220 Los domingos
cavilar
Maniobras
-transversales- en la oscuridad
Fernando
Merodio
22/05/2022
“El capital se revela cada vez más como un
poder social cuyo funcionario es el capitalista y no guarda ya la menor
relación con lo que el trabajo de un individuo puede crear, sino con un poder
social enajenado que se enfrenta a la sociedad como una cosa”. (Karl Marx.
“El capital“).
“El capital no es una categoría abstracta,
sino un operador que representa una idea al servicio de concretas formaciones
sociales. Su función consiste en asumir el registro, el equilibrio, la
regulación de: a) las formaciones de poder propias de las sociedades
industriales desarrolladas b) los flujos
y las relaciones de fuerzas relativos al conjunto de las potencias económicas
del planeta”. (Félix Guattari. “En
capitalismo como ‘integral’ de las relaciones de poder”)
Orchestral
Manoeuvres in the Dark, conocido por su acrónimo OMD y en España como Maniobras
Orquestales en la Oscuridad fue -no sé si es- un grupo inglés nacido los
últimos años 70, intérprete de lo que entonces decían synth pop, música de sintetizador o new wave, nueva ola que con cierto éxito removió -con especial
agrado conservo, por ejemplo, el vinilo Architecture&Morality,
con el tema que le da título, Sealand o
las dos Joan of Arc- el enérgico
ambiente musical de entonces intentando hacer un sonido maduro con el entonces novedoso
sintetizador, alejado del potente rock de Chuck Berry, Elvis Presley, Janis
Joplin, Johny Cash, Beatles, Rolling Stones y el larguísimo etcétera
de intérpretes de música -no sé por qué, la dicen popular- que acompañaron a la
“clásica” durante mi infancia y
juventud; hoy, los “nuevos políticos”,
con mucha menor calidad, fatiga e imaginación, me retrotraen a ese instrumento
musical que, en medio de la extraordinaria explosión que fue el rock, creaba o
alteraba señales electrónicas y las convertía en sonidos más o menos gratos.
Usando en política similares artificios, al
contrario que OMD, los ”nuevos políticos” irritan, su soberbia alejada
de la historia y su rotunda ignorancia, como de tantísimas cosas, de que -pues
los parvenus alardean de “comunistas”- no saben que, como explica
Daniel Bensaïd, el marxismo es, antes que una ideología, una teoría crítica del
cambio social por medio de la lucha, la revolución, por lo que, sin olvidar su
historia, los conceptos marxistas deben ser estudiados de forma abierta a la
interpretación y -a su valor de- uso que, tras la caída de los -llamados-
regímenes comunistas se abre, liberado de la –dañina, feroz- ortodoxia que fue
el estalinismo, a un potente reinicio, lo que exige actualizar los tres ámbitos
de crítica esencial de Marx frente a la opresión: la razón histórica, la razón
económica y el positivismo científico, gestor del -hoy fallido tras traernos al
borde de la destrucción- progreso ilimitado, indefinido de la sociedad.
El gran enemigo que evitan los “nuevos políticos” era sabido ya antes de
que lo escribiera Marx en 1867 y es el capital, apoyado en sus funcionarios, los
capitalistas que, con criminal fiereza, están empeñados en conseguir que el
capital no tenga nada que ver con lo que el trabajo humano genera y, al tiempo,
convertir su acumulación en -muy importante- poder para, endiosado, apabullar a
la sociedad -y a quienes la constituyen-, tratándolos como meros objetos a su
servicio; admito que no se quiera luchar contra ello, es muy duro y la vida,
muy corta y llena de engaños, pero son insoportables quienes, incluso en las charlas
de café, desprecian la evidencia y, para huir de la fatigosa lucha, niegan la evidencia
de que capital y chupatintas -y de sangre- capitalistas son nuestros reales, poderosos,
decisivos, básicos enemigos e, incluso más cobardes, contra quienes, con fatiga
y riesgo, luchan, se valen del trampantojo de lo transversal como mera
distracción del hostil peligro, para lo cual, lo mismo enfrentan identidades
territoriales, que obcecan en la familia a padres e hijos, convierten con
burdas tretas naturaleza y sexo en simple género, elevan la -para ellos- útil covid19 por encima del riesgo climático, hacen que la permanente
guerra mundial crezca o decrezca según interese al capital o, incluso, manejan
el espantajo de la nimiedad que -hoy por hoy, con lo que llueve ahí afuera- es
la forma de Estado, monarquía o república; lo resume exacto, como siempre, El
Roto: “El capitalismo es una pompa de
jabón de hierro fundido”, la nada dotada de una estructura de control
férreo.
