sábado, 25 de octubre de 2025

Lo cotidiano.128 De los que no queremos morir durmiendo Fernando Merodio 25/10/2025

Lo cotidiano.128

De los que no queremos morir durmiendo

Fernando Merodio

25/10/2025

Sócrates, condenado a morir envenenado con cicuta, pudo eludirlo pero prefirió la muerte

Espero que nadie pase de decir ¡anda que no es raro éste! y pretenda deambular en exceso, si no son las suyas sólidas, por mis ideas, al pensar en los sabidos hábitos de las tres viejas parcas/hados, la que hila para que nazcamos, la que devana y vigila el hilo de nuestra vida y la que lo corta para matarnos, tras leer un artículo que Manuel Vicent, casi nonagenario, publicaba el pasado sábado acerca de ideas y relaciones en el café Gijón, Madrid, de título sugerente: “Todos quieren morir durmiendo”, en que valora trazas marginales -casi solo- estéticas sobre tal querencia, con la que, siempre insumiso, me confieso excepción, pues, habiendo llegado -semi- dormido, haré lo (im)posible para irme de aquí despierto y, como -casi- siempre he vivido, cuando y como quiera, intentando evitar que se me adelante la última parca, con la clara idea de que, siendo filosofía práctica, no hay pregunta al respecto que no pueda atender yo, afín al Albert Camus que reflexionaba en El mito de Sísifo sobre el sentido de la vida para, sin crispar, decirnos: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio” y, enamorado de la vida activa si -pienso que- vale la pena, tengo meditado y claro que solo deberé explicar lo que, en su caso, decida a los que de verdad -entienda que- importo, sabiendo que se puede tomar la decisión de irse desde el mejor y más ético ánimo vital, no valuando tal asunto -cuyo efecto es sobre todo- propio como airado hastío ante algo que no es querido y sí como -inexorable- acto lógico para poner fin al camino andado.

Pienso que, sin que haya dolor físico o de otro tipo, querer morir durmiendo es propio de quien está satisfecho de haber venido aquí sin ser preguntado y, sin entender gran cosa de lo que somos y lo que es la vida, ha vivido -vive- adormecido y pues -acaso- le ha ido bien y -se siente- cómodo con lo tejido por Cloto, primera de las viejas deudas y devanado por Láquesis, segunda, no quiere traicionar a la última, que pone fin a la vida, Átropos, cubriendo su sumisión a los hados/parcas de ilógicas, veladas excusas éticas o -dicen- religiosas, propias desde Platón y Aristóteles de muchos y -con límites- opuestas a los criterios estoicos o, más tarde, los de Montaigne, ante una actitud final rotundamente humana, lógica, personal y ajena a dudas éticas, incluso estéticas, de la que no forman parte actuaciones como la del que fuma, bebe o consume nefastos caldos, ni quien va rápido en coche o gusta nadar sólo y dónde “no hace pie”,…, o las de Sócrates, Jesucristo, Robespierre, Che Guevara,… que, conscientes -como los anteriores- de que su modo de disipar/vivir puede acortar la estancia aquí, insisten o, más claro aún, la del que, acuciado por lo cruel en distintos, feroces ámbitos, se afilia a la -actual- triste burocracia contra corriente de las vergonzantes listas sociales de la eutanasia o al -que dicen- testamento vital…, casi forma disfrazada de caridad, siendo así que veo -y opto por- más lógico, voluntario, elegir un final ajeno a los dos que, genial, dibuja abajo El Roto, haciendo que, además, ya -casi- ni me enoje, pese a que, en España, el 56% de cánceres los padecen hombres y sólo el 44% mujeres, la ofensiva, desigualitaria esgrima político/electoral sobre el cáncer de mama y no sobre, por ejemplo, el de próstata, que mató a mi abuelo, a mi hermano menor… y casi a mí.

El Roto

Lo digo siempre, un genio

Raquel Fernández, joven gallega que sabe de filosofía india, razona sobre cosas que yo -si no conocía- intuía, como que, para tener una relación sana con la muerte, primero hay que tenerla con la vida y asignar valores cabales a lo que hacemos, empezando por distinguir lo efímero de lo -en verdad- estable, ser conscientes de que nuestra estancia aquí es mero movimiento con final y, en ella, la muerte no es, bajo ninguna expresión de carencia ni, menos aún, error de diseño biológico que tengamos que -ni podamos- corregir, así que hay que aceptar convivir con ello -y el resto- intentando mejorar y -entiendo que- depender lo menos posible de -supuestos- expertos de cualquier tipo, con ropa blanca o negra, para que, al acercarnos al inevitable final, fácilmente asumible por quien no sea un obcecado idiota, evitemos -es dañino e indeseable- que toda “la autoridad sobre la muerte pase de nosotros al médico” o cualquier otro supuesto experto en vete a saber qué, dejándolos, si acaso, diagnosticar y acompañar un rato, pero no decidir sobre el cercano salto a -de nuevo- la abisal oscuridad -ésta final- que nos precedía al nacer; mis actuales, senectos años, en especial tras la ignorancia científica y abandono (in)humano -no una excepción- que condenó a Rosa en su inexorable caída hacia un grave deterioro cognitivo fronto temporal, me han empujado a, por higiene mental y bienestar físico, ceder pocas de las decisiones serias que -aún- gestiono, pues, siendo además abogado que ha errado muchas veces, sé la -poca- confianza que merecen los -supuestos- expertos.

El Roto

La -que dicen- “memoria histórica” puede ser muchas -buenas y malas- cosas

Coda sobre después de irnos.- Por su forma -parte del fondo- y sin que sirva de precedente para valorar el actual uso político, interesado de la memoria injusta, me genera real satisfacción saber que el Juzgado de Primera Instancia nº 5 de Santander ha dejado constancia jurídica de que, como se podía intuir, Eusebio Cortezón, nacido en esa ciudad en 1894, padre de 7 hijos, ebanista, miembro del troskista Partido Obrero de Unificación Marxista, POUM, el de Orwell entonces, condenado sin pruebas ni garantías en un consejo de guerra perpetrado el 18 diciembre 1937 a morir contra su voluntad ejecutado de forma ignominiosa, lo fue “injustamente”, de pie a los 43 años en el cementerio de Ciriego y arrojado a una fosa común, insisto, de forma injusta, impidiéndole vivir con los suyos y morir cómo/cuándo procediera/quisiera, por lo que, siendo lógico pensar que ya ni viva ninguno de sus hijos, lo que loablemente ha hecho su familia es -no otra cosa que- reivindicar/conseguir respeto para su más que digna memoria; con agradecimiento y afecto, mi enhorabuena.

Fusilamientos en 1937, en el cementerio de Ciriego (Santander)

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