domingo, 9 de febrero de 2020

91 Los domingos, cavilar De falsificaciones y rectificaciones Fernando Merodio 09/02/2020

91 Los domingos, cavilar 

De falsificaciones y rectificaciones 

Fernando Merodio 

09/02/2020 

"Toda persona natural o jurídica, tiene derecho a rectificar la información difundida por cualquier medio de comunicación social, de hechos que le aludan, que considere inexactos y cuya divulgación pueda causarle perjuicio" (artículo 1 de la Ley Orgánica 2/1984, de 26 de marzo, reguladora del derecho de rectificación), 

"Tenemos a los mejores y más hábiles mentirosos del mundo, a los más astutos y diestros ladrones (...) Podemos ganar al mundo en todos los juegos" (Brigham Young. Segundo presidente del Movimiento de los Santos de los Últimos Días; los mormones). 

Son estos tiempos difíciles, de falsificaciones que exigen -urgentes- rectificaciones y, para interesados en cambiar el rumbo, me detengo en algo de apariencia tan tediosa, vieja y sosa como puede parecer una ley de 1984, cuya breve lectura -y posterior puesta en práctica- recomiendo, ley que, pese a ser de aquella "casta", aún no ha sido desarticulada por los nuevos populistas de chalet en la "sierra rica" y los amantes del "progreso" insostenible -de unos pocos-, de derecha, ley añeja pero actual, urgente que regula el -teórico legítimo- derecho de todo el mundo a rectificar los -interesados y peligrosos- delirios de "cualquier medio de comunicación social"; solo tres páginas con contenido diáfano, bien redactado, y el objetivo evidente, fácil de entender por todos, de proteger el derecho constitucional a recibir y transmitir información veraz de interés para la colectividad. Intentaba tal ley, es evidente, acabar con un insano y peligroso monopolio, el del fundamental derecho a informar, entonces usurpado por el poder político y hoy, no sé si incluso más peligroso, por el del dinero propietario de -a través de su capital social o la publicidad- los medios, ambos poderes, los dos, totalitarios 

No es la Ley 2/1984, de 16 de marzo ordinaria sino Orgánica, pues defiende un derecho constitucional de toda persona natural o jurídica, a las que otorga la posibilidad de rectificar, dar su versión discrepante respecto a cualquier información publicada por un medio, siempre que se refiera a hechos que le aludan y él considere, sin que sea preciso que lo sean, inexactos y que, al tiempo, estime que su divulgación le causa perjuicios; es una Ley importante, de tiempo de cambio, que pretendió garantizar el fundamental derecho a la información en su doble dirección: activo, a informar y pasivo, a ser informado con veracidad, de modo que cumpla su fin esencial, ser socialmente útil para tomar decisiones colectivas, destacando en ella tanto el vínculo jurídico entre la rectificación y el esencial derecho pasivo de todos a ser informados con veracidad, aclarando la Sentencia del Tribunal Constitucional 168/1986, de 22 de diciembre, que la Ley Orgánica ni siquiera exige acreditar la falta de veracidad en la información, bastando la simple discrepancia con sus términos de quien rectifica y que le perjudique, en sentido amplio. 

Pese a todo, lo cierto es que tan lógico, útil y saludable derecho no se ejerce, pienso que por muy diversas razones entre las que encuentro como primeras la cautela -o miedo- que genera en la mayoría hacer frente -por lógico que sea- a medios que tienen tanto poder tan impune en la elaboración de la opinión pública y la cuidada glosa de remilgos leguleyos de doble, incluso triple, uso que, mayoritariamente, se hace de tan clara norma al administrar -de modo conservador- Justicia; en la práctica, rectificar es, pues, un derecho que apenas se ejerce, defraudando las expectativas de regeneración que en tan valiente figura depositó, sin duda, el legislador postfranquista. 

