173 Los domingos, cavilar
Indulgencia,
masoquismo y miedo
Fernando Merodio
27/06/2021
“La tierra muestra quienes valen y quienes no sirven
para nada” (Opinión de un campesino citada
por Jean Pierre Vernant. Mythe et Pensèe les Gracs).
“La vida campesina es una vida dedicada
por entero a la supervivencia. Esta es tal vez la única característica
compartida por todos los campesinos a lo largo y ancho del mundo” (John Berger. ”Puerca
tierra. Epílogo histórico”)
A un lado
de la vital atención la tierra, nuestro territorio, están las admirables
fatigas que para conservarla y legarla a generaciones futuras le entrega esa
parte esencial del colectivo humano que han sido, son y serán los campesinos,
entorno y matriz de mi vida en una infancia feliz en que, junto a mis padres y
hermano, hoy muertos, aprendía por los poros en un pueblo pobre y pequeño, ni cien
almas torturadas por capital, fascio y prejuicios, cuerpos trabajados, frío gélido,
sabañones, costras en las rodillas dañadas, cariño y respeto a la maestra y la
mínima escuela, la pizarra y el pizarrín, miedos impuestos que definían hasta
dónde podía y dónde no podía ir, el monte, los lobos, zorros, jabalís,…. los “praus”, el río, truchas, salmones,
presas y represas de los Saltos del Nansa,… y, al otro lado, con casi 7 años, la
marcha triste, sin duda errada, a la ciudad de calles asfaltadas, donde defendí,
pueblerino fiero, la “u” final del verbo aldeano frente a ignaros que intentaban
burlarse de ella, a la indescifrable obligación de cruzar la calle, sin coches,
“por la raya”, al cúmulo de edificios
ilógicos, al colegio colonizado por ambiguas sotanas, a los niños segregados por
clases, gratuitos y de pago, sumisos y malos, listos y bobos,…, a la tarima que
elevaba al cura pequeño, a interminables misas, triduos y rosarios, a filas y enervantes
himnos que algún borrico egoísta quieren reverdecer, a las idas y venidas,
arriba y abajo, a la guerra que nos contaron ganada e, ignoro por qué, siempre supe
perdida, a dudosas normas impresas a martillazos, con saña, a Santander y su
provincia, orgulloso puerto de Castilla la Vieja, anterior a Cantabria, a quienes
luchaban contra Franco y Girón de Velasco, funestos parásitos suplidos por miles
de burócratas caídos de la dictadura al nacional-regionalismo cateto de Revilla,
Pujol y Arzalluz,…, vividores de la nada con enormes sueldos, hoy el fúnebre
peligro de enfrentamientos y ruina que son los que, lejos del amor al campo,
"la tierra" de todos, con
bobalicona sonrisa se aferran a una pancarta sostenida con leves, lechosas,
tiernas manitas de cacos burgueses que ni saben qué es una azada, una hoz o un
dalle, indulgentemente indultados -caridad con lo que no es suyo- por Sánchez,
que insisten en exigir "secesión"
en lengua ajena, pedir, ¿saben los socios de Pujol qué es y cuánto cuesta, en verdad,
la libertad?, "Freedom for Catalonia",
generando tensión política muy mal gestionada, ajena a problemas como la
libertad e igualdad reales, tapando que la justicia mundial solo admite la
secesión por los cauces legales que en España, masivamente, aprobaron los de Catalonia o, de modo unilateral, para
descolonizar o ejercer el derecho de autodeterminación, lo que, como les dice
el informe núm. 4 de su estúpido Consejo Asesor para la Transición Nacional, no
cabe en su caso pues, dice la doctrina, la tensión política -aquí solo
provocada por quienes no piden, exigen de forma ilegal- debe ser encauzada con
un escrupuloso respeto a la norma interna. Así de sencillo, ¿te enteras
Sánchez?
En tal río
revuelto pescan los que siempre se enriquecen -cada día más- con la pobreza
ajena y, paradigma de odiosa maldad, destruyen el planeta y sus ecosistemas con
innecesarios, egoístas, no debidamente evaluados ciclópeos mamotretos dañinos
para el resto y, hoy reconocido por todos, generan un gravísimo deterioro
climático, situación que adoba un oportuno, útil bichito que, dicen, es causa
de lo que los alarmistas de cámara han dado en denominar, insidiosos, pandemia
y que es simple coartada para violar, sin duelo, derechos fundamentales ganados
en siglos de valiente lucha de algunos, derechos que nos va a costar muchísimo
recuperar en su integridad.
El
coyuntural gerente de la mercantil PSOE, con aspecto y redicho discurso de jefe
de planta de "gran superficie"
se muestra "indulgente" -adjetivo
del nombre femenino "indulgencia"-
y, burlando a los muchos que -por muy distintos motivos- razonamos en su contra,
perdona o tolera -lo que él considera- un falta, simple error ajeno, perdón
que, no hace tanto, era dada a otorgar la iglesia -aquí católica- a sus fieles díscolos,
mientras al tiempo el burócrata -que quiere engañar, sin duda, a idiotas- libera
al resto de usar el represivo bozal que dicen mascarilla -o, también, "revilleta"- y que, además de hacer difícil
el irrevocable ejercicio del esencial derecho a hablar y relacionarnos para
mejor decidir y habernos tenido, de modo claramente abusivo y superfluo, meses
respirando -no solo aire contaminado- nuestras salivillas de la conversación,
toses, estornudos y demás basuras que, desde la boca, pegábamos al interior del
mirífico bozal impuesto, algo que, es evidente, no resulta muy sano, ahora nos
lega el debate callejero, la bronca ciudadana de luchar metro a metro cuándo sí
y dónde no llevarla.
La Venus de las pieles, novela escrita en
1870 por Leopold von Sacher-Masoch, narra los avatares de la relación del joven
Severin con Wanda, a la que llegó a ofrecerse como esclavo, reflejo de las
relaciones del propio Sacher-Masoch con Fanny Pistor, con la que llegó a firmar un contrato -generador de una ilógica obligación formal- que le convertía en su
esclavo y, en ocasiones, le hacía pasar por sirviente suyo, con la sola contrapartida
de que ella vistiera, con frecuencia, pieles, lo que la convertía en objeto de
culto y le otorgaba la posibilidad de ser cruel con él, lo que hoy llamamos
masoquismo y, según el diccionario de la RAEL,
es "conducta en la que se obtiene la
excitación y la satisfacción sexual a través del propio dolor físico o
psíquico, la humillación, la dominación y el sometimiento" o "disfrute o placer que se experimenta con un
pensamiento, situación o hecho desagradable o doloroso", un trastorno
placentero/doloroso para el que lo padece y que, aun siendo frecuente que a las
relaciones sexuales sanas se una algún juego de sadismo y masoquismo, llega a
provocar malestar que afecta al funcionamiento diario de quien lo padece y
tiene como manifestación extrema el subtipo de la “asfixiofilia”, que consiste en dificultarse la respiración -de modo
similar, pero más agudo. a lo que durante meses de sadismo burocrático nos
ocasionaron las malditas mascarillas- disminuyendo el acceso de oxígeno al
cerebro en el momento del orgasmo de modo que, al parecer, se aumenta el placer
sexual, si bien conlleva el riesgo de producir, ¡mucho cuidado!, lesiones
cerebrales o incluso, como le ocurrió al actor David Carradine, la muerte.
El sumiso suele
ser usado -tanto y tantos como evidenciaron, por ejemplo, los nazis- por los sádicos,
esos "que experimentan excitación y
satisfacción sexual al infligir sufrimiento físico o psíquico a otra persona"
y, en la teoría freudiana, oscilan desde la actitud simplemente activa para generar
la sumisión del otro y así ampliar la satisfacción propia, hasta, incluso, la
violencia física o psíquica, lo que lleva al campo de la perversión, siendo en
este punto donde, aquí ahora razonablemente, debiera aparecer un miedo más que lógico
pues, como lúcidamente razonaba Leila Guerriero en un magnífico artículo
titulado "Los peligros",
"el virus no es perverso. Está vivo
pero es indiferente: no desea, no sueña, no quiere nada. Un mundo que pelea
contra un enemigo que no tiene maldad, no tardará en encontrar el enemigo
perfecto", ese enemigo evidente que aquí ahora ha logrado que "los cuerpos sean peligrosos y empiecen a ser
superfluos" y que, mientras "hasta
hace días hablábamos del avance de la derecha, la xenofobia, el nacionalismo, ahora
los ciudadanos clamen a sus gobiernos que les impidan viajar, que los vigilen,
que cierren fronteras, que expulsen a los extraños", ¡incluso algunos,
muchos, se niegan el derecho a privarse del dolor, quizás placentero para
ellos, de la mascarilla!, así que a los valientes de un mundo cuitado por el absurdo
temor a un bichito, en el que nos tratan, ¿quizás igual que siempre?, como
masoquistas, ven la irracionalidad de que el poder de los sádicos, unidos en la
política, el capital, internet y los medios, no causen miedo, terror, pánico en
la sociedad, no la alteren profundamente y, de modo inmediato, el género
humano, "la internacional"
no se una y se apreste a una lucha fiera.