domingo, 22 de marzo de 2020

97 Los domingos, cavilar CoVilación. 3 Samuráis Fernando Merodio 22-03-2020

97 Los domingos, cavilar 
CoVilación. 3 

Samuráis 

Fernando Merodio 
22-03-2020 

"La primera forma de la esperanza es el miedo, el primer semblante de lo nuevo, el espanto" 
(Heiner Müller) 

"(...) puede expresarse recurriendo a la conocida definición de la política como 'arte de lo posible': la verdadera política es exactamente lo contrario: el 'arte de lo imposible'" (Slavoj Zizek. "En defensa de la intolerancia"

"La música de los campesinos llega a vuestros oídos, están cantando mientras plantan el arroz, vosotros observáis las tumbas de vuestros camaradas antes de partir en busca de vuestro destino y un pensamiento corre por vuestras mentes: otra vez hemos sido derrotados, los ganadores son los campesinos, no nosotros..." (Final de "Los siete samuráis". Akira Kurosawa) 

En el Japón feudal, los samuráis, cuyo origen se remonta al siglo X, constituían una casta militar, situada por debajo de la de los nobles, daimyõs, a los que servían con las armas, en especial en los períodos de guerra, en general a caballo, con armaduras, espadas, arcos,..., tarea que, con el tiempo, los llevó a dotarse de un estricto código de disciplina y honor que, rígido, regía su comportamiento. Por razones de ruina, derrota o muerte de su señor o porque éste perdiera su confianza en él un samurái podía quedarse sin amo, convertido en un rõnin, "hombre errante como una ola en el mar", resultándole casi imposible reincorporarse a otro señor o clan, al perder los daimyõs, por razones de tradición, la confianza en él; se adquiría, además, la condición de rõnin por herencia, siendo hijo uno de ellos y no habiendo renunciado de modo expreso a tal carácter o estatus y manteniendo firme la idea de recuperar el de samurái, para lo cual se esforzaban en preservar su orgullo, disciplina, honor,..., determinantes de su respetada condición de élite. 

Con esa finalidad y su idea de la vida, los orgullosos rõnin afrontaban, muchas veces sin remuneración, las misiones más arriesgadas, solidarias, heroicas,..., las que la general cobardía y egoísmo del resto no se atrevía a afrontar, como es la de Los siete samuráis -en realidad siete rõnin-, de Kurosawa, en cuyas tres horas y media de duración con los actores japoneses Shimura y Mifume como más destacados rõnin, se narra su leva, en el Japón feudal del siglo XVI, por los cobardes, mentirosos y míseros habitantes de una pequeña aldea, para que eliminaran -puee ellos no eran capaces de hacerlo- a unos bandidos que los tenían aterrorizados, pues les robaban cada año sus cosechas de arroz o cebada, su principal, casi único, medio para su supervivencia. 

No perjudico a nadie si explico que en el final de la película -como en el de Los 7 magníficos o la más reciente Ronin, de Frankenheimer, con de Niro- no hay truco, la historia termina como tiene que ser, los rõnin o samuráis, valientes, honestos, maestros en el arte de la guerra, conocedores de la vida y hábiles, no podían perder la guerra contra los bandidos, aunque estos fueran cuarenta y, además, tuvieran tres -allí entonces modernas- armas de fuego -"aquestos endemoniados instrumentos de artillería", que tanto irritaban a nuestro más célebre rõnin, Don Quijote-, pero fue la suya una victoria solamente militar, pues quienes -a cambio de solo unos platos de arroz- los había contratado no se fiaban de ellos, no les gustaban sus modos, los temían, por ello ocultaban a sus mujeres y sus mejores -y escasos- bienes, por lo que la historia se cierra con una lapidaria, triste y realista frase de Kambei, primer samurái, "otra vez hemos sido derrotados, los ganadores son ellos, los campesinos, no nosotros..."; evidencia de que es cierto que suele ganar el poder y en los pocos casos en que no es así, lo hacen los más cobardes, miserables, aprovechados, egoístas,... 

