78 Los domingos, cavilar
¿Y si esto no es una democracia?
Fernando Merodio
10-11-2019
“(..) una vez que los ambiciosos fueron atraídos por las ventajas de estar por encima de sus semejantes, trataron de darse una reputación fingiendo ser amigos de los dioses invisibles que el vulgo temía” (Panfleto s. XVII "Tratado de los tres impostores")
“(...) se está instalando un neofascismo en relación con el cual el antiguo quedará reducido a una forma folklórica” (Gilles Deleuze)
Democracia, palabra tomada del griego -démos, ‘pueblo’, y krátos, 'poder’-, remite a forma de gobierno en que el poder lo ejerce el pueblo, un sistema político en el que imperarían los derechos del hombre-ciudadano, la libertad individual, la discrepancia política, la libre asociación, el sufragio universal, la libertad de información y opinión, la limitación del poder,... y, por encima de todo, el respeto a la Ley justa, al contrato social, base del Estado de Derecho. Muy exigente.
Lo actual era avanzado por Gilles Deleuze al publicar el 18 de febrero de 1977 en Le Monde un texto incorrecto, El judío rico, en el que explicaba cómo, mediante una inane acusación de antisemitismo, se pretendía prohibir -y de hecho se prohibía- la bella película de Daniel Schmid, L’Ombre des anges (La sombra de los ángeles) y, aun peor, se destruía su espíritu; decía Deleuze que, “se está instalando un neofascismo (...) organización coordinada de pequeños miedos, de pequeñas angustias que hacen de nosotros microfascistas encargados de sofocar el menor gesto, la menor cosa, la menor palabra discordante en nuestras calles, en nuestros barrios (...)” y advertía de las limitaciones que impone tal miedo personal, individual, un miedo y unas secuelas hoy evidentes; explicaba sus mecanismos el Nobel nigeriano Wole Soyinka, en 2004, en cinco conferencias recopiladas con el título Clima de miedo, señalando que son pilares del mismo, de un lado la humillación, verdugo de la dignidad, que es dique frente al horror y las amenazas, y de otro la seducción que sobre los más majaderos ejerce el “poder puro”, una seducción que se evidencia en la satisfacción, visible aquí ahora, con que el poder nos mira y piensa: “Os tengo en mis manos y voy a decidir vuestra suerte”, con esa odiosa sonrisa que, mientras jugábamos niños, veíamos en el patio del colegio y nos debiera preocupar.
Humillación, falta de dignidad y sumisión al poder, son causas de ese miedo, también origen de la etérea unión líquida, casi metafísica, entre quien paga y quien cobra, el que vota y el votado, y, además, dan forma a esa cosa maleable y viscosa que llaman política, propiedad privada de una casta “sin habilidad laboral, ni saber específico o maestría valorable en el mercado, que no sea parasitar (...); una casta que hace de su (in)actividad “fuente de vida y perenne privilegio”, por lo que a aquel joven yo que, con dieciséis años ajenos a miedos extraños, dejaba el bovino calor de creencias venales y premios lejanos, sustituyendo el plácido opiáceo del hogar familiar por una política que entonces era seria, para descubrir, mérito solo del tiempo que, tras años de firmes creencias -casi- nada es cierto y manda el egoísmo, el dinero, lo que me invitó a blindarme en lo raro y así vivir, más o menos, en paz, al tiempo que olvidar las certezas “que se fueron quedando entre las hojas gastadas de los libros” y seguir fatigándome en vivir mientras viva, sabiendo que lo tendré que hacer de otro modo, pues -si existió- murió la izquierda, aplastada por buenismo, progresismo y progreso, inventos mediáticos, monstruos plutocráticos, herencia postrer del viejo fascio del que se aprovechan los que alientan el miedo.
Ahora se busca una inane paz, propia de los cementerios, ignorando que Spinoza, en su “Tractatus politicus” (6/4), decía que paz no es “carencia de guerra; es virtud de la fortaleza de ánimo” y que de no actuar en consonancia con ello, solo habrá miedo, servidumbre, humillación, ellos.
