sábado, 10 de septiembre de 2022

236 Los domingos cavilar Nacidos para correr Fernando Merodio 11/09/2022

236 Los domingos cavilar

Nacidos para correr

Fernando Merodio

11/09/2022

 “Otros se fatigaron / y vosotros os aprovecháis de sus fatigas” (San Juan 4. 39)

Un signo de las estructurales desigualdad e injusticia capitalistas, “el planeta está cerca de sobrepasar cinco puntos -colapso del hielo en Groenlandia y la Antártida, pérdida abrupta del permafrost, muerte de los corales tropicales y colapso de las corrientes en el mar de Labrador- de inflexión climática”, mientras, petulante, Sánchez alardea del insostenible gas de los sátrapas, haciendo la vida desapacible, muy difícil y, a mí, quizás por cansancio, por mi provecta edad, porque lo que oteo ahí delante me hastía,…, animándome a desplegar el retrovisor a viejas cavilaciones jóvenes, a mis 33 años (re)corriendo a trote lento Madrid, 1979, mayo, domingo, junto a otros miles, enfrentado -nada más y nada menos que- al reto de mi primera maratón, 42.195 metros, ajeno todavía al imperio de adidas, nike, new balance, tiger,…, con la misma usada impedimenta del fútbol a que -como casi todos- jugaba, dolorido hoy solo con pensar en el polo -muy- usado, el rasposo pantalón corto con que cada dos domingos jugaba con el Callealtera playero, en la arena endurecida por el agua salitrosa de la marea en el Sardinero, calcetines gruesos, rígidas zapatillas del fulbito en el barrio y, sus lógicos efectos, uñas de los pies negras, perdidas, axilas, ingles, tetillas,… rozadas y, parece ayer, una novedosa fatiga sedada por la excitación, casi sexual, de endorfinas disparadas y una España -como casi todo, casi- nueva, en la que, por un rato, había arrumbado las serias tareas cotidianas de mi vida, sostenido todo por la ilusión de la joven familia y el intento de cambiar el mundo que -tan fuerte- me movía.

EL ROTO 21/02/2015

Con la fatigosa idea de trocar algunas cosas del reciente pasado, con -metafórico- el deporte como subsidiario modo de ocupar el territorio en masa, corrí decenas de maratones -por supuesto- “populares-, 100 kms. y el primer triatlón -1,5 km nadando, 60 en bicicleta y 20 a pie- celebrado en España, en 1986, entre el “Chiqui”, Sardinero, Santander y, disuasorio, Corbán/Ciriego, corriendo, insisto, para ocupar la calle de todos que -poco antes- Fraga declaró suya, junto a héroes -sí, héroes- del esfuerzo no pagado, mareos de un instante, zigzagueantes llegadas,..., incluso, siempre los hay, tramposos; diferentes fatigas, cimentadas todas en el lúdico entreno diario y, con él, en el cotidiano disfrute de verdes parajes, móviles arenas playeras, la visión azul del mar,…, los amigos, la fatigada charla, las bromas al que se rezaga o al que intenta dejar atrás al grupo, el roce diario con la naturaleza en forma de sol, lluvia, frío, viento,…, actividad en grupo que, paradójica, me hacía sentir solo y, de esforzada que era, me mostraba cómo vencer límites que, con los años, crecían.

Conviví con la fatiga física, aprendí -y tengo escrito- que correr, como casi todo en la vida, exige cierta condición personal, preparación, estado de ánimo y, en especial, honrada y sólida relación con uno mismo y que, cuando quien corre lo olvida y se somete a la masa, a la boba comodidad o, por contra, a estúpidas exigencias,..., anula la positiva relación cuerpo-cerebro propia del niño y abre paso a psicosis y neurosis que, ignaras, injustas y crueles, llegan a hacer que, al no alcanzar inexistentes metas, nos lleguemos a creer, craso error, fracasados, olvidando que lo serio de la vida no tiene que ver con éxito, fama, riqueza,…, que tanto valora el gentío, sino con cultura, educación, esfuerzo, convicción firme sobre lo correcto de nuestros actos,… y así, al tiempo comprobar que correr fatiga y hace que lo natural fluya libre y que el mundo avanza empujado por las fatigas de algunos, mientras unos pocos, avaros de siempre, abusan y se lucran con esas fatigas; así es la vida, cansina, agotadora para muchos, con algún cansancio que merece la pena… y otros que no tanto, siendo muy triste, ver, por enésima vez, en “Solo ante el peligro” que la cobardía, la comodidad, la miseria humana,… convierten a la sociedad en masa suicida que se traiciona, siendo evidente que, a diferencia de lo ocurrido en la película, el problema no lo resolverá ese Gary Cooper que al final, indignado con el resto, arroja al suelo la estrella de sheriff.

