61 Los domingos, cavilar
Los mirones dan tabaco
Fernando Merodio
21/07/2019
“Si triunfamos, no será por disparar primero; será porque nos disparan. Lo único que entiende la clase dominante es la victoria. Pero subestima el poder del fracaso" (James Connolly a Nicolai Bajtín, en "Santos y eruditos" Terry Eagleton).
"El absolutismo moral de Connolly le resultaba, al mismo tiempo, aborrecible y apetecible" (Reflexión novelada de Ludwig Wittgenstein en "Santos y eruditos" Terry Eagleton).
Hace lustros, un grupo de jóvenes aficionados a enclaustrarnos en ingenuas partidas de ajedrez hicimos vírica entre nosotros la frase "los mirones dan tabaco", reproche amable y ácido a quienes nos miraban y sugerían en voz alta movimientos de piezas con los que creían resolver las dudas que -imaginaban- podíamos tener; admonición que, encrespada, seria y agria, rebrota ahora en mí cuando hay en juego algo mucho más sustancial y serio que una estimulante pero vacua partida de ajedrez y alguien ajeno al riesgo osa opinar en voz alta para, casi siempre, perjudicar.
Opinar en público sobre conflictos ajenos sin tener en cuenta -ni pedir opinión- a las víctimas de esos conflictos es vicio nocivo, abuso de los burgueses que tan bien esbozaron Galdós y, luego, Buñuel en el Toledo de la magnífica y sugerente "Tristana", ignaros de realidad, hormas de lo que es la inane y "bobina complacencia" con que alardean de lo que son y -creen- representar.
A partir de tan personal disquisición especulativa analizo, con dolor y por higiene, un dañino caso práctico; pongan que esto es Santoña, cantábrica villa marinera que el auténtico Napoleón Bonaparte y no uno de los miles que, enfermizos, intentaron imitarle, sembró de Bienes de Interés Cultural, BICs, fuertes, baterías costeras, cuarteles y dependencias militares, entre las que figura un reconocido Hospital Militar que, por órdenes directas del propio Napoleón, se implantó, tras alquilarla, en la llamada Casa Maeda -distinta del Palacio Chiloeches con que hoy se identifica, que estaba donde hoy está el Ayuntamiento-, levantada, entre 1648 y 1694, para Don Francisco de Maeda y del Hoyo por el arquitecto Francisco Menéndez Camino.
Se trata de un edificio que, probablemente desde siempre y al menos desde 1811, en que aparece reflejado en fiables planos franceses, tiene forma de L y claro valor histórico prolijamente documentado, que hizo que el 24 de mayo de 1972, la (in)cultura franquista lo declarara "Monumento Provincial de interés histórico-artístico" con base genérica en su "especial interés para la región, provincia o municipio donde se alza, por constituir documento importante para su historia, aparte su valor artístico sustantivo", así como que, años más tarde, con escaso esmero material y formal por parte de los políticos, expertos y funcionarios que gestionaban -y gestionan- la protección de nuestro patrimonio histórico básico, por mero imperativo de la Ley 16/1985, del patrimonio cultural cántabro, pasó de "monumento provincial" a Bien de Interés Cultural, BIC, con el imperdonable error de no haber determinado con exactitud su imprescindible "entorno de protección" y mantener la "chapuza" formal franquista de, en su magro expediente, solo referirse al brazo largo de la L completa que era -y es- el Hospital; desidioso error político-administrativo por el que los afectados intentan limitar, de modo ilegal/ilógico, la importante declaración como BIC y la protección del Hospital Militar solo al brazo largo de la L -repito, completa- que fue -y es- el Hospital.
Nuestra burguesía "cultural", apellidos conocidos, buenas y -acaso también- malas ideas y acciones, hizo por ello el inane ruido que le gusta hacer para justificar nosequé y ahí habría acabado todo de no ser por un concejal de "Santoñeses" -espero no molestarle citando su nombre-, Jesús Gullart, que, además de protestar, hizo lo que el principio de legalidad, el estado de Derecho demanda a quien no está de acuerdo con una actuación político-administrativa errónea -o maliciosa-, recurrir y recurrir y volver a recurrir, hasta acabar en la sala de lo contencioso-administrativo del TSJC, con sólidos argumentos en defensa de que la acción de propietarios, ayuntamiento y consejería de (in)cultura estaba siendo ilegal, radicalmente ilegal,..., en el peor sentido de la palabra especulativa, pues el Hospital Militar, el BIC, es la L completa y el jardín. En esas está, empleando tiempo y dinero y enfrentado a todos, especulación, propiedad, partidos, ayuntamiento, gobierno regional,..., espero que nadie más; sin el concejal ya se habría derruido, de modo ilegal, un muy importante trozo de Historia y se habría levantado el especulativo edificio proyectado; (in)cultura, que algo sabe y teme, lo ha frenado.
