189 Los domingos
cavilar
República y ciudadanos
Fernando
Merodio
17/10/2021
“Había soñado con una república venerada por
el mundo entero. No podía creer a los hombres tan feroces y tan injustos”
(Camile Desmoulins, a su esposa desde la prisión. 04.04.1794)
“Apenas necesito señalar que lo que sigue no
es ciencia (…), se trata de un ejercicio de descripción viva, un diálogo con la
memoria de 200 años sin ninguna pretensión de cerrar definitivamente el tema”
(Simon Schama. Ciudadanos. Una crónica de
la Revolución francesa)
Nacido un
14 de abril –que, además, era domingo de ramos- en España, soy ajeno a esa izquierda
“progresista”, nueva, que mezcla a
voces su ignara idea de república, un esperpento, una caricatura, con la
desteñida bandera tricolor y los nombres -salvo excepciones puntuales, todos
poco que ver conmigo- del burgués Pacto de San Sebastián, agosto de 1930,
Azaña, Casares-Quiroga, Albornoz, Domingo, Galarza, la socialdemocracia
humanista de Fernando de los Ríos o Prieto a título personal, incluso Lerroux, Alcalá
Zamora y Maura, derecha monárquica, que derribaron al Borbón no tras una guerra
y cientos de miles de muertos, sino, dice Julián Casanova, por la incapacidad
de aquel para transitar de una monarquía religiosa y caciquil hacia otra democrática,
reformista y no se debe olvidar cómo aquellos dirigentes, salvo los poco
“republicanos” comunistas, huían a Valencia tras el ataque militar fascista, dejando
tirado al -siempre valiente- pueblo de Madrid, que, no como ellos, los vascos o
los catalanes, resistió bombardeos, "quintas
columnas", traiciones,... hasta el final.
Ya había
repúblicas en la antigüedad, Grecia, Roma,…, y si, para fijar un inicio a la
actual idea, nos situáramos en 1750, en la Francia monárquica nos juntaríamos
con las ideas de la Ilustración que,
en 1775, alumbraron la Encyclopédie
de Diderot, d'Alembert, Voltaire, Rousseau,... y, con el paso del tiempo, cerrando
ya el siglo, veríamos estallar esas ideas en la Revolución francesa, con Robespierre,
Marat, Danton, Desmoulins,..., triunfo de aquella Razón republicana sobre el ilógico
clerical Ancien Régime monárquico y,
en 1848, casi cien años después, tambaleándose la igualdad revolucionaria, veríamos
a Marx y Engels dar otro paso frente a la explotación del hombre por el hombre
con el -cada día más actual- Manifiesto
Comunista, base política, filosófica, económica de la revuelta trabajadora frente
a la anti-revolución burguesa, intento de sustituir -que sustituyó- a la
nobleza en la explotación del resto; 173 años después del Manifiesto, hechos épicos y más o menos fieles a la teoría dieron
cuerpo físico, político y social al viejo fantasma y están en los libros de
historia, vituperados o ensalzados…; valorémoslos.
Los
tiempos no le son favorables, sus errores y los ataques -en especial interesados
y sañudos desde, lógico, el capital, pero también, con otra (i)lógica, desde el
actual “progresismo”-, provocan su
casi absoluto mutis; Eric Hobsbawm, historiador marxista fallecido en 1917,
escribía que “el comunismo está muerto;
la URSS y la mayoría de Estados y sociedades construidos sobre su modelo, (...)
se han derrumbado, dejando tras sí un paisaje de ruina económica y moral, (...)
evidencia de que el fracaso era parte de esa empresa desde un principio”,
si bien advertía, también, que “el
comunismo está vigente como motivación y utopía“ y exige mantenerlo vivo,
pues la humanidad no puede prescindir de sus serios ideales de igualdad,
libertad y justicia, ni olvidar a quienes dedicaron -y, aún hoy, dedican- su
vida a esa lucha; se hace camino al andar avanzando y, también, retrocediendo tras
errar, buscando y volviendo a avanzar pues, dice Hobsbawm, estamos aquí solo un
rato y debemos intentar que no nos engañen, ni gastar el tiempo escaso lejos de
la idea correcta de igualdad en una sociedad con las mínimas diferencias
posibles, enfrentados a los -muy- pocos que mandan y se alimentan de las
diferencias, pues Marx no ofrece utopías, sino teoría científica, lógicas ideas
por las que siempre luchó “el partido"
aquel que fue mezcla de disciplina, dedicación, eficiencia, identidad emocional
y, añade Hobsbawm, idea de "llevar a
cabo lo que otros no hacen”, por lo que si, como Alain Badiou, vemos
agotada la etapa de unión plena de política y Estado tras la caída del
Estado-partido del Este y, luego, la del Estado-partidos del Oeste, por la casi
nula eficacia emancipadora de ambos -vista desde la revolución o desde el mero
uso del Derecho- sabemos que “la historia
de la política comienza de nuevo, frente a toda presentación solo estatal”
y no verlo sería creer que políticos amorrados al Estado -¿confían en ellos?- arreglarán
el desastre climático, el hambre, el desigual paro, lo del 1%, la corrupción
rampante,...
