sábado, 4 de enero de 2025

Lo cotidiano.85 No es tiempo para correr por correr Fernando Merodio 04/01/2025

Lo cotidiano.85

No es tiempo para correr por correr

Fernando Merodio

04/01/2025

Con envidia sana, he vuelto, como espectador, a la “San Silvestre” del Sardinero siendo que, desde hace años, no corro por correr ni releo con el antiguo placer los libros que sobre por qué y cómo hacerlo escribió George Sheehan, columnista de Runners World, cardiólogo y, en especial, corredor de fondo al que conocí en una maratón de New York a mediados de los pasados ochenta que, nacido en 1918, moría en 1993 de cáncer de, ¡uf!, próstata y gustaba -podía- correr tan  rápido que cumplidos cincuenta hacía los mil seiscientos nueve metros de la milla en 4’ 47” y 6 décimas, récord del mundo para su edad y, casi hasta morir, corrió todos los años, entre otros, los 42.195 metros de Boston y, sabiendo que, en sentido usual, Sheehan no es filósofo sé también que filosofa quien, como él, adulto, se pregunta cosas serias de la infancia, así que, incluso ajeno a ciertas ideas suyas, con un síndrome compartimental en el gastrocnemio, gemelo derecho que me impide correr y a distancia sanitaria de los -que dicen- políticos y de, horrísonos, TV, radio y prensa, vuelvo a aquellos libros que me ayudaron a aclarar dudas de niño, ahora, mareando ideas poso de años, en dura soledad e, insisto, no corriendo como antes por correr, pero aún preocupado por ciertas cosas que interesan a quienes viven la vida como  una carrera de fondo.

Mucho más natural, humano y serio de lo que algunos -cortos- piensan

Aconsejaban esos libros no olvidar que, “cuando hablamos de correr -o de la vida- estamos hablando de juegos”, cosa seria que, ajena a la lógica, debe serlo también a cualquier propuesta utilitaria, egoísta, juegos que existen solo por y para sí mismos y hacen que, “cuando sometemos este aspecto lúdico a la función de promover la buena forma física y evitar los infartos, estamos convirtiendo el oro en ganga”, recordándonos que, tal como (de)muestran muchos cuentos de la infancia, elegir tesoros y éxito en lugar de una verdad esforzada lleva -siempre- al fracaso y para que sea bueno correr, al hacerlo “debemos eliminar todo aquello que sugiera practicidad y utilidad; lo que tengamos que hacer deberá ser divertido, impráctico e inútil o de lo contrario, no lo haremos nunca”; era clave, pues, la idea de jugar, no de correr porque nos parezca práctico sino, al contrario, porque no lo es y no hacerlo porque nos haga sentirnos mejor, sino porque no nos importa cómo nos sintamos, “pues nos interesa y absorbe tanto que ni tan siquiera reparamos en ello”; lo decía Sheehan, corredor filósofo y yo estaba muy de acuerdo, por lo que durante tantos años corrí por correr, a diario, todos los días, sin lesiones y disfrutando, creándome a partir de ello una imperceptible -e impagable- conexión con otras cosas menos lúdicas de la vida, lo que -acaso- es razón para que, casi octogenario, dañado y poco lúdico, haya llegado a la conclusión de que no es éste -el de aquí ahora- un mundo para seguir corriendo -sólo- por correr.