En tan duro tranco, a breves días de llevar el debate legal a los tribunales, ¿casual?, el 13/04/2018 El Delirio Montañés publicaba a toda página un artículo de opinión, con fotografía, suscrito por el muy dado a mirar opinando Grupo Alceda, los mismos apellidos de arriba, el "Santander de toda la vida", titulando, ¡deberían explicarlo!, "Legal sí, pero decisión política errónea", a toda página, insisto y diciendo con falsedad y sin un solo argumento que el irreversible atropello contra un ala del histórico Viejo Hospital Militar Napoleónico de Santoña es legal, llevando la contraria -¿ignorantes o mal intencionados?- con ello al concejal solitario que defiende el principio de legalidad.
¿Quién de esa inane burguesía, quién de sus instalados y subvencionados sabios sostiene la tesis de que es legal demoler un trozo de, con mayúscula, la Historia de Europa, España, Santoña,...? Que lo escriba, lo razone, y ponga debajo su nombre.
¿Un error casual? Alguien con muy buena fe, tan buenista como aparentan ellos quizás pudo pensarlo hasta que, hace una semana, el pasado domingo, coincidiendo, ¿casual de nuevo?, con la entrega al tribunal del documentado y terminante informe pericial de una profesora -no uno de ellos, por supuesto- sobre el indubitado valor histórico de todo el Hospital, de nuevo a toda página y en El Delirio Montañés, el mismo Grupo Alceda con sus mismos apellidos lo volvía a distorsionar todo con su malsana opinión en un artículo presidido por un puño -maltratado icono, símbolo de la lucha del débil contra el poder- al que aguantaba un tablón, titulado "La invención de la Historia", en el que insistían en que la demolición parcial del Hospital Militar es "sí, legal. Pero ¿es lícito que el beneficio de un empresario esté por encima de la memoria de la ciudad y sus ciudadanos?", impúdica exhibición de ignorancia de lo que son Ley y principio de legalidad y escarnio evidente de lo que son Política, con mayúsculas, y legitimidad de los mismos que, tras el irreparable daño ecológico ilegal causado en la ensenada del Camello, mantienen una fúnebre lucha a favor de su particular concepto estético respecto a los, ¡esos sí!, legales "espigones de La Magdalena".
Vuelvo al principio y repito que, como los espectadores de partidas de ajedrez, "los mirones, todos, dan tabaco", los reacios a implicarse en los riesgos de la lucha -con seriedad- para defender el estado de Derecho, debieran limitarse a dar tabaco y, si les parece poco, aplaudir o silbar a quien, con riesgo, se faja con el poder, procurando no causarle, con buena o mala fe, daños o perjuicios; lo ocurrido es doloroso, triste, exige urgente -quizás imposible- autocrítica, petición de disculpas y, posiblemente, una larga y silenciosa reflexión del aventurado grupo.
Tiempos canallas, confusos, peligrosos, de políticos venales/ineptos con un entorno sumiso, subvencionado, un pequeño presidente atravesado de fracasos, amante del exhibicionismo, émulo de las niñas que, hace casi sesenta años, decían que se les aparecía la virgen en Garabandal y que sitúa en medio ambiente a Guillermo Blanco que, hace días ¡en la universidad! decía que "iba a sacar el carbón del modelo energético", que parece ser lo que piensa que es la "descarbonización" y ni siquiera alcanza el estatus de mirón obligado a dar tabaco.
Burgueses, presidente exhibicionista y descarbonizador desconocen -y desprecian- todo poder asentado en la lucha contra quienes disparan y sus habituales fracasos; quizás por ello abominan a quien, firme, confía en el absolutismo moral.
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