Se llamen como se llamen, son “transversales”, diagonales, oblicuos,
indirectos, sesgados, cruzados, atravesados, torcidos, opuestos al recto y
derecho choque con el capital, están ladinamente afiliados de facto a ideas opuestas a la dualidad izquierda-derecha y forman todo
tipo de organizaciones políticas, partidos a los que, con crudo electoralismo, llevan
a hacer lo que sea por el voto de cualquiera, obtenido con trapaceros métodos,
siendo en el disperso, amplio espectro político “catch-all parties”, partidos que lo intentan atrapar todo para lucro
personal de sus líderes, demagogia, populismo -“ir hacia (en busca de) el pueblo” desde su comodidad pequeño-burguesa,
imitadores de los narodniki rusos de la segunda mitad del siglo XIX y su -engañosa-
bajada hasta el pueblo, o de Perón y Evita, “no llores por mi Argentina”, o de su mejor mimo en España, el
fracasado asaltante del cielo, Pablo Manuel Iglesias Turrión y su cuadrilla,
transversal, parásita rémora de la “progresista”
mercantil PSOE, que ultraja a los fatigados
en la histórica, desigual lucha contra capital y capitalistas -de la que ellos,
solo, se aprovechan-, haciendo casi inabordable la vuelta atrás, pudiendo
llegar a ser más dañinos incluso y más irritantes que el irracional -también-
populismo de la más oscura caverna extrema de la derecha, la paleolítica,
inquietante Vox.
Define el daño que causan en la lucha contra el
capital como poder ajeno a -y robado de- lo generado por la fuerza del trabajo el
hecho de que, por ejemplo, la “contaminación”
provocada por los funestos “negocios”
del capital -según datos de la prestigiosa The
Lancet Planetary Health-, cause en todo el mundo cuatro veces más muertos,
9 millones al año, que los poco más de 6 millones en dos años y medio de la
útil Covid, o, aún más llamativo,
cincuenta veces más que los 500.000 muertos que cada doce meses provoca en el
planeta la violencia homicida interpersonal -de la que una mínima parte es la
que, por codicia electoral, aquí ahora, llaman “de género”-, muertes intolerables todas ellas, insufribles, desde cualquier
punto de vista natural y, al tiempo, datos que hacen inexplicable que la criminal
contaminación no provoque el ruido político-mediático de las muertes por covid y violencia de género, lo que, sin
duda, es debido a su vínculo causa-efecto con la corrupta acción del poder
económico que con claridad denuncio Marx y tan poco inquieta a los adictos de lo
transversal.
También dañino es que, mientras en El País se afirma que “Cuatro indicadores de la crisis climática -concentración
de gases efectos invernadero en la atmósfera, subida del nivel del mar, calor
acumulado en los océanos y acidificación del agua marina- marcaron su nivel más alto en 2021”, el capital nos impide avanzar
en la lógica exigencia de Greta Thunberg: “Cambiar,
¡ya!, el sistema”, pues, siendo como es de torpe, cobarde y servil, por
naturaleza, la derecha confesa, además los “transversales”
distraen y nos enzarzan en cuestiones tan fuera de tiempo como la hoy aquí -pienso
que- superada discusión sobre el machismo o intentan deteriorar las relaciones
entre padres e hijos, al no ser capaces –ellos- ni de regular con lógica la
mayoría de edad, sus obligaciones y derechos, dos siniestros modos de
distraernos del real problema.
Dice Xita Rubert que “donde hay dinero siempre hay manipulación de la verdad”, servil
tarea que realiza con deleite el esencial eslabón de la cadena del capital que
son los medios, tal como aquí, por ahora sin castigo, exhibe El Delirio Montañés que articuló para el
capital vasco un dócil director al que, como premio, ahora publican un enojoso
bodrio dominical de maniobras transversales, la última titulada “Impunidad y silencio” en el que, afectuoso
como siempre con las tropelías de sus amos, califica, ignaro, el esencial contrato
de Rousseau como “buenista” y sin bastarle
el uso y abuso que -solo él y los suyos- han hecho y hacen del derecho y la
libertad de informar que legalmente pertenece a todos, excusándose en que, en vez
de aplaudirle, alguien, al parecer, agredió a un médico, maniobra desde su oscura
caverna, no para pedir más cultura, sino, ejemplo de política vieja, para endurecer
la pena contra el débil de siempre y que “la
información fluya sin trabas ni cortapisas”, o sea, como a él plazca.
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