247 Los domingos cavilar
Fútbol -ya no- es fútbol
Fernando Merodio
27/11/2022
“Fútbol es fútbol y gol es gol” (Vujadin Boskov en 1979)
“No tengo problemas con los vietcong, ningún
vietcong me ha llamado nigger, ni me ha linchado, ni ha soltado perros contra
mí (…).mi conciencia no me dejará ir a matar a mis hermanos, a pobres personas
hambrientas en el barro por la grande y poderosa América” (Muhammad Alí,
antes Cassius Clay al objetar contra ·”lo
de Vietnam”)
“Estoy con ustedes, no antes que ustedes ni detrás
de ustedes, pero sí firme con ustedes” (Peter Norman, atleta aussie blanco,
en el podio de los 400 m. lisos de los Juegos Olímpicos de México, junto a
Tommie Smith y John Carlos, atletas USA negros)
“Fútbol es
fútbol” es legendaria definición del serbio Vujadin Boskov, entrenador
entonces del Real Zaragoza, de algo que no
creo dé mucho más de sí como juego de guerra consistente en dos grupos enfrentados,
once contra once persiguiendo a patadas una bola de aire envuelto en cuero -o
lo que ahora sea- con la obsesión de introducirla cada grupo en una de las dos amplias
cavidades de red, enfrentadas y separadas unos 100 m., con un hueco rectangular
abierto en el lado por el que se enfrentan de 7,32 x 2,44 m. de ancho y alto, limitado
por un larguero y dos postes de madera anclados al suelo, un hueco en el que,
para conseguir el premio, llamado gol, hay que meter la bola de aire con
cualquier parte del cuerpo excepto la mano o el brazo -que solo pueden ser usados,
como hizo Maradona, sin que lo vea el juez, árbitro, referee, colegiado y
ahora, además, el del VAR-, afirmando los que saben que la concisión del “fútbol es fútbol” para describir esa
cosa similar -dicen- a la guerra fue fruto de dificultad con la lengua de Cervantes
-infrecuente en eslovenos, croatas y serbios- en -quizás- una de las primeras ruedas
de prensa de Boskov en España, atribuyendo otros tan precisa descripción del masivo
juego o -también dicen- deporte a la proverbial habilidad del -entonces-
yugoslavo para resumir casi sin palabras algo que los periodistas -que viven de
ello- necesitan horas para explicar mal.
Por tal habilidad y su condición de estratega
táctico, Luis de Carlos, sucesor de Santiago Bernabeu, muerto en 1978, contrató
a Boskov en 1979 como entrenador de un Real Madrid en sequía tras haber ganado de
modo consecutivo, entre 1956 y 1960 la -entonces llamada- Copa de Europa, dando
color a mi gris, triste vida de niño español y cargándome, entre los 10 y los
14 años, de una autoestima que me permitía
soñar muchas noches feliz en la cama, tras haber escuchado, sin separarme de un
receptor de radio con interferencias y extraños ruidos, cómo DiStéfano, argentino,
Puskas, húngaro, y mi paisano Gento, de Guarnizo, quizás mercenarios en la
“guerra” entre naciones del fútbol, ganaban a todos los campeones de Francia,
Inglaterra, Italia, Alemania, Escocia, Hungría, Austria,…, países que yo admiraba
por lo que, entre brumas de desinformación e ignorancia, intuía como su vida
más libre y, sobre todo, más lógica que la mía, sometida a aquella “formación del espíritu nacional”
impartida por gente del “Frente de
Juventudes” (im)puesta por el “invicto
caudillo” y la sebosa represión de los desertores del arado que, cubiertos
con extrañas sotanas negras con -yo creía que- falsa botonadura por delante y
olor rancio a vaya usted a saber qué, no siendo demasiado tonto, no dándome más
opción que atender lo menos posible a lo que me decían y arreglármelas como pude
para armar mi -personal- mundo.
