240 Los
domingos cavilar
(Con)sentimiento
Fernando Merodio
09/10/2022
“Y bailaré contigo en
Viena / Iré disfrazado de río / El jacinto salvaje en mi hombro / Mi boca en el
rocío de tus muslos / (…). / Rendiré al aluvión de tu belleza / mi violín
barato y mi cruz / (…) / Oh mi amor, oh mi amor. / Toma este vals, toma este
vals / Es tuyo ahora. Es todo lo que hay” (“Take
this waltz”. Leonard Cohen. Versión libre del “Pequeño vals vienés” de García Lorca
Son días que a quien no hace mucho veía posible
cambiar el mundo con -solo- fatiga le generan melancolía, tiempo ajeno a las ideas
que, desde niño, agitan -como casi todo- mi mente poco clara, no explicadas por
un limitado saber de filosofía -mi infancia y juventud no fueron buen tiempo
para la lírica-, ideas ayer y hoy, siempre en el mismo orden, “conocimiento, sentimientos, tendencias y
movimientos” que percuten compulsivas en el interior de mi -dura- mollera, tercas,
con cansina, fetichista insistencia de intento de explicar lo -muy- difícil con
una cábala; he querido ubicar tales términos y orden en mi espacio y tiempo,
sin lograrlo y, al perseverar, aparece
lo que entiendo, brumas de un ayer que pueblan negras sotanas abotonadas, olor rancio,
avinagrado, viscoso a incómoda confesión ritual, sin propósito de enmienda,
bachiller escolapio, mitos, filosofía -¿siempre?- mística,... y, pese al
estéril ahínco en explicarlas, ideas y orden continúan misteriosas, confusas en
mi atestado baúl de los recuerdos, crecen y crecen conocimiento, sentimientos,
tendencias y movimientos, (pre)ocupándome conocimiento y movimientos, primera y
última, que controlo yo al saber que, frente a quienes niegan la facultad de
conocer y a los que la ven ilimitada, a partir de Descartes y Kant hay un
consenso lógico sobre la capacidad de saber, que hace injustificable ignorar lo
esencial, y sabiendo también que moverse es, desde Aristóteles, generar, crecer,
revolucionar, reaccionar,..., hechos míos, pero tendencias y sentimientos, en
corazón y vísceras son, pienso, impulsos que arrastran, sin precisar (con)sentimiento,
a sugerentes, deseados ignotos territorios que apetece investigar.
Cavilo
rodeado de un perpetuo ruido electoral creciente que comienza a rugir en exceso,
un bramido que no me interesa -¿sí al resto?- y, tras leer en Internet -no sé
de qué medio, da igual- que un bobo alardea de demócrata y dice que votar es
privilegio y “obligación para todo aquel
que quiera construir una sociedad más justa, más eficaz, más solidaria en la
que cada persona siga siendo el centro de todas las cosas y la libertad un
derecho inalienable”; lo que, al margen de otras cosas, como siempre, olvida
la igualdad, confirmo bobo, muy bobo al -presunto- demócrata; en tal situación y
pues sé que hay que -intentar- hacer lo -que intuyamos- positivo y que la
política suele ser arma contra el otro, desconfío de los que me toman por tonto
desde su remunerado puesto, canonjía o prebenda -que dicen- política, y no
delego en ellos cosas serias; hace años hubiera recurrido a excitar mis
endorfinas corriendo de modo lento, fatigoso, imagen del duro camino que recorren
otros como yo, y -cargado de achaques y años- hoy lo suplo con lectura -más- serena,
uso -más- útil del -acotado- saber de la abogacía como arma y, en especial, -mucha
más- Rosa,
La evidente emergencia climática demanda
revolución, cambio radical en un tiempo en que septuagenario -pero vivo- he
sustituido, repito, mi correr por correr a pie por lectura -más- atenta, por ejemplo
de El escudo de la República, en el
que Ángel Viñas (de)muestra la intervención anarquista y comunista, en concreto
de Santiago Carrillo, político profesional llegado desde el PSOE al PCE, en la “sombra letal” de Paracuellos, hechos “naturales”
-digan lo que digan- de una guerra (in)civil, siendo el afán de ocultarlos, no
explicarlos causa de injusto daño en la limpia historia de otros -heroicos- luchadores;
es el de hoy tiempo triste, melancólico en que lo que se “conoce” y “siente” hace “tender” y “moverse”, sabiendo que Antonio Gramsci se (de)mostró persona
sensible con vida revolucionaria y, pese a su evidente pudor sentimental, serios
daños físicos, enfermedades y -muchos- años de cárcel por defender -y practicar-
a Marx, vivió con intensidad, teórica y práctica, sentimientos que refleja en las
muchas cartas en que Paco Fernández Buey, “Leyendo
a Gramsci”, analiza relaciones ciertas entre revolución y amor, público y
privado, política y sentimientos, pese a que, como hoy, Gramsci vivió “tiempos sombríos, en un mundo terrible”,
desordenado que llevaba al hombre rebelde “al
desorden sentimental, a relacionarse con impaciencia” y, además, que -como
ahora- entonces se daba la contradicción trágica de que “quien quería preparar el camino para la amistad, no podía ser amable”
y, como decía el poeta, “también la ira
contra la injusticia pone la voz ronca”, lo que no le impidió defender que
quien no ha querido a nadie es estéril, no puede amar al colectivo y reduce su
acción revolucionaria a mero “hecho
intelectual, puro cálculo matemático”, por lo que quien quiera hacer la
revolución deberá apoyar su lógica pasión política en la seria, no reprimida y aún
más lógica de su corazón.