Molestará, sin duda, a muchos recodarlos, pero es de justicia hacerlo, admitir para vergüenza del resto que, frente a la opresión de Franco, sin que nadie se lo pidiera, ni siquiera les dieran un plato de arroz en pago hubo un arriesgado evidente grupo cierto de rõnin organizados, clandestinos, que asumió la fatigosa tarea de hacer todo lo que acongojaba a los demás aldeanos cazurros que eran -y hoy aún más- los españoles. Muchos de ellos fueron asesinados, otros torturados, encarcelados, despedidos del trabajo, discriminados,..., heroicos en silencio, al tiempo que recibían una muy escasa solidaridad ajena, hasta que agotado -en la cama- el dictador, ellos que -hasta el límite de sus fuerzas, con su honrado saber, a cambio de nada- habían empujado fatigados para que, al menos, muerto el perro se acabara la rabia, decidieron someterse al -casi siempre- injusto escrutinio de la aldea, al -tan poco- democrático invento de las llamadas elecciones, en las que pasó lo que todos sabemos, forzando, sin duda, que sorprendidos, cabreados, incluso, quizás, avergonzados, aquellos rõnin se dijeran: no hemos ganado, lo han hecho, a favor de lo de siempre, los campesinos, los restos del más rancio fascismo y los -entones- "novísimos trileros sevillanos", financiados por la corrupta socialdemocracia alemana y la CIA, siendo el colmo que la generalidad de esos cobardes nos mira con una mezcla de miedo y, quizás, vergüenza, lo que los fuerza, incluso, a insultarnos, motivo por el que, sin duda, lo mejor sería disolvernos, desaparecer por el momento,..., como hicieron, legándonos el digno ayer, en algunos casos admirable, de su heroica historia y, como organización desvencijada, los restos hediondos de un naufragio que, con nombre femenino, pacta con cualquiera. 

Han pasado 40 años desde la muerte de aquel Franco -que hoy, con engaño, han resucitado- y la cosa, así debía ser, ha decaído, digan lo que digan, en lo peor, con sindicatos, asociaciones subvencionadas y partidos parasitando por las esquinas y una economía que -pues conviene- dicen boyante, con la desigualdad injusta y el paro devorándonos -nada comparado con lo que viene tras la mediática "pandemia"- y ya olvidado -¿por imposible?- el peor, real problema, el calentamiento global, el fin de la vida humana en el planeta, mientras los de "pacto y progreso" planean regalar todo "lo nuevo" al mismo capital que nos dejó aquí, en el borde del último precipicio y ahora, pues nadie le requiere, calla mientras la cosa esa con pinta de gripe fuerte -hasta hoy, en esta España nada preparada ha contagiado a 1 de cada 2.000 habitantes y matado a 1 de cada 25/30.000- pone patas arriba nuestra (des)organizada sociedad -sobre todo el sancta sanctorum del capital, "la Bolsa"- mientras, pues todos callamos+, Sánchez, Iglesias & Co preparan el mejor futuro para -solo- el capital. 

Siguen defendiendo, con la disculpa de un problema sanitario, el pútrido capitalismo, llegando a utilizar incluso con saña el propio Sr. conde de Galapagar, nuevo rico, la denostada "ley mordaza" de Rajoy para doblar el brazo, hasta quebrárselo, a toda la sociedad, emboscado, como tan bien explica Slavoj Zizek a partir de Alain Badiou, tras la infame falacia que es la "ilusión democrática", que exige la ciega aceptación de los que ellos llaman -insisto que en falso- mecanismos democráticos, "como marco final definitivo de todo cambio, impidiendo la radical demolición de las acreditadamente nefastas relaciones sociopolíticas capitalistas". 

EL ROTO 20-03-2020

La realidad social a que despertaremos tras la pesadilla en que han convertido la emergencia sanitaria va a ser aterradora, nadie lo dude, y nos forzará a vivir, es evidente, tiempos muy duros pero interesantes, extremadamente interesantes en que, pienso, resultaría imprescindible -por conveniente para una gran mayoría- que reaparecieran -al menos algunos de- los rõnin o samuráis que estén en voluntario retiro, estoy convencido de que los hay y de que, desde un planteamiento estricto de justicia igualitaria y disciplina, estarán capacitados para, parafraseando a Sören Kierkegaard, dar su dimensión a la "pandemia" y acometer una suerte de "suspensión política de la ética", revolucionaria lucha por la justicia y contra el calentamiento global mediante una radical modificación de nuestras insoportablemente insostenibles pautas de generación y consumo, que deberán ser racionalmente adecuadas a la naturaleza y transformadas, de verdad, en igualitarias, olvidando en segundos la (in)solidario ñoñez en que, a favor de otros intereses, nos está metiendo el "progresismo" del regreso.

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