229 Los domingos cavilar
Justicia, sanidad, educación,… y miedo
Fernando Merodio
24/07/2022
“Alguien calumnió a Josef
K., porque sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana” (“El proceso”). “Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó
convertido en un monstruoso insecto” (“La
metamorfosis”. Franz Kafka).
“La medicina institucionalizada ha llegado a convertirse en una grave
amenaza para la salud. (…) influye en todas las relaciones sociales (…) el
proceso al que llamaré medicalización de la vida es de carácter político” (Iván Illich. “Némesis médica. La expropiación de la salud”)
“(…) para la mayoría de los seres humanos, el
derecho a aprender se ve restringido por la obligación de asistir a la escuela”
(Iván Illich. “La sociedad
desescolarizada”).
Franz
Kafka 1883-1924, Praga, imperio austrohúngaro hasta 1919, autor de una de las
obras más sólidas e influyentes de la literatura universal, muestra a Josef K. en
un mundo incomprensible, pesimista, absurdo,…, acusado de un delito que no
llegará a conocer, reflejando la imposibilidad de tomar serias decisiones sobre
lo más diverso por el freno de las relaciones familiares, la ansiedad, el abuso
social físico y psíquico, el peso de la culpa, la opresiva burocracia,…, hasta
un ilustrativo, realista final; administración de justicia,
sistema hospitalario y escolarización masiva son abusos “industriales” de la -que dicen- “economía de mercado” y marcan el paso, junto a los más duros
aparatos represivos del Estado, cárcel, policía y ejército, de una sociedad que
cada día precisa más terror, miedo eficaz para el interés del intocable -no tocado-
mínimo 1% dominante que, como el flautista de los hermanos Grimm -en alemán “El cazador de ratas de Hamelín”-, tras expulsar
al resto de roedores del pueblo, acaba arrastrando a los niños para, así, mostrar
su poder… a través del terror, el miedo.
Justicia,
escolarización masiva u hospitalización sanitaria son términos perversos que el
poder económico utiliza para generar la mayor parte del miedo que a tal poder conviene,
instituciones con fines de dominación que manipulan indefinidos riesgos imaginarios
o reales, nacidos de hechos de ayer, hoy o mañana, incluso de un ficticio recelo
creado, sin pudor, para ejercer una violencia insufrible, útil para ellos, no
física, mucho peor, anímica, que ya nos exige fatiga en oponernos, actuar y
acabar con la opresión/miedo mediante una nueva cultura sociopolítica que no
nace de culpar al otro, sino de volver al legado de la Ilustración tras “buscar, incansables, una perspectiva
crítica, que deberá arrancar del examen de nosotros mismos”.
La primera de las tres serias imposiciones, la que fija la relación entre naturaleza y justicia, motivó en 1971, en la televisión holandesa, un tenso diálogo entre Michel Foucault y Noam Chomsky, hoy libro de útil lectura, en el que la -solo teórica, artificial- similitud de partida entre los dialogantes hizo que el introductor, Fons Elders, los presentara como “dos obreros perforando un túnel de montaña, desde lados opuestos, con instrumentos diferentes y sin saber si llegarían a encontrarse”, pues siendo los afanes de ambos similares, su base filosófica y sus conclusiones los hacían -muy- distintos, contradictorios, incluso enfrentados, siendo en el concreto ámbito del debate entre justicia y poder en el que más duro resultó el enfrentamiento y, en él, Chomsky patrocinó la mera desobediencia civil frente al discurso del poder estatal, en busca de una “justicia” que Foucault descalificó por abstracta, simple equidad teórica frente a la que prefirió la lucha entre el -que decían- proletariado, muy mayoritario, y el capital, mínimo, lucha de clases que no debiera atender -en exceso- los criterios morales del norteamericano, basados en una -supuesta- justicia común para toda la humanidad, a la que el francés oponía el hecho -para él- apodíctico de que, aunque tal justicia universal existiera, siempre es el aparato judicial de Estado el que la aplica como conviene a la clase dominante, lo que vincula lo justo real a la cantidad de poder que cada cual tenga,…, conclusión cierta tal como, en los dos extremos, han mostrado los hechos de nazismo y stalinismo, por lo que, frente a lo que, cándido en exceso, piensa Chomski, que de la naturaleza humana puede extraerse, sin más, la noción de lo que es justo o no lo es, afirma Foucault que “no se hace la guerra porque sea justa, sino para ganarla”, lo que, siendo cierto, es obligatorio en especial cuando se tiene un enemigo tan fuerte y lleno de maldad como el nuestro; al planteamiento de Chomski, que no aceptaría, tras una posible toma del poder, que el proletariado no respetara, escrupuloso, los derechos -intereses- creados por el capital, opone, tajante, Foucault la conveniencia de que la gran mayoría proletaria en lucha, de ser preciso ejerza, si derrota a la mínima minoría, “(…) un poder violento, dictatorial incluso”, pues “no puedo ver qué objeción podría plantearse a esto”, justificando la violencia, en general injusta, cuando se necesite para obtener una mayor ecuanimidad, pues ello, dijo Maquiavelo, apoya la posibilidad de una fase violenta moralmente legitimada.
