy, Macron,…, Sánchez, Bolaños, Calviño, “Evita” Diaz, Belarra, Montero, Rufián, Junquera, Otegui, Núñez
Feijóo, Díaz Ayuso, Abascal,… y, aquí cerca, los sabidos esperpentos que, dado
el riesgo implícito en su irrelevancia, mejor ni nombrar, personalizables en el
decrépito corrupto -o
sea, burócrata que hace mal uso del poder y derechos que le ceden otros y
utiliza tal oportunidad y sus conexiones para lucro personal, contrario a la
Ley y, sobre todo, a la ética lealtad- purriego que
se formó en el sindicato vertical fascista y llaman Revilla, resumen exagerado
del resto, todos ellos ajenos a que su obligada lealtad al servicio público se
debe asentar en -¿la tienen?- su conciencia, por encima de egoísmos personales,
partidistas y circunstancias cambiantes, sin olvidar que la exigencia esencial
del ciudadano y, en especial, de quienes se afilian a la -bien- retribuida
profesión de hacer -mala- política es ser, sobre todo, leales, expresar lo que -si
es que lo hacen- piensan, no seguir a ciegas, ni acercarse por el interés de
obtener beneficios que, al diluirse, nos alejan; lealtad es, en definitiva, ser
fieles a la conciencia propia que nos exige cumplir lo antes ofrecido/pactado.
Explica
Giorgio Agamben en “Medios sin fin. Notas
sobre la política” cómo hoy “los
partidos que se dicen ‘progresistas’ o las llamadas ‘coaliciones de izquierda’”,
están obsesivamente preocupados por presentarse como stablishment, para tranquilizar al poder real, en especial
económico, siendo evidente, cierto que “esos
políticos acaban siendo derrotados por su propia voluntad de ganar a cualquier
precio”, considerando el filósofo que la corrupción completa de las
inteligencias se alcanza cuando se asume esa hipócrita y bienpensante forma que
hoy dicen “progresismo” tras un largo
proceso de degradación consistente en transigir, pactar, ceder en todo, “conciliarlo todo con su contrario, la
inteligencia con los medios y la publicidad, la clase obrera con el capital, la
libertad de expresión con el Estado espectacular, el medio ambiente con el
crecimiento y el desarrollo industrial, la ciencia con la opinión, la
democracia con la maquinaria electoral, la mala conciencia y la abjuración con
la memoria y la fidelidad”; escrito en Italia en 1996, parece hecho aquí
hoy y referido, de forma expresa, a nosotros.
La reciente,
útil -llamada- pandemia -1.000 muertos, casi todos muy ancianos, en 3 años en
nuestro territorio, una gripe un poco fuerte-, puso de vergonzoso, irritante
manifiesto su elogio a la inutilidad política, personal, científica y técnica sanitaria,
apoyada en un salvaje, brutal uso de la -antes denostada- Ley mordaza y los -muchos- irrisorios y, al tiempo, plañideros,
sollozantes, sobrecogedores, aterrados, mendicantes aplausos a poco activos,
ineptos burócratas de la sanidad e ignaras fuerzas -poder sin auctoritas- de (in)seguridad represora,
coactiva, que nos hicieron vivir muchos meses, salvo una mínima disidencia, en
estado de excepción cierto, en los humillantes, reales campos de concentración
de donde cada uno viviera, todos -insisto, salvo unos pocos- encerrados, asustados,
ridículamente obedientes,… en casa, sin reunirse, con bozal para que nuestros
recientes, flojos “progresistas”, la
mercantil PSOE y los que nos aseguraron “poder”,
mientras el planeta va al caos y cada día que pasa hay más injusta desigualdad,
nos pudieran llenar de (i)legales normas con la también (i)legal técnica del
decreto ley, cumpliendo órdenes de “ellos”,
nuestro peor enemigo, el siniestro 1%, una legislación que, para vergüenza de
todos, ahí sigue y, sin duda, alguien debiera -algún día- esforzarse, detallar
y explicar sus consecuencias.
El hecho
cierto es que la policía que, si esto fuera un Estado de Derecho. tendría la
mera función administrativa de garantizar el exacto cumplimiento de la Ley, en
todo momento pero en especial en el inhóspito estado de excepción propiciado
por la gratuita, injusta Covid19, injustificable
abuso, fraude de ley durante más de 2 años que hizo -y aún hoy hace- que “las razones de ‘orden público’ y ‘seguridad’
sobre los que en cada caso concreto debe decidir -y, de hecho, nuestra “progresista” policía decide- configuran una zona indefinida entre
violencia y Derecho”, cierta y peligrosa, afirmando Walter Benjamin que “el derecho de ‘policía’ marca el punto en
que el Estado, sea por impotencia o por las conexiones inherentes de todo orden
jurídico, tal orden ya no garantiza sus objetivos empíricos”, mientras se acude,
y en ello son arquetipo los indoctos que aseguraban “poder conquistar el cielo” que, amenazadores incultos, tratan de
reforzar la rota legitimidad del imperio de la Ley con una disparatada,
indigerible, errónea acumulación de normas sancionadoras, arbitrarias,
represivas.
Quienes votan
se ponen -y nos ponen- en manos de una cuadrilla de desleales por omisión
objetiva, desconocedora de sus elementales obligaciones gestoras de la res pública -repasen sus nombres, caras,
hechos,… y digan si, lógicos, podemos confiar en ellos- agravando su
deslealtad, el apego de, tal es su pequeñez, a -las rentas de- su poder vicario
y la sumisión que les impone otro enemigo, lo identitario, pues si la
estructura del Estado-nación -de derecho, de bienestar o de lo que sea- la
conforman el territorio/localización, Ortung,
el orden jurídico, Ordnung y la conexión de las nuda vida a territorio y Derecho, el nacimiento, que se convierte
en Nación, aquí ahora cada día es
mayor la desconexión entre nacimiento y orden jurídico como, símbolos, se
identifican en dos “eminencias” de
las que depende el hoy -y el futuro- del petulante/peligroso jefe de planta
Sánchez, el inexplicable Rufíán representante del golpe contra el Estado y
Otegui que, matando, movía el árbol para que otro, Arzallus, recogiera del
suelo los ensangrentados frutos; Rufián y Otegui tienen agarrado por el cuello
-o por otra parte- a Sánchez, que, rodeado de deslealtad, sufre el síndrome del
innominado animal de Der Bau, de
Kaffa que, obsesionado con construirse una inexpugnable guarida,… acabó teniendo una trampa sin salida ¡Ay la
deslealtad!
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