Veamos un ejemplo de falsificación que exige rectificación. Paolo Flores d'Arcais, dicen que filósofo, periodista, editor "progresista" italiano, con status aquí de mirón que se limita a dar tabaco, que resueltos, supongo, los serios problemas de su país, usa el acogedor calor que le da, también "progresista", El País para dejar el publirreportaje titulado "Una enorme y frágil esperanza", en el que vago, laudatorio y mal informado, desgrana cuatro nimios datos del acuerdo/programa "progresista en coalición", para España "nuevo", que el italiano, ido, define como "un preciso catálogo de todo lo que resulta absolutamente necesario hoy para poder hablar de reformismo", en el que, muy indicativos, Sánchez y los ahora mudos Iglesias & Sra. se conjuran a "luchar contra el cambio climático" con el dañino oxímoron de un ficticio "crecimiento sostenible" -el crecimiento, hoy, destruye- que, además, "cree empleo y reduzca la desigualdad", farfolla multiusos que, al servicio de cualquier ideología, apoyan, intercambiables, sindicatos y CEOE, pese a carecer de la menor referencia a cuánta energía se generará en el futuro, quién decidirá el modo y qué normas regirán el -por obligación- escaso consumo de la energía generada, dándonos a entender con ello que todo seguirá en manos del oligopolio que, de modo cruel e irreparable, dañó el equilibrio natural y lo seguirá dañando; junto a la insufrible desigualdad, me parece que una fiel definición valiente de la política energética debiera ser lo más urgente del "programa de gobierno" que, vaya usted a saber por qué, tanto gusta al filósofo, periodista, editor "progresista" italiano que, como guinda, afirma que "la permanencia en prisión de Junqueras y todos los demás condenados sigue siendo una vergüenza y un obstáculo", sin explicar para qué o quién; buen ejemplo de ignorante pisacharcos. 

Siguiendo la moda, ve trascendente el filósofo preocuparse por, ¡pobrecitos!, los españoles y dice que tan "esperanzador y frágil" programa "sitúa en el centro no la 'empresa' en abstracto, sino a los trabajadores", referido, supongo, a sueldos, horarios, vacaciones,..., haciendo que me arrepienta de los eternos debates -sin duda errados- que los pocos ilusos, comunistas, que luchaban contra Franco, miembros de las casta del 78, mantenían sobre cómo exigir la participación de la fuerza del trabajo en las decisiones notables que tomaban las empresas, decisiones que hoy, "progresistas", es evidente que debemos dejar exclusivamente en manos de sus propietarios, a los que, con incluso derecho de pernada, en "Novecento" llamaban patrones, para así lograr que nos siga yendo como hasta ahora nos va... y seguir cayendo. 

Alaba el mirón también el trato que dan nuestros "progres", de la forma que he dicho, a la "urgencia ecológica", como también a la disminución de "la brecha entre ricos y pobres" utilizando el aumento del salario mínimo ¡hasta 1.200 euros!, a la mejora en la salud pública -¿pagarán Valdecilla de una p... vez?-, a la derogación de la ley mordaza para que, solos, nos amordacemos nosotros, la -¡auuuu! aullaba rebelde el "Hermano lobo"- subida de impuestos al capital, el control de alquileres, la educación pública,..., catálogo de lugares comunes para todo el que se postula izquierdista, suaves para no enfadar al poder real, laudatorios, entre los que, eso sí, echo en falta referencias obsequiosas hacia la (in)eficaz privación de su presunción de inocencia y otros derechos esenciales a que cuatro plúmbeas páginas del programa de los coaligados someten al depredador varón ¿no será, acaso, el despistado italiano un machista? 

Nuestros "progresistas" deberían cambiar su criterio sobre el "progreso", su boba, depredadora, destructiva idea de que la naturaleza está a nuestro servicio y, además, es transformable, exprimible, inagotable,... y olvidarse de subir, crecer, incrementar,..., plantar cara y decir a su jefe, al capital, que hay que frenar lo de generar, consumir, incluso lo de incrementar sueldos, pensiones,..., pararse a pensar, hacer somero inventario de lo que tenemos e idear un nuevo -más equitativo- reparto, esperar su respuesta y, a tenor de ella, actuar. Actuar en serio. 

Concluyo animando a todos a exigir que los medios que las difunden rectifiquen sus muchas noticias falsas (mal)intencionadas, que lo hagan sin abogado, y sustituyo otro final ya escrito por una emoción vivida en el autobús con alguien de 95 años y un ictus a sus espaldas, el pasado, Miguel "el ruso", irritado con el "populismo" o "progresismo" actuales, cargado de años de emigración huyendo, de paros, huelgas, despidos, inseguridad, miedos, detenciones,... y, enterrado en mil recuerdos, un agradecimiento: "En la peor caída de "el Partido" no fui a la cárcel porque Coterillo, torturado y privado 10 años de libertad, no quiso decir mi nombre". Nada que rectificar.

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