Hay que acabar con la tóxica, opresiva mezcla -siempre mal aleada- entre
Justicia y juzgados, una confusión no inocente o neutra, pues hoy es obvio
que la lucha jurídica, como la política, es espectáculo y, para ser descifrada,
debe analizarse, sin dudar, en referencia a la economía y, mientras por un lado,
nos impone el conservador John Rawls, erudito teórico de la Justicia, la
exigencia de juzgar aplicando estrictos la ley con contrato social previo, pues
“(...) la actuación de la Justicia no
está sujeta a regateos políticos, ni al cálculo de intereses sociales”, en
el otro extremo del espectro ideológico, Amartya Sen explica que las desigualdades no proceden, casi nunca, de la falta de
bienes que debamos repartir sino de no aplicar a ellos, que por sí solos no son
nada y adquieren valor al ser regulados en relación con las personas, el
Derecho y, igual que Saint-Just, joven revolucionario guillotinado, debemos saber
que "lo que conduce al bien
general es siempre terrible", amarga certeza que obliga a reflexionar sobre
en qué han devenido hoy Ilustración y Revolución francesa, meditar si es cierto
que, como, tajante, afirma Foucault, "la
única esperanza de los humanos está en ser revolucionarios, único modo de
librarse de la vergüenza y responder a lo intolerable", pues el
fracaso de la Justicia lo define, exacto, -creo que- el tío de Josef K. al decirle
algo parecido -y tan real- a que quien está en un proceso ya lo ha perdido.
De similar modo, el
fracaso de la institución hospitalaria, expropiación de la salud, lo definió la
cruel vida de I.P. Semmelweis, 1818-1865, médico obstetra austrohúngaro que, al
-simplemente- defender la higiene, agua, sepsis para salvar vidas en los partos
produjo más avance médico que decenios de insana hospitalización, pero que,
narra L.F. Celine en su tesis doctoral, “Semmelweis”,
provocó tal envidia y odio en sus rectores que acabó muriendo, por sepsis, tras
una paliza, en el sanatorio mental -otro invento represor- en que fue encerrado,
haciendo que Celine escribiera en el Prefacio, “Supongamos que aparece otro inocente que se pone a curar el cáncer ¡El
pobre no puede imaginar el tipo de música que le harían bailar!” o que,
entre otros, Ivan Illich analizara con serio rigor 1) la impotencia de los
servicios médicos para modificar la expectativa de vida, si no fuera por la
higiene, la alimentación, la calidad de tal vida,…, 2) su supina insignificancia
para curar las enfermedades, 3) la magnitud de los daños que causa la acción
médica hospitalaria, 4) su futilidad para contrarrestar la asistencia médica
patógena, 5)…, todas ellas evidencias del insano dominio generador de miedo que,
con apoyo en la máxima “Primun non nocere”,
llevaron al neurocirujano Henry Marsh a escribir sus memorias y titularlas “Do No Harm”, “Ante todo no hagas daño”.
Más
ofensivo es, si cabe, pues trabaja con niños, material sensible, -muy- blando,
la escolarización masiva, el dañino mito de la escuela, que, según Ivan Illich,
confunde proceso y sustancia y -con evidente error- presupone que cuanto más
tratamiento haya, mejor será el resultado, llegando a confundir servilismo -al sistema-
con valor y llevando a que “la
institucionalización de esos valores conduzca inevitablemente a la
contaminación física, la polarización social y la impotencia psicológica”, siendo
que, si primara educación sobre escolarización, seríamos ciudadanos, no
consumidores.
Es pretensión
cierta de las tres que, si nos situamos fuera de ellas, sintamos miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario