236 Los domingos cavilar
Nacidos para correr
Fernando Merodio
11/09/2022
“Otros se
fatigaron / y vosotros os aprovecháis de sus fatigas” (San Juan 4.
39)
Un signo de las estructurales desigualdad e injusticia
capitalistas, “el planeta está cerca de
sobrepasar cinco puntos -colapso del hielo en Groenlandia y la Antártida,
pérdida abrupta del permafrost,
muerte de los corales tropicales y colapso de las corrientes en el mar de
Labrador- de inflexión climática”, mientras,
petulante, Sánchez alardea del “insostenible” gas de los sátrapas, haciendo la vida desapacible, muy difícil y,
a mí, quizás por cansancio, por mi provecta edad, porque lo que oteo ahí
delante me hastía,…, animándome a desplegar el retrovisor a viejas cavilaciones
jóvenes, a mis 33 años (re)corriendo a trote lento Madrid, 1979, mayo, domingo,
junto a otros miles, enfrentado -nada más y nada menos que- al reto de mi
primera maratón, 42.195 metros, ajeno todavía al imperio de adidas, nike, new
balance, tiger,…, con la misma usada impedimenta del fútbol a que -como casi
todos- jugaba, dolorido hoy solo con pensar en el polo -muy- usado, el rasposo pantalón
corto con que cada dos domingos jugaba con el Callealtera playero, en la arena endurecida por el agua salitrosa
de la marea en el Sardinero, calcetines gruesos, rígidas zapatillas del fulbito
en el barrio y, sus lógicos efectos, uñas de los pies negras, perdidas, axilas,
ingles, tetillas,… rozadas y, parece ayer, una novedosa fatiga sedada por la
excitación, casi sexual, de endorfinas disparadas y una España -como casi todo,
casi- nueva, en la que, por un rato, había arrumbado las serias tareas
cotidianas de mi vida, sostenido todo por la ilusión de la joven familia y el
intento de cambiar el mundo que -tan fuerte- me movía.
Con la fatigosa idea de trocar
algunas cosas del reciente pasado, con -metafórico- el deporte como subsidiario
modo de ocupar el territorio en masa, corrí decenas de maratones -por supuesto-
“populares-, 100 kms. y el primer
triatlón -1,5 km nadando, 60 en bicicleta y 20 a pie- celebrado en España, en
1986, entre el “Chiqui”, Sardinero,
Santander y, disuasorio, Corbán/Ciriego, corriendo, insisto, para ocupar la
calle de todos que -poco antes- Fraga declaró suya, junto a héroes -sí, héroes-
del esfuerzo no pagado, mareos de un instante, zigzagueantes llegadas,...,
incluso, siempre los hay, tramposos; diferentes fatigas, cimentadas todas en el
lúdico entreno diario y, con él, en el cotidiano disfrute de verdes parajes, móviles
arenas playeras, la visión azul del mar,…, los amigos, la fatigada charla, las
bromas al que se rezaga o al que intenta dejar atrás al grupo, el roce diario
con la naturaleza en forma de sol, lluvia, frío, viento,…, actividad en grupo
que, paradójica, me hacía sentir solo y, de esforzada que era, me mostraba cómo
vencer límites que, con los años, crecían.
Conviví con la
fatiga física, aprendí -y tengo escrito- que correr, como casi todo en
la vida, exige cierta condición personal, preparación, estado de ánimo y, en
especial, honrada y sólida relación con uno mismo y que, cuando quien corre lo olvida
y se somete a la masa, a la boba comodidad o, por contra, a estúpidas
exigencias,..., anula la positiva relación cuerpo-cerebro propia del niño y
abre paso a psicosis y neurosis que, ignaras, injustas y crueles, llegan a
hacer que, al no alcanzar inexistentes metas, nos lleguemos a creer, craso
error, fracasados, olvidando que lo serio de la vida no tiene que ver con éxito,
fama, riqueza,…, que tanto valora el gentío, sino con cultura, educación, esfuerzo,
convicción firme sobre lo correcto de nuestros actos,… y así, al tiempo
comprobar que correr fatiga y hace que lo natural fluya libre y que el mundo
avanza empujado por las fatigas de algunos, mientras unos pocos, avaros de
siempre, abusan y se lucran con esas fatigas; así es la vida, cansina,
agotadora para muchos, con algún cansancio que merece la pena… y otros que no
tanto, siendo muy triste, ver, por enésima vez, en “Solo ante el peligro” que la cobardía, la comodidad, la miseria
humana,… convierten a la sociedad en masa suicida que se traiciona, siendo
evidente que, a diferencia de lo ocurrido en la película, el problema no lo resolverá
ese Gary Cooper que al final, indignado con el resto, arroja al suelo la
estrella de sheriff.
Decía George Seehan, médico corredor, al filosofar sobre ello que “cuando hablamos de correr -o de otros
aspectos con apariencia menor de la vida- hablamos
de juegos”, categoría importante, ajena a la lógica, alejada de cualquier
utilitarismo egoísta, juegos que solo existen por y para sí mismos, escribiendo
que, incluso, “si sometemos este aspecto
lúdico a la función de promover la buena forma física y evitar los infartos,
estamos convirtiendo el oro en ganga”, recordándonos que, como (de)muestran
gran parte de los cuentos infantiles, elegir tesoros y éxito en lugar de verdad
y esfuerzo es siempre caminar hacia el fracaso, para concluir que, para que sea
bueno correr, al hacerlo “debemos
eliminar todo aquello que sugiera practicidad y utilidad; lo que tengamos que
hacer deberá ser divertido, impráctico e inútil o, de lo contrario, no lo
haremos nunca”, siendo clave, pues, la idea de jugar, no correr porque nos
parezca práctico sino, al contrario, porque no lo es, no hacerlo porque nos
haga sentirnos mejor, sino porque no nos importa cómo nos sintamos, “porque nos interesa y absorbe tanto que ni
tan siquiera reparamos en ello”. Lo escribía Sheehan, corredor que filosofaba,
y estoy de acuerdo con él en que esa, y no otra, es la razón de que, desde hace
años y ya -muy- septuagenario, tras dejar de disfrutar corriendo, ¡aquel cáncer
de próstata, como Seehan y un síndrome compartimental!, sepa haber perdido una
inapreciable -e impagable- ayuda para otras cosas, menos lúdicas, de la vida.
Escribía Eugenio Trias, filósofo,
que frente a la “vis inertiae” de la
cómoda tendencia que empuja hacia lo populista masivo que describía Leibnitz, “frente a la tiranía de los índices de
audiencia y de las grandes superficies, de la ávida persecución del beneficio
rápido y del best seller, o del culto indiscriminado a la cantidad por encima
de la cualidad, se va propagando una onda expansiva de pequeños universos de
afición, de curiosidad y aventura”, siendo, seguro, correr por correr, sin
objetivos, porque te guste, uno de los más serios, en mi caso pese a no haber
tenido nunca el tipo físico del corredor de fondo, pues no he sido estrecho sino
ancho, ni mi cociente entre altura en centímetros y peso en kilogramos ha sido,
ni por aproximación, inferior al 3,18 que Sheehan considera adecuado para ello;
sí pudieran ser míos, por contra y con matices, ciertos rasgos del carácter de
quien practica tal tipo de actividad al ser, a mi modo, introvertido,
solitario, gruñón o soñador, notas de mi talante que un día, hace ya muchos
años, hicieron lógico que decidiera, después de lo experimentado en Madrid,
sucumbir al peor mercado y comprar unas zapatillas caras para, siempre por la
calle, correr sólo por correr acompañado de otros o, en especial al final, solo,
queriendo correr libre más de treinta años, sin reglas ni control, un correr
que, decía Sheehan, me puso en contacto “con
-algunas ignotas- fuentes de mi
inspiración, mi creatividad y mis ráfagas de comprensión intuitiva”, permitiéndome
vivir, sin buscarlas, aventuras de mi cuerpo, entrenando -mucho- para que ese correr
por correr fuera placentero, sin objetivos ni argumento obligatorio, de modo
que me permitía, casi exigía, sólo fijar de modo voluntario y libre los propios
límites, las mínimas reglas del recorrido, la distancia, el tiempo máximo, la
hora de hacerlo, permitiendo que el resto fuera solo capricho y, en el caso de
la maratón popular, compatible tanto con el placer del juego como con el
monótono sopor de posibilitar que, tras llegar dos horas más tarde que el
primero, viviera la emoción del triunfo, incluso el deseo de llorar y abrazar a
todos, agrandando ideas que desarman ya antes de empezar a correr lleno de
endorfinas, sensación asimilable a la del sexo, tras cruzar la línea de -imaginaria-
llegada exhausto, agónico en el sentido que Unamuno daba a tan mal usado
término, humanas percepciones todas ellas, compatibles tanto con el -que decíamos-
entreno, como con la carrera simplemente por correr, tan especial que algunos
bobos -que se creen sabios- no entienden, pero cuya belleza poética, su
obligado peregrinar previo a alcanzar los sueños canta el “boss” en “Born to run“: “Algún día, no sé cuándo, / alcanzaremos ese
lugar / al que deseamos llegar, / y caminaremos por el sol. / Hasta entonces,
cariño, vagabundea con nosotros. / Hemos nacido para correr”.
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