No tuve -ni tengo-, sin duda, físico de corredor de fondo, no soy estrecho sino ancho y el cociente entre mi altura en centímetros y mi peso en kilogramos es muy inferior al 3,18 que Sheehan considera adecuado para ello, pudiendo ser míos, en cambio y con reparos, rasgos del carácter introvertido, solitario, gruñón o soñador del “fondero”, que hicieron que un día, hace muchos años, sucumbiera al mercado y me calzara unas -vitales- zapatillas caras, saliera a la calle y corriera -no solo delante de “los grises”- por correr en compañía de otros o, sobre todo al final, solo, siendo más de 30 años de correr libre, sin reglas ni controles, un correr que, dice Sheehan, me unió “con las fuentes de mi inspiración, mi creatividad y mis ráfagas de comprensión intuitiva”, me permitió vivir, sin buscarlas, reales aventuras de mi cuerpo en el -por decirlo de algún modo- entrenamiento para correr sin otro objetivo ni obligación que no fuera llegar, lo que solo me exigía fijar, de forma libre y voluntaria, mis límites, cumplir las serias reglas de la distancia a recorrer, el tiempo para hacerlo; actividad que me permitió que el resto fuera inane y, en el caso de las muchas decenas de maratones concluidas, compatibilizar el placer del juego con la monotonía, aprender que llegar más de una hora después que el primero era muy compatible con la emoción del triunfo, incluso con el deseo de abrazar a todos, sensaciones habituales antes y después de correr rebosante de adrenalina y endorfinas, sensaciones casi -solo casi- iguales al sexo cuando se cruza, feliz, la línea de llegada exhausto, agónico en el sentido de lucha que Unamuno daba al término.


El Roto 31.12.2024 y 01/02.01.2025

Anima a no correr por correr y hacerlo por otras cosas

Si se corre por correr, la maratón es una carrera larga, dura, agónica que, sin duda, genera un cansancio hondo, denso, húmedo, dolorosa hasta el tuétano; una carrera que, pese a ello, es soportable; mientras correr para ganar, pienso, será otra cosa, muy exigente, con reglas demasiado exactas, objetivas, prefijadas, cronometradas, medidas por árbitros con precisión máxima, entrenadores que hacen útil el esfuerzo o patrocinadores que, pues pagan, exigen y que no corriendo por correr obliga a una preparación seria, disciplina, extenuante esfuerzo máximo, siendo prueba típo los 1.500 metros, equivalencia olímpica a esa británica milla que, cuando no corría por correr, tan rápido hacía Sheehan, carrera de medio fondo a cuyo final las piernas están tan rígidas que sólo de forma refleja atienden órdenes del cerebro, sin oxígeno, con las sienes doloridas, la sangre latiendo deseosa de escapar por lo más alto del dolorido cuerpo, el pecho, a punto de estallar, ansioso del aire que no llega al ritmo que los pulmones piden, adrenalina y endorfinas que, otras veces placenteras, generan un sabor de boca amargo, seco, insatisfecho y anhelante, una carrera que, hermosa, me remite a obligación y amor propio.

Es, por ello, la idea del -ajeno a mí- 1.500, no lúdico ni placentero, que no es juego sino esfuerzo, exigencia fiera, competir, eliminar todos los kilos de -en cantidad lógica, útil- grasa, elevar en exceso el cociente altura/peso, aflorar los abdominales que el joven ocultó corriendo por correr la que hace que un -casi- octogenario, aún fuerte, aproveche que puede ser bueno dejar el juego, utilizar la fuerza y fondo adquiridos con él para competir de nuevo, volver a la pista del circo, intentar ganar a algunos… y ganarlos, pugnar con disciplina y esfuerzo hasta hacer mutis por el foro en un final agónico y, al tiempo que lo pienso, la bella poesía de Bruce Springsteen me dice Born to run y me recuerda la obligada fatiga previa a lograr los sueños: “Algún día, no sé cuándo, / alcanzaremos ese lugar / al que deseamos llegar, / y caminaremos hacia el sol. / Hasta entonces, cariño, vagabundea con nosotros. / Hemos nacido para correr”. Llueve lento, sudo el esfuerzo de no correr, escucho al boss y llego a la convicción de que, acompañado por la escritura, la lectura y la música, tras haber corrido con Sheehan y perdido la compañía de Rosa, todo acaba siendo coherente ayuda para generar la eficaz, radical cotidianeidad de, nacidos -yo, al menos- para correr, ser conscientes de que se puede -y debe- hacer de muy diversos modos, hasta llegar al dulce final que pudiera simbolizarse en el aria de Pearl Fishers, Pescadores de perlas, cantada por Dave Gilmour, Pink Floid.

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