Botín, ¡simbólico apellido!, guerrea contra nosotros y gana, gana, gana, gana,... sin que a nadie importen ni el cómo ni el cuánto, ni si roba o engaña, ni si negocia ilegal, sucio con el arte, ni si, aún peor, como desde Iberdrola Galán -el que oculta el paterno Sánchez-, pretende imponer qué es belleza, arte, cultura,... y nos amenaza, abusa de nuestro miedo, pretendiendo que sean ellos, los de siempre, y no nosotros, sus víctimas, quienes además ahora abanderen la lucha contra el calentamiento global, el cambio climático la destrucción de nuestro único planeta; ellos son los que, certero, desnudó el filósofo diciendo que “ni siquiera recuerdan donde han dejado la ética”.
Me irrita ser tomado por idiota, que me roben los deseos y los cambien por placeres falsos, que me lo den todo (mal) hecho y pues me sé limitado, regreso al filósofo, al Deleuze que habla de Foucault, del análisis de la oscura crueldad del poder y sus mecanismos actuales, “en lugar de represión o de ideología, configuran el concepto de normalización y de disciplina”, y veo claro que ya no necesitan los viejos aparatos de Estado y les bastan los medios, prensa, radio, televisión, el dinero que les “infunde confianza”, es el peligroso fascismo actual que se apoya en nuestros miedos. En Deleuze el deseo es un proceso completo en cada uno, individual, personal, es afecto, acontecer variable, asunto de un día, de un rato, “cuerpo sin órganos, definido por zonas de intensidad, umbrales, gradientes y flujos”, sea personal, colectivo, político,..., pues, desde Sacher-Masoch, quien quiere sabe que el placer regalado anula el deseo, desnuda sus carencias y niega la posibilidad de intentar conseguirlo.
¡Pásalo!, desoye el mensaje de quien usa la técnica fácil, siempre arcana, hoy oculta en móviles y ordenadores, sin esfuerzo ni conciencia, que sigue órdenes de quien manda e inventa placeres, como ahora en Santander pretende el banco, inquisidor, represor, asesino, definir y manejar nuestros deseos, afectos, gradientes y flujos; son impunes y, frente a ello nos queda solo ser radicales, pensar y repensar la libertad, luchar contra el totalitario capital, regresar al barro de la política contra la economía canalla, abandonar la institucional, no pararse en teorías, pasar a la práctica empezando por no regalar nuestro voto, que no es nada, a nadie. No me oculto.
Vuelvo a lo del principio, la idea de democracia, y la identifico con algo que tiene la apariencia provocativa de las cosas que aconsejan reflexionar un rato sobre ellas. Hagámoslo y reconozcamos que venimos de una sociedad que, salvo excepciones, convivió plácida con Franco y que la llamada transición, en cierta forma provechosa y útil, fue hecha por franquistas confesos, gentes de buena fe, trileros de la PSOE y otros que fracasaron queriendo cambiar -de verdad- las cosas, entre los que me cuento, por lo que, quizás, nos cueste tanto intuir siquiera qué es la democracia. A partir de ello y si analizamos en concreto la forma esencial de lo que aquí llamamos Estado social de Derecho tendremos la evidencia de que en realidad es un ente oligárquico en el que mangonean dos minorías, una política, burocracia de partidos, sindicatos y subvencionados diversos y, por encima de ella, otra económica encarnada en el soberano y más corrupto poder, el del capital; son oligarquías sobre las que pretende ejercer contrapeso la apariencia de un respeto formal a la soberanía popular, a los derechos de la mayoría, al poder del pueblo, limitado a la esperpéntica forma que hoy tiene el voto -hemos podido ver unos horribles debates televisivos- y las capitisdiminuidas libertades individuales; es el viejo capitalismo, desigualdad, hoy, lenguaje pervertido, oculto tras voces como democracia, progreso, liberalismo, Estado de derecho,... Si pensamos que la política es el arte de vivir juntos buscando el bien común y aceptamos una idea de democracia -que Platón y los antiguos griegos veían nefasta- vinculada a la libertad que niega cualquier título (de nacimiento, conquista, mayor conocimiento, religioso,...) legitimador del derecho a gobernar al resto y si en momentos tan duros como los que, en caída libre, se avecinan, coincidimos con la niña sueca en que la única solución frente a la catástrofe es, urgente, "cambiar el sistema", debiéramos detenernos, reflexionar y hacernos la pregunta del título ¿y si esto no es una democracia?, para responderla y, rápidamente, actuar con energía.
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