Antes, quizás más inocente, percibía en el juego
del fútbol un sustrato democrático y justo a partir de que, por ejemplo, jugué
en el equipo del colegio con Ico Aguilar, 3 años menor que el resto y con
diferencia el mejor de todos, viendo en 1971 cómo, por jugar tan bien, fichaba,
junto a Santillana y Corral, por mi Real Madrid, en el que jugó 8 años, reforzando
mi afecto hacia el divertido juego en que intervienen 22 jugadores al tiempo,
lo que baja el listón de exigencia y me permitió divertirme durante años al participar
en él plenamente de acuerdo con otra simplificadora -no simple- frase de Boskov:
“el fútbol es bello porque es sencillo”
y, además, “imprevisible porque todos los
partidos empiezan 0 a 0”, algo que han estropeado peritos sabiondos… a
golpe de talonario, junto a la ilógica, injusta masa salarial de los -cada día
más- “profesionales” del juego, los
ignaros periodistas que lo saben todo,…, y, lo último por ahora, lo del mundial
de Qatar o la supercopa en Arabia Saudí, que hace dudar entre lo que dice
Cabrera Infante que, como explicó en “Salvajes
y sentimentales“ Javier Marías, madridista, estaba empecinado en que el
fútbol es “detestable”, “nefasto”, “incita a la violencia porque es violento en sí mismo”, ya que “se juega con los pies y pocos movimientos
hay tan feroces como el que supone dar una patada” o, por contra, Albert
Camus, autor de “El extranjero”, que
fue portero en Argel del
Racing Universitaire y agradece que “todo
lo importante que sabía acerca de la moral humana lo había aprendido en el
fútbol”, que -yo pienso- es solo ratitos, convertidos en negocio de aventureros,
políticos,... y ahora del capital que busca, en el peor sentido, resultados e
(in)cierto prestigio a partir de, repito, un juego que, respetando o no las
reglas, se gana con solo meter un gol más que el otro, salvo para los modernos
de tal agio, sus asalariados y los que a su servicio charlan sin parar sobre él
hasta convertirlo en objeto de masas y -estúpidos- intentan definir -imposible-
qué es “buen fútbol”.
La falacia que rodea tal
juego la (de)muesta en España que el Real Madrid de Bernabeu, monárquico, no
hubiera ganado su primera Liga tras la guerra (in)civil hasta el 54, cuando el
Barca, antifranquista él, ya había ganado cinco o que, mientras el club de la
capital recibió seis Copas de manos del “Generalísimo”,
dos en el 74 y 75, con el “caudillo” agonizando,
los blaugranas, tan antifascistas, acumulaban, imagino que con asco, ocho, la
última en el 71; la catadura de quienes están en tal negocio la muestra la sumisa
respuesta al superultramultimillonario capitalismo totalitario, destructor del
medio ambiente régimen petrolero de Qatar por parte del mundo del fútbol, en concreto
de “la roja”, ¿“progresista” ella?, que ruborizaría incluso a Humphrey Bogart. John
Wayne o Clint Eastwood en sus papeles más duros, siendo ejemplo, por contra, de
dignidad deportiva Muhammad Alí, amigo de Malcolm X y, al contrario de Boskov, en
exceso locuaz, medalla de oro en los juegos de Roma y campeón del mundo heavyweight
siempre que quiso, el mejor de la historia, encarcelado un tiempo, privado 3
años y medio, por su objeción de conciencia contra “lo de Vietnam” y por su activismo político frente -en especial- al
racismo nazi USA, de su título mundial y su licencia para boxear; resistió,
volvió, explicó sin freno su antimilitarismo y lo que para él eran los derechos
civiles a muchos millones de personas y, además, boxeando de nuevo demostró
que, en efecto y pesara a quien pesara, él era el mejor.
Al tiempo que a Alí le prohibían boxear, en 1968
y México, otros dos deportistas negros, Tommie Smith que, tomó la decisión y convenció
a su compañero John Carlos, “(…) aquí
están nuestros años de sufrimientos y miedo; yo voy a hacerlo, tú decides lo
que quieras” y, tras ser oro y bronce en los 400 m. lisos, subían al podio
serios, concentrados, descalzos, con el chándal remangado mostrando sus
calcetines negros, al tiempo que levantaban un puño enguantado también en negro,
gesto que, cada uno a su modo, siguieron otros atletas, Evans, James, Freeman,
Beamon,… y les costó -los blancos somos como somos- perder el previsible futuro
cómodo de los triunfadores y tener que vivirlo junto a -con orgullo, supongo-
su dignidad y el eco de la voz aussie de Norman, segundo en el podio: “Estoy firme con ustedes”.
Tomás Moro publicaba en 1516 “De optima republicae doque nova insula Utopía, libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus”, “De la mejor de las repúblicas y de la nueva isla de Utopía, libro áureo, no menos saludable que festivo”, conocido como “Utopía”, sobre una sociedad imaginaria, fantástica, ideal, -quizás- irrealizable pero alternativa, que puede encarnar el optimismo de concebir un mundo mejor y Pablo Milanés buscó junto a Silvio Rodríguez, en otra isla, la Utopía y compuso, entre muchas -muy- hermosas canciones “Yolanda”. Adiós cámara da, amigo.