Hay que
tener claro, de una vez, que los problemas de todos debemos resolverlos todos, actuando en grupos formados
por lo que, de un u otro modo, dicen ciudadanos, pero procurando no enzarzarnos
con la semántica perversión del lenguaje, pues al ser tal vocablo en el
Diccionario de la RAE "persona
considerada miembro activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a su vez a sus leyes" -al
tan traído y llevado "contrato
social"-, es un sometimiento global maleable y dúctil, exigible a rajatabla
a todos excepto, aquí ahora, a catalanes y vascos, que van a su bola, o a políticos
profesionales a quienes no apetezca o, nunca, al gran capital; resumiendo, es el
de ciudadano un concepto resbaloso que -pienso- define a todo miembro pleno de
una comunidad, con iguales derechos y obligaciones que el resto y las mismas
posibilidades de influir en el rumbo de aquella, concepto que, en la
antigüedad, no incluía a mujeres, esclavos o extranjeros, liándose más, por
ejemplo en Atenas, una sociedad esclavista, muy desigual, que se dividía en esclavos, privados de libertad o
cualquier otro derecho y eran propiedad de los libres, pudiendo ser ciudadanos, un 10% del total, hijos de
padre y madre atenienses, como catalanes o vascos, llenos de derechos políticos,
o no ciudadanos, emigrantes, libres,
pero sin derechos civiles o, después, en la Roma de la monarquía que vinculó
ciudadanía a la fundación de la ciudad, 753 a.C., con los patricios ciudadanos plenos, mientras con la república de dos
magistrados o cónsules, 504 a.C., ciudadanía era atender a la res pública, la cosa pública, el bien
común, siendo a partir del s. II a.C. ciudadano romano el hombre libre nacido
en Italia, si bien con una corrección censitaria aristocrática, y así hasta el
infinito, complejidad que, en su día, hizo afirmar a Aristóteles que “(…) a menudo se discute sobre el ciudadano
y, en efecto, no todos están de acuerdo en quién lo es”; sabido es que la
semántica, la perversión del lenguaje lo embarulla todo.
Pienso
que si hablamos de ciudadanos estamos hablando, al tiempo y como hizo Simon
Schama al escribir “Ciudadanos. Una
crónica de la Revolución francesa”, de la
grande y la petite histoire, debiendo (pre)ocuparnos tanto de las emociones
de los que, con su actuación ciudadana, hacen la revolución como de las de los
que sufren bajo ella, de lo público y lo privado, de las grandes declaraciones
de los discursos políticos como de las más modestas implicaciones privadas,
pero sin que debamos olvidarnos de lo principal, como es el hecho de que los
frutos de la Revolución republicana francesa fueran “la primacía de la Constitución, la separación de poderes, la igualdad
de todos ante la ley, la garantía de los derechos individuales, la proclamación
de un Estado laico frente a toda religión y al mismo tiempo tolerante y el
propio concepto de ciudadanía”, aquel sí, plenamente asumible,
revolucionario al consagrar los Derechos
del Hombre y el Ciudadano.
Ahora
hay un falso republicanismo coincidente con la ancestral, enquistada,
cavernícola extrema derecha, al que ha llegado un osado grupo de analfabetos
funcionales, faltos de historia, ignaros que desenfocan, peligrosos, el
problema real y eligen sus enemigos con la dinámica del jurista y filósofo
político nazi Carl Schmitt, una actitud perversa, victimista, basada en la “manipulación y el chantaje emocional”
que maneja, publicitario, y juega con las muy exageradas, peligrosas, excitadas
emociones de un caladero de votos situado en el lugar que menos molesta al capital,
el de las mujeres, el colectivo LGTBI, los jubilados no dependientes, el etnicismo,…,
olvidando lo socioeconómico y lo que preocupó a los viejos ciudadanos
republicanos.
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