Decía George Seehan, médico corredor, al filosofar sobre ello que “cuando hablamos de correr -o de otros aspectos con apariencia menor de la vida- hablamos de juegos”, categoría importante, ajena a la lógica, alejada de cualquier utilitarismo egoísta, juegos que solo existen por y para sí mismos, escribiendo que, incluso, “si sometemos este aspecto lúdico a la función de promover la buena forma física y evitar los infartos, estamos convirtiendo el oro en ganga”, recordándonos que, como (de)muestran gran parte de los cuentos infantiles, elegir tesoros y éxito en lugar de verdad y esfuerzo es siempre caminar hacia el fracaso, para concluir que, para que sea bueno correr, al hacerlo “debemos eliminar todo aquello que sugiera practicidad y utilidad; lo que tengamos que hacer deberá ser divertido, impráctico e inútil o, de lo contrario, no lo haremos nunca”, siendo clave, pues, la idea de jugar, no correr porque nos parezca práctico sino, al contrario, porque no lo es, no hacerlo porque nos haga sentirnos mejor, sino porque no nos importa cómo nos sintamos, “porque nos interesa y absorbe tanto que ni tan siquiera reparamos en ello”. Lo escribía Sheehan, corredor que filosofaba, y estoy de acuerdo con él en que esa, y no otra, es la razón de que, desde hace años y ya -muy- septuagenario, tras dejar de disfrutar corriendo, ¡aquel cáncer de próstata, como Seehan y un síndrome compartimental!, sepa haber perdido una inapreciable -e impagable- ayuda para otras cosas, menos lúdicas, de la vida.

Escribía Eugenio Trias, filósofo, que frente a la “vis inertiae” de la cómoda tendencia que empuja hacia lo populista masivo que describía Leibnitz, “frente a la tiranía de los índices de audiencia y de las grandes superficies, de la ávida persecución del beneficio rápido y del best seller, o del culto indiscriminado a la cantidad por encima de la cualidad, se va propagando una onda expansiva de pequeños universos de afición, de curiosidad y aventura”, siendo, seguro, correr por correr, sin objetivos, porque te guste, uno de los más serios, en mi caso pese a no haber tenido nunca el tipo físico del corredor de fondo, pues no he sido estrecho sino ancho, ni mi cociente entre altura en centímetros y peso en kilogramos ha sido, ni por aproximación, inferior al 3,18 que Sheehan considera adecuado para ello; sí pudieran ser míos, por contra y con matices, ciertos rasgos del carácter de quien practica tal tipo de actividad al ser, a mi modo, introvertido, solitario, gruñón o soñador, notas de mi talante que un día, hace ya muchos años, hicieron lógico que decidiera, después de lo experimentado en Madrid, sucumbir al peor mercado y comprar unas zapatillas caras para, siempre por la calle, correr sólo por correr acompañado de otros o, en especial al final, solo, queriendo correr libre más de treinta años, sin reglas ni control, un correr que, decía Sheehan, me puso en contacto “con -algunas ignotas- fuentes de mi inspiración, mi creatividad y mis ráfagas de comprensión intuitiva”, permitiéndome vivir, sin buscarlas, aventuras de mi cuerpo, entrenando -mucho- para que ese correr por correr fuera placentero, sin objetivos ni argumento obligatorio, de modo que me permitía, casi exigía, sólo fijar de modo voluntario y libre los propios límites, las mínimas reglas del recorrido, la distancia, el tiempo máximo, la hora de hacerlo, permitiendo que el resto fuera solo capricho y, en el caso de la maratón popular, compatible tanto con el placer del juego como con el monótono sopor de posibilitar que, tras llegar dos horas más tarde que el primero, viviera la emoción del triunfo, incluso el deseo de llorar y abrazar a todos, agrandando ideas que desarman ya antes de empezar a correr lleno de endorfinas, sensación asimilable a la del sexo, tras cruzar la línea de -imaginaria- llegada exhausto, agónico en el sentido que Unamuno daba a tan mal usado término, humanas percepciones todas ellas, compatibles tanto con el -que decíamos- entreno, como con la carrera simplemente por correr, tan especial que algunos bobos -que se creen sabios- no entienden, pero cuya belleza poética, su obligado peregrinar previo a alcanzar los sueños canta el “boss” en “Born to run“: “Algún día, no sé cuándo, / alcanzaremos ese lugar / al que deseamos llegar, / y caminaremos por el sol. / Hasta entonces, cariño, vagabundea con nosotros. / Hemos nacido para correr”.

EL ROTO 21/10/2014

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