Insisto, se inicia ahora un nuevo, largo
bombardeo electoral, dañino en especial para los cándidos fofos que aún aceptan
el juego de acertar bajo qué cubilete está el guisante -ficticio- previamente hurtado
por las corruptas cúpulas de empresas que dicen partidos, triste juego que,
siendo solo burocracia, siniestra farsa, creen fiesta de la democracia, haciéndome
recordar -entre los hechos de un brumoso, viejo pasado- al tenaz joven que se
fatigó para traer el -aquí hoy- deleznable sistema y sentirme muy triste, apoyado
firme en el constreñido (con)tacto con -lo que hoy es- Rosa, la -cada día más- apetecible
lectura nocturna que ayuda a avanzar por el pedregoso camino que transita un
grupo amigo que empuja la Historia luchando por controlar la real, vital
generación energética, tratando de acabar con el espurio, insoportable poder que
nos ha traído al -ya ineludible- despeñadero de la emergencia climática; se oye
también ahora el horrísono, -y para mí- ajeno ruido de unos presupuestos que,
digan lo que digan, buscan siempre -así de cruel es todo- consolidar en su poltrona
a quienes al elaborarlos, arbitrarios, dan dinero público a mujeres,
pensionistas, funcionarios,…, lobbies, caladeros de votos, mucho más que al
resto y sin, ilógicos e inhumanos, hacer nada frente al 1% que -dicen- controla
el 88,5% de la riqueza y -pienso yo- el otro 11,5%, animado al saber que el -muy
mayoritario- ejército que -cuando lucha- es el resto gana serias batallas, en repeat escucho “Yolanda” -que para mí es “Rosa”-
de Pablo Milanés: “Si alguna vez me
siento derrotado / Renuncio a ver el sol cada mañana / Rezando el credo que me
has enseñado / Miro tu cara y digo en la ventana / Yolanda / Yolanda / Yolanda
/ Eternamente Yolanda”, (re)leo las cartas de Gramsci, sensible marxista revolucionario
o, como siempre, atiendo a El Roto: “Me
masturbé sin mi consentimiento. Fue muy traumático”, que sublima la obsesión
adanista por peligrosas memeces que privan a los -para ellos- brutales machos -como
género- de toda presunción de inocencia en su relación con las beatíficas
hembras… si no tienen (con)firmado su previo (con)sentimiento sexual ante
fedatario, público o privado.
Final no (con)sentido.- Sin buscarlo, supe hace días que mi abuelo José, peón de Tabacalera, pobre hasta su muerte, no tonto y, por ello, comunista (mal)tratado, muerto hace mucho, está incluido en las fichas de la “memoria histórica”, lo que, orgulloso y no (pre)ocupado, me limito a (con)sentir para, unido a él, ver/oir -otra vez- el bis del “Va’ pensiero”, “Coro de los esclavos”, de “Nabuco”, Verdi, que dirigió Ricardo Mutti, Opera di Roma, 2011, al tiempo que pienso en los ritos de los colegios mayores -y otros- como tabarra repetida, pues ya en 1962, año de mi “Preu” en Madrid en uno, a universitarios mayores que yo se les ocurrió la “gracia” de formar una “cuerda de novatos” nocturna -en pijama y unidos por una soga con una vuelta alrededor del cuello- para cruzar la nueva y -ya- bulliciosa calle Cea Bermúdez, hasta un colegio de hembras -separadas de nosotros ayer como aún hoy- en que, desde las ventanas, chicas -hoy ancianas de casi 80 años- vociferaban lo que, sin errar, cada cual quiera imaginar; joven, sabía ya algo de ellos y ellas, sin (con)sentirlo sufrí la “broma” sin traumas -pienso que ellas igual- y sin que Franco, ¡1962!, feroz en lo que Foucault vitupera como “Vigilar y castigar”, excomulgara a nadie, lo que invita a que los adanistas inquisidores -si saben- mediten sobre su rigor con el (con)sentimiento.
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